Le encanta el pescado pero cocina potajes, pasta y arroz. Araceli Serena es una persona activa, sonriente y optimista, pero no sabe si podrá celebrar la fiesta de cumpleaños de su marido Manuel Recio, que va a cumplir los 50. Ya hace tiempo que sustituyó el zumo que le gustaba a su hijo por otro más barato.
En casa de los Recio, es Araceli quien lleva las cuentas. Está en paro desde 2007 y es la artífice de que su marido, sus dos hijos y ella hayan vivido desde entonces sólo con el sueldo de él, que asciende a 1.400 euros. Pero el año nuevo vino cargado de malas noticias : a su marido, que trabajaba en una industria auxiliar de la automoción, le anunciaron un ERE. Poco después, se anunció el cierre de la planta y Araceli comprendió que su familia se convertía en una de las 827.200 que hay en España donde ninguno de sus miembros en edad de trabajar lleva un sueldo a casa.
En su apartamento de 49 metros cuadrados del barrio de La Torrassa, en lHospitalet de Llobregat, Araceli hace cuentas para llegar a fin de mes. No tiene costumbre de encender luces, por ahorrar. «Con un salario íbamos justos, pero llegábamos. Sin ninguno, es imposible», concluye.
Los Recio están pendientes de saber en qué condiciones Manuel abandonará Esteban Ikeda, la empresa de fabricación de asientos de coches en que ha trabajado desde 1992. Hasta marzo, seguro que cobrará porque le afecta un ERE. A partir de entonces, todo son dudas.
«Tengo mis ratos, pero no me puedo venir abajo porque él también se hundiría», dice esta mujer que toda su vida trabajó en fruterías y verdulerías. Comenzó a trabajar con 14 años y desde entonces sólo paró cuando nacieron Manuel que tiene hoy 17 años y Nadia, que cumplirá los 15. En 2007, tuvo que dejar la frutería donde estaba con su hermana. «Cada vez había más supermercados en la zona y el negocio ya no daba para las dos», recuerda.
Batalla para encontrar trabajo
Inmediatamente después, comenzó a buscar empleo. Dejó su currículum en las seis agencias de trabajo temporal que hay en su barrio. «Ni una sola vez me han llamado», dice. También se dio de alta en cuatro portales para encontrar empleo por Internet. Dedica hasta dos horas al día a estudiar las ofertas y ha aprendido verdades muy crudas. La primera, que para ser dependienta hay que ser menor de 40 años. «Es lo que he hecho toda la vida y lo que se me da mejor. Pero con más de 40 años, es imposible», dice. La segunda, que para determinados trabajos en Barcelona hace falta el inglés. «Me apunté a un curso, pero era incapaz, un día hasta lloré», recuerda.
Araceli ha hecho cursos de manipuladora de alimentos y de informática para reciclarse en otros sectores, pero ya no selecciona ofertas. «Ahora ya me da igual, busco lo que sea», dice. Hasta hace poco, la prisa por encontrar trabajo era relativa. Pero la situación de la empresa de su marido ha cambiado las cosas y las consecuencias ya se dejan notar.
«En los últimos meses nos ha cambiado la manera de comer. Cocino lo más barato, la carne sólo es para los niños, normalmente hamburguesas de carne de potro», explica. «Suerte que de vez en cuando mi madre y mi hermana me llenan la nevera», añade.
Pero no es sólo en la cocina donde los Recio han tenido que apretarse el cinturón. El año pasado se compraron una plaza de aparcamiento que les costó 24.000 euros. «Tendremos que hablar con el banco para aplazar las letras», dice Araceli. Las otras opciones son alquilarla o venderla.
Cambio de vivienda
También el año pasado acabaron de pagar la hipoteca de la casa de veraneo que compraron en Segur de Calafell hace quince años. «No hemos podido acabarla del todo», dice Manuel, que explica que en la misma calle hay cinco viviendas en venta desde hace meses. «Si esto se alarga, la alternativa sería vivir allí y alquilar este piso, que es más fácil que vender la casa», explica.
Manuel es representante sindical en su empresa y su rutina en las últimas semanas está salpicada de visitas a abogados y reuniones para aclarar el futuro de la planta. «Espero que todo vaya bien, pero si no, tocará reciclarse», dice. «Yo tengo todos los carnés de conducir y si tengo que volver al camión, vuelvo», añade.
El cierre de su empresa no le quita la sonrisa. «Afortunadamente, soy como un mechero, gasto muy poco : mi única afición es internet», dice. «Con los niños también hemos tenido mucha suerte», añade Araceli. «Gastan muy poco y no tienen ni paga».
Pese a todo, también los niños son conscientes de la situación económica que atraviesan sus padres. A Manuel, el mayor, no le pasan desapercibidas las miradas de sus padres cuando les dice que quiere estudiar Historia. Y Nadia a lo mejor tiene que cambiar de colegio : la escuela a la que va es concertada pero en secundaria ya es privada. La diferencia con un colegio público es de 240 euros al mes. Todo un abismo para los Recio.
Araceli está pendiente de una oferta de trabajo. De ella depende que su familia pueda volver a hacer actividades que hoy, sin ningún sueldo, son un lujo : que los regalos de reyes no lleguen con las rebajas, como pasó este año. Que su hija pueda hacer el viaje de intercambio a Francia. Circular de nuevo por la autopista. Volver a pisar un cine…