Artículo publicado en Rojo y Negro nº 381 de septiembre
La contaminación lumínica es en general bastante desconocida para mucha gente, aunque afecta tanto al ser humano como al medio ambiente y a gran cantidad de especies animales y vegetales. Con la llegada del alumbrado de tipo LED a pueblos y ciudades el problema se está agravando con rapidez y el deterioro en la calidad del cielo nocturno es cada vez más evidente.
Las luces LED emiten luz en todas las longitudes de onda, en todos los colores del espectro. No hace mucho tiempo, cuando paseábamos por el campo de noche, podíamos apreciar el perfil del horizonte en un tono anaranjado que se debía al alumbrado de vapor de sodio (que solamente emite en ese color), pero ahora, en el mismo paseo, vemos unos horizontes blanquecinos con los contornos mucho más definidos debido a las luces LED, el «hongo» de luz artificial que generan nuestras poblaciones ha crecido desmesuradamente.
Uno de los principales problemas es que no tenemos identificado que la luz artificial también ES contaminación. Tenemos claro que nadie puede meternos en casa humo ni ruido ni olores… pero y luz, ¿está permitido? Alguna noche sin presencia de luna podéis probar a apagar todas las luces de vuestra casa, subir las persianas y daros luego una vuelta para ver cuántas sombras proyectáis dentro de vuestra vivienda y de qué intensidad son (el resultado, que variará en función de dónde habitéis, puede ser bastante revelador).
Si por la noche apagas las luces para que no suba la factura, ¿por qué la farola de enfrente, que ilumina una zona donde no hay nadie, continúa encendida? Esa luz también la pagas tú, pero no puedes apagarla. El asunto se pervierte aún más cuando la luz de esa farola además te molesta, se mete en tu casa y te dificulta el descanso, atrae insectos o te impide realizar actividades como fotografiar paisajes nocturnos o mirar las estrellas.
El discurso que más cala para defender una postura en contra de la contaminación lumínica apunta al derroche económico y energético y que cualquier consumo de energía al que se dé un uso innecesario incide en el aumento del calentamiento global; en menor medida se atiende al riesgo para la circulación por deslumbramiento y la intrusión en viviendas con perjuicio para la ciudadanía (sobre esto último ya hay alguna sentencia favorable); y, por último, la afectación que supone a la biodiversidad y el impacto medioambiental, así como sobre el cielo estrellado, que también es patrimonio de las generaciones futuras y debe por tanto ser protegido.
No se trata de enemistarse con la luz artificial, a menudo tiene una utilidad, pero hay que darle un uso correcto y para eso hay que insistir sobre cuatro aspectos fundamentales. Si se cumplieran estas cuatro premisas la cosa mejoraría mucho:
• La luz tiene que estar encendida solo en el momento que sea necesaria, apagándose después.
• Tiene que incidir solamente sobre el lugar a iluminar y en ningún otro, si es necesario se deben apantallar las luminarias. Cualquier fuga de luz al cielo es un error que hay que evitar.
• Su intensidad se debe ajustar a la cantidad necesaria, debiendo modularse a la baja en la mayoría de casos.
• Su color ha de ser el adecuado, durante la noche debe lucir en una tonalidad lo más cálida posible, y en cualquier caso no emitir en el rango azulado del espectro.
De los aspectos mencionados arriba, el color lumínico es el menos intuitivo. Todas las especies que habitamos este planeta nos hemos adaptado al ciclo día/noche y, durante milenios, desde el ocaso solo hemos usado la luz de la Luna y del fuego, algo que nuestra especie ha cambiado en menos de un siglo y medio. La visión humana varía entre unos receptores adaptados a las condiciones de iluminación diurna y otros que funcionan mejor en escasez de luz, estos últimos son los que utilizamos de noche y apenas son sensibles al color. Un alumbrado nocturno con una alta eficacia en reproducción cromática es contrario a nuestra propia naturaleza. Por no hablar del estropicio que genera en el cielo: la atmósfera es sensible a difundir los tonos azules con mayor eficacia que el resto de colores (no hay más que mirar al cielo diurno para comprobarlo), por ese motivo la componente azul por la noche es una aberración, al propagarse mucho más lejos que la cálida. El tipo de visión que utilizan otras especies animales, cómo afecta la luz artificial a sus ciclos alimenticios, migratorios y de reproducción y la afectación a las especies vegetales, es algo que se sigue investigando, aunque los datos actuales ya son reveladores. Mucho de lo mencionado en esta parte se aborda con rigor junto a otros temas en el libro «Hicimos la luz y… perdimos la noche» de Emilio J. S. Barceló, una lectura muy recomendable.
Quienes habitualmente miramos al cielo por afición anhelamos ver más, poder mirar más lejos para comprender más profundo, pero para eso necesitamos cielos oscuros y la propuesta que mantenemos es bastante impopular. En realidad, la mayoría de la gente quiere más luz por los discursos que relacionan alumbrado con seguridad ciudadana o iluminación con desarrollo y también por la falta de formación colectiva en este tema. Por no mencionar que prolongando el día se aumentan también la producción y el consumo y ya sabemos que la economía manda mucho. La iluminación artificial nocturna es otra de las manifestaciones del capitalismo antinatura que dirige nuestro planeta, sin duda hay quienes sacan buenos beneficios manteniendo nuestras poblaciones sobreiluminadas.
Los ayuntamientos deben tener habilitados espacios donde poder denunciar el mal uso en materia de alumbrado. Con algo de insistencia yo mismo he conseguido en mi barrio algunas mejoras en un polígono industrial y en dos instalaciones deportivas, forzando cambios en el montaje de las luminarias, apagando por completo el lugar o regulando significativamente el tiempo de encendido. En este punto, la acción vecinal puede llegar a ser importante animando a la gente a hacer uso de las herramientas de denuncia, divulgando conceptos básicos y removiendo conciencias. La contaminación lumínica es reversible si sumamos esfuerzos para combatirla, porque bajando las persianas de casa no solucionamos el problema en absoluto. Animaos a reclamar siempre que sea necesario, sería un gran logro conseguir reducir un despilfarro que produce tantos perjuicios.
Pablo Requejo Vasco
Espectáculos (Madrid)
Fuente: Rojo y Negro