Artículo publicado en Rojo y Negro nº 392, septiembre 2024

Extremadura vive, pero su supervivencia no es ningún regalo de la naturaleza, no se produce por generación espontánea. Tienen, los extremeños, que pelearla día a día; sobre todo los más jóvenes. Para los que no la conozcan, me refiero a esa región histórica —actualmente Comunidad Autónoma— que se encuentra entre Andalucía, Portugal y las dos Castillas. Me refiero a esa Comunidad que muchos españoles nunca han pisado por considerarla poco más que un secarral o un lugar poco glamuroso. De poco le vale a Extremadura, por lo visto, contar con tres conjuntos declarados Patrimonio Mundial por la UNESCO: La Ciudad Vieja de Cáceres, el Conjunto Arqueológico de Mérida (la Emerita Augusta romana) y el Monasterio Real de Santa María de Guadalupe, a los que acompañan localidades tan monumentales y hermosas como Plasencia, Trujillo o Jerez de los Caballeros, por citar solo a tres de las más destacadas. Tampoco parece ser suficiente contar en su territorio con uno de los 15 Parques Nacionales de España, el de Monfragüe, que permite disfrutar del vuelo de cigüeñas negras, buitres leonados, alimoches e incluso águilas imperiales entre otras especies. Pese a todos esos valores y otros muchos que también podrían mencionarse, Extremadura no está en el mapa mental de mucha gente en nuestro país (y tampoco en otros mapas importantes, como en el de las inversiones ferroviarias).
Sin embargo, Extremadura vive, pero su existencia hay que pelearla a diario. Más de 500 mil extremeños —casi 4 de cada 10— residen actualmente fuera de su Comunidad, principalmente en Madrid, Cataluña, Andalucía y Euskadi —y eso no incluye a los hijos de los extremeños que emigraron en masa a partir de los años sesenta del siglo pasado y que ya nacieron en sus regiones de adopción—. Lo cierto es que hoy residen fuera de Extremadura más extremeños e hijos de extremeños de los que viven en el propio territorio de la Comunidad y que esta pérdida de vitalidad demográfica es escasamente compensada con la llegada de inmigrantes extranjeros, pues sólo representan el 5% de los residentes, mientras que en el conjunto de España alcanzan el 18%.
Extremadura vive, pero su supervivencia hay que lucharla continuamente. Debido a los desequilibrios históricos de su modelo económico (entre ellos, el peso de la gran propiedad de la tierra, que tanta conflictividad y sufrimiento originara en el pasado) su tasa de riesgo de pobreza y exclusión social es del 36,9%, diez puntos por encima de la tasa nacional (26%). Esta cifra se eleva al 43,2% en el caso de las áreas rurales, donde vive casi la mitad de la población de la región. En consecuencia, los extremeños se siguen yendo de Extremadura porque en Extremadura es muy difícil ganarse la vida dignamente, más difícil de lo que ya lo es en el conjunto de España.
Pero si Extremadura —pese a todo— aún vive, no es por la labor —funesta— de su oligarquía caciquil, degenerada y corrupta, sino porque cuenta con una juventud combativa dispuesta a pelear por ella, incluso en el caso de aquellos que han tenido que irse a estudiar y trabajar fuera pero que continúan manteniendo fuertes vínculos con su territorio natal y que están dispuestos a continuar bregando por un futuro para su tierra y para su gente.
Uno de los ámbitos en los que esta rebeldía se articula actualmente es el de la cultura, particularmente el de la música. Por un lado, a través de los nuevos grupos que están surgiendo, entre los que se pueden citar el punk-rock de Kalerizo, la cumbia-punk de A Garulla o el rap revolucionario de Vila.mc Yeuh o de THC Revolución, y, por otro lado, mediante la celebración de una serie de festivales que, especialmente durante el verano, contribuyen a dinamizar las marginadas áreas rurales extremeñas intentando contener en alguna medida el goteo continuo de jóvenes que siguen abandonando esas comarcas y la propia Comunidad, puesto que las capitales extremeñas tienen una capacidad de absorción muy limitada.
Los festivales en los que ahora queremos centrarnos —en Extremadura se celebran varios más— son los de la Red de Festivales Bellota Rock, en la que se incluyen el propio Bellota Rock (en Valdencín), el Centerera Rock (en Aldeacentenera), el Rockinpino (en Pinofranqueado, Hurdes), el Grimalrock (en Grimaldo) y La Raya Rock (en San Vicente de Alcántara, el único en la provincia de Badajoz). No se trata de festivales homologables en absoluto a los grandes festivales que se celebran en otras partes de España con el único fin de enriquecer a los organizadores a costa de los asistentes (lo que ya está provocando algunas denuncias por prácticas abusivas). Por el contrario, se trata de festivales organizados sin ningún ánimo de lucro en pequeñas localidades rurales que, si no fuera por su existencia, serían prácticamente desconocidas para muchos extremeños y para casi todos los foráneos. Son festivales organizados con el esfuerzo y sacrificio de un reducido grupo de jóvenes de esas comarcas, con cierto apoyo de las administraciones locales (ayuntamientos y diputaciones) y modestas aportaciones del comercio local. En casi todos ellos, la entrada es gratuita (sólo en Valdencín se paga entrada) y varios ofrecen además zona de acampada también gratuita. Pero lo principal es que se trata de festivales que tienen una determinada orientación ideológica, explícitamente anticapitalista, antifascista y —especialmente este año— también antisionista. La propia Asociación Bellota Rock (creada en 2013 para coordinar este conjunto de festivales y otros eventos que se celebran durante el año) se define como una asociación autogestionada y sin ánimo de lucro, chavalxs con conciencia de clase y ganas de cambiar el mundo. Odiamos la ignorancia, los macrofestivales y el capitalismo. Y no, nunca dejaremos de luchar por lo nuestro.
Este año hemos tenido la suerte de asistir a alguno de estos festivales (el Rockinpino de Pinofranqueado, en esas Hurdes tan estigmatizadas en el pasado) y podemos asegurar que lo que los organizadores dicen es completamente cierto. Hay en Extremadura una juventud cada vez más consciente y con ganas de luchar por un futuro mejor para su gente. Como se dice en el tema más popular de Kalerizo (que actuó este año en el Bellota Rock de Valdencín) ¡Extremadura explota!

José Manuel Acevedo

 

 


Fuente: Rojo y Negro