Artículo publicado en Rojo y Negro nº 392, septiembre 2024

En 1892, Piotr Kropotkin expone en “La Conquista del Pan” (tít. IX, cap. II): “Si cada escritor tuviese que intervenir en la impresión de sus libros, ¡cuántos progresos habría hecho ya la imprenta! No estaríamos aún con los tipos movibles del siglo XVII”. Aquí, con “invertir” se refiere a dedicar horas del trabajo “por amor al arte”, las horas que quedarían libres a cada persona para tipografiar e imprimir sus propios escritos de difusión científica o artística.

El problema planteado por Kropotkin
En la década de 1870 ya había máquinas de escribir, pero su uso era minoritario entre los autores a pesar de sus evidentes ventajas a la hora de evitar lecturas falsas. En 1884 se inventó la linotipia que permitía reducir desde un teclado el trabajo del tipógrafo al del mecanógrafo aunque no se especifican los riesgos laborales frente a los conocidos por Kropotkin para la composición carácter a carácter que menciona.
A finales del siglo XIX ya se podía pensar ¿por qué mecanografiar dos veces, una primera el autor y otra el tipógrafo? Esto ya lo había preconizado Kropotkin (ibíd., tít. XII, cap. IV), pero en este caso no aplicado a la imprenta: “¿Es el inventor de la primera máquina de vapor, o el muchacho, que, cansado un día de tirar de la cuerda que entonces se usaba para hacer entrar el vapor bajo el pistón, ató esa cuerda a la palanca de la máquina y se fue a jugar con sus camaradas, sin sospechar que había inventado el mecanismo esencial de toda máquina moderna, la válvula automática?”.
Es de suponer que Kropotkin escribiera a mano, especialmente las lenguas menos adaptadas a la mecanografía, y que las imprentas donde tiraban “Le Révolté” o “Freedom” no tenían la posibilidad de contar con linotipias. La causa de ambos atrasos tecnológicos sería seguramente el alto precio de las novedades recién patentadas (criticado también allí, tít. IX, cap. IV).

El caso que movió al cambio
En 1968, el matemático pionero de la informática Donald Knuth, uno de esos sabios que escribían sin contacto (aún) con el mundo de la imprenta, sacó a la luz el primer tomo de “The Art of Computer Programming”, tipografiado con una variante de las linotipias clásicas. Para su reedición de 1976, el libro fue retipografiado por instrucciones del editor y para desagrado del autor. Knuth no ahorra palabras para describir lo horrible de la nueva tipografía y de su desagrado por seguir escribiendo si esa iba a ser la plasmación física de su ciencia.
Parece que no estaba Knuth dispuesto a meterse en la imprenta y tipografiar sus propios libros con linotipias ya en extinción, como ya había calado Kropotkin a los “sabios” de su tiempo, pero eran otros tiempos y Knuth, que era un informático, se puso manos a la obra de programar una composición digital que no desmereciera de los resultados de su primera edición.
Así, alrededor de 1982, Knuth lanza como software libre TeX y Metafont, programas dedicados a estas tareas en el mundo de la imprenta digital. TeX sirve para componer digitalmente las páginas de textos científicos, sin importar cuántas fórmulas contenga ni cuán complicadas sean, desde un lenguaje próximo a lo que el científico piensa sin pasar por detalles tipográficos. Por su parte, Metafont digitaliza las fuentes para TeX desde un diseño abstracto codificado.
He aquí cómo el “sabio” revoluciona la imprenta técnica a causa de un mero lujo estético matando de un tiro los dos buitres que acechaban a la imprenta técnica. Como ya he adelantado, el primer escollo era el tecleado múltiple del texto y, gracias a los sistemas de almacenamiento digital, el código fuente que compone el autor ahora permanece y se puede editar evitando tener que ser retecleado cada vez.
La segunda sangría de la impresión de textos técnicos era el coste de trabajo de tipografiar fórmulas matemáticas, repercutido en el precio plusvalía mediante. El propio Knuth utilizó como código para introducir fórmulas en el código fuente el símbolo $ por el encarecimiento que suponía a la impresión cada fórmula insertada. Ahora ya no había más sobrecoste que la curva de aprendizaje del lenguaje TeX que, una vez aprendido por el autor técnico, le permite escribir con mayor naturalidad cuanto más lo use.

¿Pero es necesaria la imprenta?
Por mucho que Donald Knuth haya denostado el correo electrónico, los investigadores hace tiempo que rompieron las barreras físicas de la cercanía presencial y el intercambio en papel para abrazar el correo electrónico como medio de comunicación digital por el que se pueden transferir borradores en código fuente de TeX con calidad de imprenta sin tener que mover papel. El receptor es libre de imprimir en destino o leer con otros medios que queda a su libertad, pero ya no tiene que esperar a que le llegue un paquete de fotocopias físicas o un fax de mala calidad.
Pero, lo que es más importante, los propios científicos no necesitan componer un documento completo en TeX en su intercambio epistolar, pueden insertar el código fuente TeX de una fórmula concreta dentro de su mensaje de correo electrónico. Doy fe de que es práctica común.
Ante estas dos ventajas, cabe preguntarse de una vez si es necesario imprimir en papel para el intercambio científico. Las publicaciones vendidas al capital, sus corruptos cómplices institucionales y su legión de reaccionarios y beneficiados dirán que “evidentemente” no. Pero lo que es evidente es que si todo el trabajo de autores/as y revisores/as es voluntario, los trabajos de autoría y tipografía se los llevan gratis y las tasas que cobran, bien sea a las bibliotecas de sus autores o de sus lectores, son 100% plusvalía. Imagina negocio más redondo.
Pues bien, un puñado de físicos abrieron en 1991 el precursor del arXiv con la idea de almacenar en un servidor de ficheros informáticos las fuentes en TeX de los artículos científicos en versión previa a la revisión por pares, ya que este último proceso puede retrasar mucho la publicación. La idea se ha extendido a matemáticos e informáticos y ahora es la norma. Los autores escriben sus artículos directamente en un ordenador, sin tener que manuscribir o reteclear inútilmente, y los suben al arXiv u otro servidor análogo para conjugar la difusión del conocimiento con el crédito personal. Los lectores encuentran, descargan y hojean los artículos de sus colegas no teniendo necesidad de imprimirlos si se encuentran en un primer hojeo que no se corresponden a lo buscado.
¿Es necesaria así la imprenta profesional? Desde luego, en origen no. En destino puede seguir siendo útil para optimizar trabajo. Ya no será necesario imprimir montones de copias en origen —más optimizado cuantas más se hagan de una tirada— y distribuirlas físicamente, sino que las reprografías locales imprimirán el número de copias necesario allí donde hagan falta, como ya ocurre en las universidades, si es que llega a hacer falta imprimirlas.
Definitivamente, aunque Kropotkin fallara en lo concreto, acertó en lo general, incluyendo las predicciones que hizo acerca del arte de la tipografía.

Alberto
Coordinadora de Informática

 


Fuente: Rojo y Negro