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«¡Que no engañen las apariencias!»

ArtículosEntrevistas Fuente: Rojo y Negro 12/12/2023
«¡Que no engañen las apariencias!»

Artículo publicado en Rojo y Negro nº 384 de diciembre

Soy Núria Sanmartí, una militante barcelonesa de 26 años. Actualmente, trabajo en el sector de las artes gráficas, pero he pasado buena parte de mi juventud en la hostelería. Pertenezco al SEGAP, el Sindicato de Espectáculos, Artes Gráficas, Audiovisuales y Papel de Barcelona, y a la recién creada Secretaría de Juventud de la CGT Catalunya. Antes de aterrizar en la CGT he militado en diversas organizaciones libertarias y en el movimiento por la vivienda. Finalmente, me he adherido al Movimiento Socialista en Catalunya desde su creación en el 2022.

Me gustaría dedicar estas pocas líneas a reflexionar sobre la cuestión de la falta de afiliación joven al Sindicato, siendo esta una de mis preocupaciones como militante de la Secretaría de Juventud en Catalunya. A menudo asumimos que los jóvenes actuales no militan. Si bien en la CGT tenemos pocos ejemplos de afiliación joven, la juventud en general sigue organizándose, aunque lo hace de manera algo dispersa. Los jóvenes entran en masa en los sindicatos estudiantiles, se movilizan ante los desahucios y participan en los centros sociales okupados de sus barrios. Posiblemente, lo que deba preocuparnos no sea tanto la voluntad de los jóvenes como tal, sino el hecho de que estos abandonen la militancia en su transición a la adultez plena o que no trasciendan la escala territorial local de organización. ¿Qué pasa en esos años críticos para que renuncien al proyecto de hacer la revolución? ¿Por qué, al incorporarse al mundo laboral, no deciden optar por la sindicalización en un sindicato de clase?
En el modo de producción capitalista, la subjetividad de la juventud se ve principalmente formada por la condición de “futura mano de obra”. Tanto en la escuela como en sus primeras experiencias laborales, se espera del joven que se esfuerce para integrarse adecuadamente en las cadenas de producción de valor. Como relevamiento de la fuerza de trabajo, es imperativo para el buen funcionamiento del sistema que se forje una juventud disciplinada y dócil, adecuada a un mercado con crisis cíclicas que sacuden con dureza un ejército de reserva ya global. Este proyecto de adiestramiento juvenil siempre ha sido necesario, pero deviene ahora imprescindible ante la acentuación de las contradicciones del Capital. Los nuevos trabajadores del siglo XX se han visto abocados a competir internacionalmente por el acceso al trabajo, reduciéndose así notablemente su poder de negociación ante los empresarios. Este proceso ha ido acompañado de una batalla cultural que el empresariado ha librado contra la clase trabajadora: a la vez que ha criminalizado la pobreza, ha moralizado el individualismo extremo. La mezcla se ha demostrado eficaz a la hora de neutralizar la lucha de clases entre las nuevas generaciones: los jóvenes somos ciudadanos del mundo, de ninguna parte y de todos lados, soberanos de nuestro futuro, inversores de moneda ficticia y entrepreneurs de nuestra propia vida.
El 15M y el auge de la izquierda independentista catalana mostraron cierta resistencia ante este proceso y fueron un puente de entrada a la militancia para muchos jóvenes. Muchos de estos salieron desanimados de este ciclo político cuando su expresión política se institucionalizó en forma de partidos socialdemócratas, lo que llevó a renunciar a la posibilidad de construir un proyecto revolucionario y a relegar la militancia a una experiencia juvenil. Otros rebajaron sus expectativas, y decidieron reconducir sus inquietudes políticas hacia una finalidad clara: el mantenimiento de los restos del sistema público. A nivel subjetivo, lo que pedía esta parte la juventud era poder mantener los estándares de vida de sus padres. Este proceso no fue casual: el problema de fondo es que, ante la falta de alternativas revolucionarias sólidas, muchos jóvenes acababan tildando sus experiencias de primera movilización de utópicas y conformándose con una actividad política basada en la demanda de reformas dentro del sistema sin que la base de este fuera siquiera cuestionada.
Ante este escenario, es imprescindible que volvamos a situar la lucha por la hegemonía como una prioridad. La renuncia a la construcción de un programa revolucionario nos ha relegado a un papel marginal, condenado al corporativismo, el resistencialismo y la judicialización en el ámbito de las luchas salariales. La batalla ideológica por la imposición de un nuevo sentido común que demuestre a los trabajadores que en las condiciones actuales la reforma no es ni posible ni deseable para nuestra clase es la clave para volver a vincular a los jóvenes a un proyecto revolucionario.
La clase trabajadora no es una institución económica, cuya composición pueda deducirse de las nóminas de sus partes (como ya han señalado otros compañeros en la revista en números anteriores), sino que esta se erige como clase cuando comprende su capacidad histórica de acabar con el capitalismo aboliéndose a sí misma en el proceso. Nuestra tarea como cuadros de la CGT, por lo tanto, es la de socializar el proyecto revolucionario mediante la lucha en los centros de trabajo y, por supuesto, hacerlo entendiendo este como un momento más de la lucha de clases, inseparable de la lucha por el acceso universal a la vivienda y los medios de subsistencia y por la abolición de toda frontera y violencia dentro de nuestra clase.
Desarrollar una lucha cultural no implica que una vanguardia subordine, desde fuera, espacios de organización pretendiendo aportar ahí una conciencia política ajena a los trabajadores mismos. Esta metodología, aparte de inmoral es, sobre todo, impotente. Pero una cosa es intentar manipular para fines privados y otra es socializar, sin complejos ni secretismos, nuestro proyecto de abolición del capitalismo. Inmoral sería no hacerlo, es nuestro deber histórico. Si queremos constituirnos como clase política para este fin, tenemos que sabernos capaces de hacer la revolución y saber explicar a otros trabajadores por qué es deseable. En este sentido, los jóvenes tenemos mucho que aprender de aquellos que nos han precedido, y que han desarrollado incansablemente conflictos contra la patronal en unas dimensiones que la juventud hoy en día apenas podemos imaginar.
Para acabar, insisto: ¡Que no engañen las apariencias! La juventud de hoy en día sí que es susceptible de sentirse apelada por el sindicalismo de clase porque cada vez tiene menos que perder y más que ganar. Además, los y las jóvenes, cada vez se identifican menos con el contenido de sus trabajos, que ejecutan temporalmente o a media jornada sometiéndose a altas tasas de explotación. Tampoco se sienten comprometidos con el proyecto de sus respectivos empresarios que se les aparecen como alteridades. Esta desafección juvenil del mundo del trabajo no es una debilidad, sino que es una oportunidad. Solo mediante la constitución de la clase trabajadora de un poder político independiente podrá esta juventud renunciar al sueño de clase media y adherirse a las filas del programa revolucionario. Solo mediante este poder podrá, de manera efectiva, negarse a ser el vehículo de degradación salarial de los trabajadores para constituirse, en su lugar, como agente ofensivo contra el proyecto burgués.

Núria Sanmartí

 


Fuente: Rojo y Negro