Artículo de opinión de Tomás Ibáñez

Entre muchas otras cosas el anarquismo es también un antídoto contra la uniformidad. Promueve y defiende las diferencias, siempre que estas no impliquen desigualdad, claro está.

Entre muchas otras cosas el anarquismo es también un antídoto contra la uniformidad. Promueve y defiende las diferencias, siempre que estas no impliquen desigualdad, claro está.

Si el anarquismo valora la diversidad, no puede sorprendernos que sea plural, diverso, polimorfo, y lo es hasta tal punto que resulta mucho más apropiado hablar de “los anarquismos” que del anarquismo. Desde el anarco comunismo, hasta el individualismo, desde el insureccionalismo, hasta el anarco feminismo, pasando por el néo anarquismo y por el post anarquismo entre otros… así es la frondosa diversidad del anarquismo.

Esa diversidad se contempla a veces como una lacra y como una deficiencia, y algunos sectores pretenden unificar el anarquismo. Pero, ya he dicho que este milita contra la uniformidad, así que, por mi parte, deseo que las tentativas unificadoras nunca, nunca, consigan triunfar.

Ahora bien, esa diversidad hace que resulte prácticamente imposible ofrecer en unos pocos minutos una visión general del anarquismo. Así que solo hablaré aquí de una de sus dimensiones, una dimensión que me parece fundamental, y que, aunque pesa más en unas tendencias que en otras, las caracteriza finalmente a todas.

Se trata del componente existencial del anarquismo, de su componente vivencial, es decir, por una parte, el anarquismo como sublevación espontánea de la vida contra la dominación, y por otra parte, como conformación de su propia existencia en contra de la dominación.

La revuelta, la rebelión, suelen estar asociadas con el anarquismo. Surgida de las vísceras, situada a flor de piel, esa sublevación incontenible contra la autoridad y contra la injusticia ha hecho que se dijese del anarquismo que alumbra magníficos rebeldes pero ingenuos revolucionarios. Luchadores y luchadoras que hablan desde su sensibilidad más que desde la racionalidad política.

Con lo cual, el anarquismo resultaría «una forma de ser”, una experiencia vital, un compromiso existencial y ético, más que una doctrina cuidadosamente perfilada, y eso explicaría que el anarquismo sea mucho más receptivo a las llamadas a la revuelta que a los proyectos de revolución.

El simple hecho de que se pueda decir de una persona que es «anarquista sin saberlo», lo cual no es nada infrecuente, también indica que el anarquismo es una forma de estar en el mundo, de comportarse, de reaccionar, de sentir.

En suma, una opción existencial y un ethos singular, que puede manifestarse incluso sin referencias directas a un corpus teórico, a una tradición de luchas, a unas prácticas militantes y a una identidad política asumida como tal.

Por otra parte, la insistencia anarquista sobre el estrecho vínculo que existe entre las opciones políticas y las opciones de vida, también  perfila el anarquismo como un dispositivo de fusión de lo político y de lo existencial.

Si los principios teóricos del anarquismo coinciden de forma tan estrecha con la manera en la que los y las anarquistas «conducen su propia existencia«, es porqué en el plano teórico el anarquismo procede a una crítica radical de la dominación, mientras que en el plano existencial, resulta que como la vida cotidiana está saturada de dispositivos de dominación, estos suscitan la expresión practica de esa critica, su manifestación en la práctica.

Además, cuando el horizonte del antagonismo político excede de lo estrictamente económico y se amplía a todas las áreas donde se ejerce la dominación, son entonces todos los aspectos de la vida cotidiana los que pasan a ser objeto de ese antagonismo. Y lo que toma forma en ese momento es una nueva relación entre la vida y la política que dejan de ocupar en ese mismo instante espacios separados.

Por fin, resulta que el ethos libertario constituye también, en sí-mismo, una forma de lucha.

A principios del siglo pasado, Gustav Landauer escribió que: «el anarquismo no es una cosa del futuro, sino del presente, no es una cuestión de reivindicaciones, sino de vida”, subrayando así la importancia que reviste la dimensión existencial. Hace ya algún tiempo, para señalar su fragilidad y sus contradicciones, pude escribir que el anarquismo “se conjuga al imperfecto”. Hoy, siguiendo a Landauer, pero, sobre todo a las nuevas generaciones de anarquistas, me gustaría agregar que el anarquismo “se conjuga al presente”.

En efecto, ese componente existencial del anarquismo empuja las nuevas generaciones anarquistas a crear las condiciones idoneas para poder vivir,“desde hoy», y sin esperar a un hipotético cambio revolucionario, lo más cerca posible de los valores que ese cambio debería promover si algún día tuviera éxito.

Ahora bien, doblegar y someter los seres humanos no son los únicos efectos de los dispositivos de dominación; siempre despliegan también, “mecanismos de subjetivación de las personas”. Moldean su imaginación, sus deseos, y su forma de pensar para que respondan, libre y espontáneamente, como los poderosos esperan que lo hagan. En la medida en que el capitalismo nos sujeta, también, por las múltiples satisfacciones que nos ofrece, se trata de modificar nuestros deseos para que el capitalismo deje de ser un sistema capaz de satisfacerlos.

Sin embargo, solo podemos cambiar nuestros deseos si cambiamos la forma de vida que los produce. De ahí la importancia de crear formas de lucha que permitan desarrollar «prácticas de desubjetivació.

Es por eso que existe, en los medios que he denominado “neoanarquistas», la voluntad de transformarse, de «inventarse fuera de las matrices que los han moldeado», buscando en el tejido relacional, en las prácticas colectivas y en las luchas comunes, las herramientas adecuadas para llevar a cabo ese trabajo de sí sobre sí.

La importancia que han adquirido las «prácticas de desubjetivació diluye la famosa dicotomía que Murray Bookchin estableció a mediados de los noventa entre el anarquismo «social» y el anarquismo «estilo de vida». Si el anarquismo crea un problema al sistema, es, en parte, porque su vertiente existencial ofrece una firme resistencia, no solo frente a sus intimidaciones represivas, sino sobre todo frente a sus maniobras de seducción y de integración.

La adopción de un estilo de vida antagónico con el que promueve el sistema instituido, y la negativa a asumir sus normas y  sus valores, constituyen una forma de lucha que socava, radicalmente, sus pretensiones de ejercer “la hegemonía ideológica y conductual” que necesita para su propio funcionamiento.

En definitiva, el componente existencial es tan importante en el anarquismo que renunciar a ese componente es, en buena medida, renunciar al propio anarquismo.

Una versión en francés, distinta y más extensa  se encuentra en el portal “Grand Angle-libertaire”:    http://www.grand-angle-libertaire.net/anarchisme-existentiel/

Tomás Ibáñez

Mayo 2018


Fuente: Tomás Ibáñez