Estas líneas recogen qué es lo que, desde mi punto de vista, debería ser la izquierda entre nosotros. En ellas se elude premeditadamente una discusión tan farragosa como necesaria --la relativa a las virtudes y desventajas del término izquierda--, al tiempo que se toma en muchos sentidos como modelo lo que supone el movimiento del 15 de mayo. Ahora disponemos de un referente material al que vincular nuestras ideas, y en singular la de que movimientos como ése son realidades plenas.
1.
Cualquier iniciativa que pongamos en marcha debe ser, por fuerza,
asamblearia y autogestionaria. Tenemos ya noticia cumplida de lo que
significan, como obstáculos para la emancipación, maquinarias
burocráticas, liderazgos y liberados.
Muchas de las manifestaciones del 15-M han puesto de relieve cómo la
gente de a pie tiene a menudo más capacidades, talento y coraje que
quienes dicen ser sus representantes.
1.
Cualquier iniciativa que pongamos en marcha debe ser, por fuerza,
asamblearia y autogestionaria. Tenemos ya noticia cumplida de lo que
significan, como obstáculos para la emancipación, maquinarias
burocráticas, liderazgos y liberados.
Muchas de las manifestaciones del 15-M han puesto de relieve cómo la
gente de a pie tiene a menudo más capacidades, talento y coraje que
quienes dicen ser sus representantes. En ese sentido, un movimiento
como el mencionado debe aspirar, por lógica, a convertirse en una
omnipresente y libertaria instancia que plantee, en todos los
terrenos, la doble perspectiva de la asamblea y la autogestión, y
que desdeñe, hasta donde sea posible, la delegación de las
decisiones en otros. Hablamos, en otras palabras, de la primacía de
la democracia directa sobre las reglas propias de las democracias
representativa y participativa.
2. Es
preciso defender un proyecto de sociedad adaptado a lo anterior. Ello
significa, por encima de todo, pelear por la descentralización,
recuperar con orgullo la vida local –hacer otro tanto, claro, con
una vida social arrinconada por la miseria de la producción, el
consumo y la competitividad– y propiciar una progresiva
descomplejización de nuestras sociedades. Somos tanto más
dependientes cuanto más complejas son las relaciones que trenzamos.
En el sentido general invocado, cualquier discurso que haga de la
emancipación su meta debe apostar con orgullo por la reaparición
exultante del medio rural y debe mostrarse escéptico ante la
eventual dimensión liberadora de la abrumadora mayoría de las
tecnologías creadas por el capitalismo.
3. Por
lógica el proyecto descrito debe responder a una prioridad: la de
construir desde ya, sin aguardar a
eventuales y estériles tomas del poder,
espacios de autonomía en los que se apliquen reglas del juego
distintas de las que se hacen valer al calor del capitalismo que
padecemos. Aunque conviene subrayar que ese proyecto tiene a todas
luces un contenido diferente de aquel que reivindica el despliegue de
esfuerzos encaminados a conseguir que nuestros gobernantes modifiquen
unas u otras políticas, no hay por qué desdeñar que, tácticamente,
esa tarea de presión se haga valer también.
Las
cosas como fueren, entre nosotros parece inevitable partir de un
rechazo palmario de lo que han supuesto la idolatrada transición
española y, con ella, el orden político –la democracia
liberal— perfilado en torno a la
Constitución en vigor. Y parece urgente plantar cara, en paralelo, a
lo que significan unos medios de incomunicación dramáticamente
volcados al servicio de inconfesables intereses.
4. El
proyecto que nos ocupa tiene que ser inequívocamente
anticapitalista. Seamos más precisos: no puede ser exclusivamente
antineoliberal,
toda vez que es posible contestar agriamente el neoliberalismo, por
entender que es una manifestación extrema e indeseable del
capitalismo, al tiempo que se acepta, sin embargo, la lógica de
fondo de este último. No es creíble ninguna iniciativa de
transformación que sea meramente ciudadanista,
esto es, que plante cara a una u otra aberración del sistema
mientras olvida cuestionar éste como un todo.
Hay
que recordar, cuantas veces sea preciso, que el mundo del trabajo
asalariado y de la mercancía sigue estando en el centro de muchas
cosas. Y lo sigue estando tanto más cuanto que el capitalismo
contemporáneo en muchos sentidos está recuperando reglas y modos de
acción que una ilusión óptica sugería que había abandonado para
siempre. Esa recuperación coincide llamativamente, por cierto, con
la apertura de una fase de corrosión terminal del propio capitalismo
que en una de sus dimensiones se vincula estrechamente con su ceguera
ante las consecuencias, dramáticas, de la crisis ecológica en
curso.
5. Desde el respeto a muchas gentes valiosas
que creen en unos y otras, sobran las razones para guardar todas las
distancias con respecto a lo que suponen partidos y elecciones. El
registro histórico de nuestra izquierda
políticaes bien poco estimulante. En
él se dan cita el asentamiento de genuinas castas burocráticas, el
despliegue de prácticas aberrantemente lastradas por la obsesión
electoral, un lamentable anquilosamiento programático
–con
las diferentes modulaciones de la socialdemocracia en la trastienda–
y, en suma, una llamativa ausencia de sensores que permitan calibrar
lo que piensan y desean muchas de las personas aparentemente
próximas. Una de las manifestaciones más claras de todo lo anterior
la aporta, en estas horas, la escueta defensa de los Estados del
bienestar en abierta ignorancia de lo que éstos han supuesto
históricamente, de la forma política que inequívocamente los
acompaña, de su insoslayable vinculación con la lógica del
capitalismo y de su difícil sostenibilidad ecológica.
Sobran
las razones, entonces, para contraponer izquierda
política e izquierda
social, y para sostener, cuantas veces
sea preciso, que las concreciones de esta última que merecen la pena
no necesitan instancias de representación externas. No hay mayor
motivo para acatar, por añadidura, la idea de que es tan posible
como razonable crear partidos de tipo
nuevo. Aquéllos de los que ya
disponemos son suficiente ilustración de las carencias históricas
de la forma correspondiente, y de la condición parcial de su
propuesta (también en el terreno
ideológico: al parecer es imposible encontrar un partido que postule
al tiempo de forma consecuente el designio de la lucha social y el
propósito de hacer frente de manera cabal a la crisis ecológica).
6. Una
reflexión similar debe tener por objeto las miserias que rodean hoy
a los dos sindicatos mayoritarios.
Estos últimos, pilares fundamentales del sistema que padecemos,
arrastran todas las secuelas de su abrumadora dependencia con
respecto a los recursos públicos. Burocratizados y vinculados poco
menos que en exclusiva con los trabajadores asalariados, le han dado
alas a muchas de las aberraciones que estos últimos han acabado por
abrazar, y entre ellas la que, tras idolatrar el salario, identifica
sin más consumo y bienestar (no es más halagüeño lo que puede
decirse de la mayoría de las ONG, también anquilosadas, volcadas
sobre sí mismas y paradójicamente dependientes de las arcas
públicas).
Aunque
todos los discursos sindicales plantean problemas, salta a la vista
que éstos resultan ser sensiblemente menores en el caso del
sindicalismo alternativo y resistente, las más de las veces de cariz
anarcosindicalista y muy próximo, cognitiva y emocionalmente, a la
izquierda social y
a movimientos como el del 15 de mayo.
7.
Además de anticapitalista, cualquier
proyecto de emancipación que cobre cuerpo en el Norte opulento en el
inicio del siglo XXI tiene que ser por fuerza antipatriarcal,
antiproductivista, antimilitarista e internacionalista. Debe colocar
en un primer plano, en otras palabras, el propósito de acabar en
todos los órdenes con la marginación, material y simbólica, que
padecen las mujeres; tiene que responder, en segundo lugar, a una
defensa cabal de los derechos de las generaciones venideras (y de los
de las demás especies que nos acompañan en el planeta Tierra); ha
de hacer frente, en tercer término, a lo que acarrean poderosas
instancias de cariz militar-represivo –y a los valores
consiguientes–, y está en la obligación de dar aliento en todo
momento a los designios de liberación que cobran cuerpo en los
países del Sur.
Todo
ello implica que en las diferentes concreciones materiales de ese
proyecto tiene que estar presente en todo momento un horizonte de
medio y largo plazo que a menudo falta en las propuestas, casi
siempre cortoplacistas,
de la izquierda política.
8. De
siempre arrastramos problemas que en un grado u otro se vinculan con
la cuestión generacional. Al respecto es importante, por lo pronto,
que recordemos que la visión de muchos hechos complejos –lo que es,
por ejemplo, el bienestar o lo que significa consumir– tiene una
dimensión generacional a la que debemos prestar, para no
equivocarnos, una expresa atención. Esto al margen, el proyecto
emancipatorio se verá sensiblemente lastrado si en su seno no están
presentes, con sus percepciones singulares, las diferentes
generaciones. Tan grave es que en un movimiento falten los jóvenes
como que en él no haya gentes de edad. Y, sin embargo, y como es
sabido, una y otra realidad son harto comunes entre nosotros.
9.
Aunque el discurso dominante quiere hacernos creer lo contrario, la
defensa cabal del derecho de autodeterminación es inexcusable. No
vaya a ser que, si no la asumimos, aceptemos de buen grado las
consecuencias de esa monserga que al cabo nos viene a decir que todo
puede discutirse –es evidente, claro, que no es así– excepto la
condición e integridad del Estado en que vivimos. Sobran las razones
para afirmar que sólo cabe describir como democrática la
configuración de una comunidad política, sea cual fuere ésta,
cuando la adhesión a ella es plenamente voluntaria. En tal sentido,
defender entre nosotros, por ejemplo, la configuración de un Estado
federal sin antes haber garantizado la plena voluntariedad de las
adhesiones a esa forma de Estado es, sin más, una aberración. Y lo
es incluso para quienes, legítima y razonadamente, recelan de los
Estados.
10.
Cualquier proyecto de emancipación que se precie de tal debe partir
de la certificación de que habrá siempre un riesgo al acecho. Con
un lenguaje que es de otra época, Cornelius Castoriadis lo describió
como “el constante renacimiento de la realidad capitalista en el
seno del proletariado”. Digámoslo con otras palabras: nunca
debemos olvidar que nosotros mismos formamos parte de ese sistema al
que deseamos plantar cara, de tal suerte que sus vicios y
aberraciones se manifiestan frecuentemente en nuestra conducta. Por
eso es tan importante que en todas nuestras iniciativas se revele el
firme y libertario propósito de subvertir o, lo que es lo mismo, de
abandonar el imaginario de la jerarquía, de los personalismos, de la
ciencia, de la tecnología, del crecimiento, del consumo, de la
productividad y de la competitividad.
Semejante
tarea se hace aún más perentoria en un momento como el presente, en
el que, por retomar la muy conocida teorización de Walter Benjamin,
y ante el colapso que se avecina, estamos
obligados a aplicar, nosotros mismos, los frenos de emergencia que ha
perdido dramáticamente el sistema que padecemos.
Carlos Taibo
Fuente: Carlos Taibo