Tradicionalmente la nivelación social, más retórica que otra cosa a falta de una auténtica justicia equitativa, se buscaba mediante eso que llamamos igualdad de oportunidades, que en realidad es sólo una frase cuca para encubrir una indecencia: que al rico de cuna se le mida por el mismo rasero que al pobre de solemnidad. Así el sistema perpetua el darwinismo social sin dañar su imagen placeba. Aunque, en fin, menos daba una piedra.
Pero ahora ni eso. También ahí han metido la tijera y el trabuco. Sanidad y Educación, los dos reductos donde podían espabilarse los de abajo para salir del pelotón de los eternos segundones (mens sana in corpore sano), vuelven a la línea de salida, al statu quo, a ser un oscuro objeto de deseo para quien no tenga padrinos o la cartera llena. A partir de aquí, los pensionistas que, por razón de sus parcos ingresos y por motivos de edad, son el sector social más vulnerables (el término administrativo “clases pasivas” lo dice todo) van a tener que cotizar por las medicinas.
Pero ahora ni eso. También ahí han metido la tijera y el trabuco. Sanidad y Educación, los dos reductos donde podían espabilarse los de abajo para salir del pelotón de los eternos segundones (mens sana in corpore sano), vuelven a la línea de salida, al statu quo, a ser un oscuro objeto de deseo para quien no tenga padrinos o la cartera llena. A partir de aquí, los pensionistas que, por razón de sus parcos ingresos y por motivos de edad, son el sector social más vulnerables (el término administrativo “clases pasivas” lo dice todo) van a tener que cotizar por las medicinas. Copago llaman a esta confiscación.
Sostienen los que mandan que es para racionalizar el consumo (es cierto que los abuelos suelen creer en las píldoras milagrosas) y detener la hemorragia financiera de la seguridad social. Pero la propaganda oficial solapa una agresión de clase tendente a la “igualdad de oportunidades”, en una competencia desigual que a medio plazo tendrá serias consecuencias sobre la esperanza de vida y el umbral de muerte de nuestros mayores sin posibles. Ya ha advertido el Fondo Monetario Internacional (FMI) que la gente está viviendo demasiados años y eso debe remediarse.
Otro tanto ocurre con la universidad, el alma mater. El ministro Wert, un zoquete con afán de superación, acaba de anunciar la subida de las tasas universitarias en un 50% penalizando a los repetidores (quienes trabajan a la vez y carecen de apoyo académico extra son su diana) después de haber dicho con precoz estulticia que la masificación de las aulas y el aumento en las horas de trabajo de los profesores mejorarán la enseñanza. La versión groucho-leninista del cuanto peor mejor. Que es tanto como pretender que del cruce entre un besugo y una lombriz nazca un Cajal. Todo ello cuando los egresados se ven obligados a pillar la maleta del destierro -ojo, no son emigrantes; son desterrados político-económicos- y los que se quedan permanecen todos los lunes al sol porque, oh milagro, están obesos de saber, sobretitulados, y ello les hace ser inútiles ante un mercado que selecciona cabezas troqueladas, espíritus resignados y machacas sin atributos. Lástima que en el gobierno de Su Majestad dominen los indocumentados y un puñado de jetas.
A nadie con dos dedos de frente se le escapan las consecuencias sociales de la buena nueva promulgada por Educación. Si a lo ya anunciado, sumamos el recorte de becas universitarias, la laminación del presupuesto para el Programa Erasmus (¿qué estudiante de familia humilde va a poder ahora salir al extranjero para completar estudios?) y la constitución de un Comité de Sabios controlado por los economistas de Fedea y el vicepresidente del banco Santander (y presidente de la Fundación Príncipe de Asturias,) Tomás Rodríguez Inciarte, comprenderemos la devastadora e impune intromisión de la red financiera Universia en los campus, la profusión de publicidad sobre los préstamos de “movilidad internacional Fórmula Santander”, y sobre todo porqué el histórico déficit de la enseñanza superior en nuestro país puede hacerse estructural. Vamos atropelladamente hacia el modelo yanqui, en donde se acepta como dogma de fe que el rico lo es por mérito y todos celebran triunfar en los negocios como meta vital. Con el lastre en el caso español de que aquí no existe ni tradición ni mecanismos democráticos para impulsar la promoción social.
Los hechos una vez más nos comprometen. El milagro español consiste en ser el cuarto país de Europa con mayor índice de desigualdad tras Letonia, Rumania y Lituania; tener el gasto público en educación en relación al PIB de capa caída desde 2009 -a pesar de que por primera vez en diez años la tasa de abandono se había reducido- y que en la actualidad el 22% de los jóvenes ni estudie ni trabaje. Este es el rancho intelectual, rico en calorías y magro en vitaminas, que justifica el raquitismo social imperante. No contamos con una sola universidad en los ránquines de excelencia, pero somos líderes planetarios en escuelas de negocios. Vamos como una bala y al mismo tiempo servimos de carne de cañón. Pagamos la crisis desatada por la codicia de los poderosos y contemplamos pasmaos desde la grada cómo los gurús financieros vomitados por los Esades de turno forman a la élite que nos esquilma, alcapones de vía estrecha, llámense Urdangarín o Torres, con bendición real. Quizás por eso España ostenta el índice de mayor población reclusa del continente, aunque allí también se cumple la tradición: al talego sólo van los perdedores.
No hay recursos, ha pontificado Mariano Rajoy durante su coronación como doctor Honoris Causa en Colombia. Y por lo tanto ponen en marcha la guillotina social. De nuevo, como hizo Zapatero, socializar las pérdidas y privatizar los beneficios (Repsol mediante). Robin Hood al revés, atracar a los pobres para dárselo a los ricos. Para eso está en BOE, el rodillo parlamentario, la Casa Real y el obispo de Alcalá. Trono, Altar y Capital juntos. La Santísima Trinidad. Los de la amnistía fiscal, las subvenciones públicas a la “única religión verdadera” y los cazadores furtivos.
No nos representan.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid