Artículo publicado en Rojo y Negro nº 392, septiembre 2024

Reseguir los pasos del pedagogo “Esa iglesia que se desploma,
no era la casa de Dios,
sino la morada del Diablo”
(Alcina Navarrete, 27/9/1936)

En el interior mediterráneo, a cincuenta kilómetros de la costa, no hay mucho que hacer durante el verano. Las temperaturas, cada año más extremas, impiden siquiera asomarte al asfalto durante las horas de sol. El único refugio climático decente en Alcoi es la piscina municipal. Un proyecto titánico, fruto del esfuerzo de verdaderos visionarios, que fue bautizada por sus creadores (y uso la metáfora conscientemente) como “popular”.
No todos estuvieron de acuerdo en su construcción. Los tiernos comunistas de las JSU clamaron contra tamaño dispendio: “En estas tareas se invierten muchas energías y demasiadas pesetas” (Joven Guardia, 27/2/1937). Habéis leído bien, corría el año 1937 y, salvando no pocos escollos, el Comité Revolucionario de Defensa, liderado por la CNT, inició estas magníficas obras de enorme envergadura.
Se trataba de una antigua demanda del pueblo. En agosto de 1931 una petición firmada por numerosos jóvenes fue denegada por la Comisión de Política Urbana del Ayuntamiento, tras estudiar detenidamente el tema durante la friolera de dos semanas (AMA, ref. 5676/023). Siempre atento a las súplicas de la plebe, el republicanismo lugareño, radical y populista, del lerrouxista Juan Botella Asensi (PRRS), emprendió una intensa campaña propagandística. Desde El Faro exigió, una y otra vez, una piscina moderna para fomentar la natación “como sport y medida higiénica (…) un medio de embellecer la ciudad” y “un negocio reproductivo” (24/7/1931).
Añadía el rotativo liberal que se trataba de evitar “accidentes que pudieran ocurrir al bañarse en aguas cenagosas y en estanques de demasiada profundidad” (El Faro, 4/7/1931). Efectivamente, el fuerte arraigo libertario que se instaló en la población desde el último cuarto del XIX iluminó en el primer tercio del XX el nudismo y el naturismo. Un movimiento intelectual, neomalthusiano y de reforma sexual, que incluía prácticas de armonización con la naturaleza. Y que perdura en la actualidad.
En realidad, una herencia del higienismo decimonónico, de médicos y urbanistas preocupados por las epidemias, como el cólera, derivadas de la insalubre industrialización. Y que preconizaba la hidroterapia; junto a la desinfección, el alcantarillado, el agua corriente en los hogares y un largo etcétera de obviedades, que en la época no lo eran en absoluto.
De ahí que la anhelada piscina se convirtiese en objetivo político de los apolíticos. Especialmente desde que el consistorio prohibiese el baño en las balsas de riego, desde los años veinte. Sin embargo, las nuevas autoridades republicanas, como veis, tampoco mostraron mayor sensibilidad por el ruego. Pero las reiteradas negativas no hicieron desfallecer a los promotores.

La cuestión religiosa
Antes de desvelar el desenlace, de esta pequeña gran historia, me permitiréis tomarme la licencia de hacer un pequeño paréntesis, con el fin de contextualizar los hechos. Lo que la historiografía ha resuelto en llamar amablemente ‘la cuestión religiosa’ no fue más que el desesperado intento de los próceres de la Iglesia (la católica, apostólica y romana) por aferrarse a sus privilegios feudales. Hablamos del sentimiento religioso más puro, de su fin último y verdadero: amasar una gran fortuna en detrimento de los más pobres.
Las tímidas reformas republicanas despertaron al monstruo de las cavernas. Frente a la movilización de la clase obrera organizada en sindicatos anarquistas, fundamentalmente, y también socialistas; se alzó la cruzada del báculo y la cruz. Los modernos ahora hablarían de batalla cultural. Pero, poca broma, recordad que los años treinta vieron nacer la serpiente del fascismo. Aquella tragedia que ahora asoma en forma de farsa.
La Iglesia española se rebeló ante los límites impuestos a sus trapicheos por la Constitución y el cardenal Segura fue acusado de evasión masiva de impuestos y expatriación de capitales. El mismo primado y arzobispo de Toledo que envió a los suyos a los campos de batalla: “Cuando los enemigos del reinado de Jesucristo avanzan resueltamente, ningún católico puede permanecer inactivo”. Su sustituto, Gomá, fue más explícito: “España y la anti-España, la religión y el ateísmo, la civilización cristiana y la barbarie”.
Pero en 1931 la sangre aún no había llegado al río. En Sevilla las cofradías se negaron a procesionar en protesta por la recién estrenada laicidad; todas excepto ‘La Valiente’, la Estrella de Triana, la virgen republicana. Y en Alcoi, la Asociación de San Jorge desafió con boicotear las Fiestas de Moros y Cristianos, que en este rincón del mundo es como amenazar con el apocalipsis. Una canción popular de la época entonaba que “los cavernícolas no quieren Fiesta, porque Santo sale sin cera”.
Los moros siguieron desfilando, pero, en paralelo, arraigaron las Fallas. Desprovistas de la parafernalia evangélica, e impulsadas por los numerosos artistas plásticos de la localidad, los monumentos efímeros asomaron en numerosos barrios a partir de 1933. A juzgar por las crónicas periodísticas, gozaron de gran aceptación, especialmente entre las mujeres que eran proscritas en las fiestas patronales.
De claro perfil valencianista, a pesar de la posterior propaganda franquista, ni las sátiras ni las figuras destilaban, en absoluto, anticlericalismo. Aunque sí demostraron una clara voluntad reivindicativa. Destacan temas de interés festivo, laboral y social como la demanda de un mercado cubierto y, por supuesto, la construcción de una alberca.
En julio de 1935, un enorme mausoleo, de diez metros de alto, coronado por una figura femenina, dejaba espacio en sus laterales a escenas costumbristas de baño. En el suplemento de El Fallero se explicaba que reclamaban la instalación de una piscina “en las sombrías Uxolas” para que el pueblo no tuviese que seguir haciendo el sapo “en malecones y balsas, llenas de serpientes y sanguijuelas”. Y “Culet de Siri” apostillaba que se trataba, también, de poner coto a esa “gente pornográfica” que tomaba el baño sin ropa en los parajes cercanos, a quienes la prensa conservadora tildaba de “salvajes” y “primitivistas”.

La iglesia que ilumina y la que refresca
Aquí es donde concurren ambos asuntos. El primer estallido iconoclasta también pareció florecer en Alcoi. En el otrora conservador La Gaceta de Levante vertía sus vísceras R.G.S. de la JSU: “No gimáis, católicos españoles, de que vuestras iglesias sean saqueadas y arrojados al fuego vuestros dioses, pues el fuego os los purifica” (2/8/1936).
Sin embargo, poco a poco, se fue abriendo paso una visión más práctica. Existía en la ciudad un enrevesado litigio jurídico por la propiedad de los edificios religiosos, que hundía sus raíces en las desamortizaciones del ochocientos, y que se había enquistado durante la II República. Además, tras las primeras semanas de guerra, a la ciudad acudieron miles de refugiados, especialmente desde el sur. Y a pesar de la salida de cientos de jóvenes milicianos hacia el frente, la crisis provocada por el colapso de los mercados acrecentó el paro. Urgía buscar una solución.
Por un lado, la reconversión militar de la industria metalúrgica y textil no absorbía el excedente de mano de obra. Y, por otro, existía una gran carestía de materias primas para acometer nuevos proyectos. El puzle, finalmente, encajó a la perfección y el ingenio salvó los obstáculos. El Comité Revolucionario de Defensa, con la CNT al mando, emprendió las obras en septiembre de 1936, una vez colectivizada totalmente la economía local.
Se valoraron propuestas alternativas, como la del escultor José “Peresejo” que pretendía convertir el templo de Santa María en un museo del pueblo. Pero finalmente fue la iglesia de San Jorge la que albergó la galería de arte. Y Santa María, San Agustín y San Mauro fueron derruidas para ser trasformadas en el ansiado proyecto. Los tres edificios fueron desmontados piedra a piedra y con los sillares se hizo una “piscina que sería la envida de las urbes más populosas”, como predijo Culet de Siri. En las sombrías Uxolas, junto a la carretera Mascarelles de la partida de l’Horta Major. Para desesperación de los comunistas: “Estas energías y estas pesetas serían útiles para ganar la guerra si fuesen empleadas en la construcción de fortificaciones en nuestras costas”. Ahora sabemos que las fortificaciones no sirvieron de nada y a la piscina seguimos acudiendo felizmente —anarquistas, comunistas e incluso católicos— a disfrutar de sus benditas aguas frías, a los pies del Parque Natural de la Mariola.
Al periodista y escritor Alcina Navarrete, biógrafo de Blasco Ibáñez, debemos una florida crónica del proceso que empezaba así: “En torno a la torre maravillosa de Santa María, los camaradas albañiles apretujan los andamios sobre los que, más tarde, la piqueta demoledora abrirá anchos surcos, precursores de su completa demolición” (La Gaceta de Levante, 27/9/1936). Sus bellas palabras le costarían la vida. Tras ser detenido en Valencia, y pasar brevemente por la cárcel de El Puig, fue fusilado al alba, el 13 de octubre de 1940. Un domingo, el día del Señor.

Diego L. Fernández Vilaplana
CGT Alcoi


Fuente: Rojo y Negro