Grupos de exaltados increpan a las mujeres que intentan manifestarse en El Cairo a favor de la igualdad de los sexos. La revolución egipcia ha ayudado a superar algunos prejuicios religiosos y ciertas diferencias socioeconómicas, pero hay algo con lo que no ha podido: el machismo.

Daniel Iriarte / Nuria Tesón [El Cairo · Mar 2011] Egipto  reportaje 

 

Mercenarios adolescentes, Libia 2011Para el Día
Internacional de la Mujer estaba convocada la “Marcha del Millón de
Mujeres” en la Plaza de Tahrir. Apenas acudieron unos pocos centenares.
Tal vez porque la mayoría intuía lo que se iban a encontrar.

“Cada uno hace la revolución por sus propios motivos. Para

Mercenarios adolescentes, Libia 2011Para el Día
Internacional de la Mujer estaba convocada la “Marcha del Millón de
Mujeres” en la Plaza de Tahrir. Apenas acudieron unos pocos centenares.
Tal vez porque la mayoría intuía lo que se iban a encontrar.

“Cada uno hace la revolución por sus propios motivos. Para
nosotras es un momento útil, para dirigir la atención hacia este tipo
de cambios, hacia los roles sexuales”, explica D. E., monitora
deportiva. “No veo que la dictadura sea algo que ocurra solamente a
nivel de gobierno, sino que sale del corazón de la sociedad. Si alguien
es un dictador en casa, también va a serlo en la política”, asegura.

D.E. sostiene un cartel en el que se lee: “La dictadura caerá
cuando caiga la dictadura machista”. A su alrededor, una docena de
mujeres, tanto con velo como sin él, algunas envueltas en la bandera
egipcia. “Yo soy tu igual”, reza una de las pancartas que enarbolaba una
joven estudiante con gafas. Pero eso es algo con lo que muchos hombres
egipcios no están de acuerdo.

“Míralas, ¡no son egipcias!”, dice un hombre de unos cuarenta
años. Ciertamente, en la manifestación hay dos extranjeras, pero ambas,
en cuanto se dan cuenta de la situación, abandonan el grupo. Un corro
de hombres las rodea y empieza a decirles: “¿Qué hacéis aquí? La mujer
está para parir y estar en casa”.

Las dos extranjeras, que hablan árabe perfectamente —una de ellas
está casada con un egipcio— comienzan a discutir con los hombres. Milicianos rebeldes, LibiaAlgunos
justifican su postura con versos coránicos, pero para la mayoría no es
ni siquiera una cuestión religiosa: “No entendéis que ésta es la
cultura egipcia, que las cosas son así”, les aseguran.

Peor lo tienen las propias egipcias. Los hombres comienzan a
increparlas, a gritarles. “Pero, ¿qué pedís? ¿Qué es lo que no os
gusta?”, dicen. Uno se acerca a D.E. y le espeta: “Esto es lo que
quieren los extranjeros. ¡Estáis debilitando nuestra revolución!”.
Otro, un anciano, se coloca por detrás y empieza a corear: “¡Ahora no,
ahora no!”. Un tercero levanta una pancarta que dice: “¿Dónde están las
madres de los mártires? ¿Dónde están las campesinas egipcias?” La
acusación está clara: aquellas que reclaman su propia emancipación no
son verdaderas egipcias.

Ideas medievales

No sólo los hombres
piensan así. “Te manifiestas tú, que tienes coche y piso. Yo sólo tengo
hijos”, escupe una chica de veintipocos años, cuyo aspecto delata que
viene de un entorno tradicional. La multitud aplaude sus palabras. Poco
a poco, los ánimos se van exaltando. Los hombres consiguen separar a
las mujeres en pequeños grupos aislados, las rodean, las humillan, les
impiden hablar. Algunas se marchan, llorando de impotencia. Otras,
escoltadas por el ejército o por otros hombres, después de ser
zarandeadas por la multitud. Mientras, la masa grita: “¡Fuera, fuera!”

“No sospechábamos esta rabia ante la idea de que la mujer pueda
estar al mismo nivel que el hombre. Aquí todavía hay mucha gente que
tiene ideas medievales muy arraigadas”, relata D.E. “Los varones
egipcios tienen la idea de que sólo son hombres si dominan a la mujer.
Por eso, sienten que si ella tiene la igualdad, ellos pierden su
hombría”, afirma.

Durante las revueltas parecía que todas estaban de acuerdo desde
el principio. No era el momento de hacer luchas individuales. NMilicianos rebeldes, Libiai
siquiera por una cuestión de género. Las mujeres egipcias permanecieron
en las calles junto a sus compañeros varones desde el primer minuto de
la protesta, pero no pensaban en ellas, sino en el bien común. Las
ancianas proveían de agua y bebidas de cola a los que sufrían los
efectos del gas lacrimógeno, las madres, esposas y hermanas sujetaban
las pancartas, llevaban a sus hijos a las manifestaciones o preparaban
el avituallamiento. Ni un paso por detrás de los varones.

También hicieron de escudos cuando les apedreaban y se plantaron
ante los tanques banderas en ristre y gritaron su himno nacional a la
cara de los que les disparaban y apedreaban. Juntos, hombres y mujeres
conquistaron  la plaza de Tahrir, la plaza de la Liberación y allí
durmieron, gritaron o se pasearon con sus demandas de democracia  y
libertad. A veces en grupos sólo femeninos, la mayoría del tiempo
mezcladas con los hombres esgrimiendo banderas y vociferando consignas,
como uno solo. Para muchas de ellas esta esa fue su primera conquista.

Por su cabeza pasaba Hoda Shaarawi, la primera fémina que se
quitó el velo en público y la fundadora del Sindicato de Mujeres. Una
egipcia acomodada que estuvo profundamente involucrada en política,
sentó muchas de las bases del feminismo árabe y fue un modelo para el
movimiento de liberación de la mujer.

Pero la mayoría de las que se encontraban aquellos días en Tahrir
sólo sabían de ella que da nombre a una conocida calle en el centro de
El Cairo. Pasado el espejismo, la realidad esperaba a las mujeres en el
mismo sitio de siempre. Como Hoda Shaarawi, que después  de haber
luchado denodadamente por la independencia de Egipto vio como el nuevo
gobierno negó el voto a la mujer e incluso les prohibió la entrada al
Parlamento egipcio.

Como Shaarawi, las mujeres han vuelto a ser ignoradas cuando han empezado a darse pasos hacia una transición democrática. Milicianos rebeldes, LibiaSi
el Gobierno de Hosni Mubarak tenía a cuatro mujeres entre una veintena
de ministros, el nuevo Gabinete de Essam Sharaf solo tiene a Fayza
Abul Naga, una herencia del régimen anterior, en el Ministerio de
Cooperación Internacional.

Lo mismo ha sucedido con la coalición de Jóvenes del 25 de Enero
que instigó la revolución y que se reunió con representantes del Consejo
Supremo de las Fuerzas Armadas apenas una semana después de la caída
de Mubarak. Sólo Asmaa Mahfouz tuvo el privilegio de encontrarse entre
los ocho emisarios de la juventud egipcia que haló con los militares.

Tampoco había ni una sola mujer en el grupo de sabios que ha
elaborado las enmiendas propuestas a la Constitución egipcia y que
deberá votarse el próximo 19 de marzo en un referéndum. Inferioridad
salarial, peores condiciones laborales y violencia sexual como norma es
a lo que la mujer egipcia se enfrenta cada día. Y no sólo por motivos
religiosos.

Por un momento, a D.E. le domina la emoción, pero se sobrepone al
instante. Sabe que debe hacerlo para seguir luchando. “Los que nos han
hecho esto no son los revolucionarios que acampan en el centro de la
plaza. De hecho, muchos hombres nos defendían, pero estaba claro que
eran gente educada”, dice. “Estoy convencida de que la culpa de todo
esto la tienen la corrupción y la falta de educación provocados por el
régimen de Mubarak”, asegura. Un desafío enorme para la revolución, en
un país donde la mitad de la población no sabe leer ni escribir.