El viernes 11 de agosto, una amplia gama de grupos de extrema derecha de todo Estados Unidos se reunieron en Charlottesville, Virginia para realizar una marcha previa a su reunión “Unite the Right” convocada para el día siguiente. Cientos de ellos desfilaron por toda la ciudad llevando antorchas encendidas ante una tímida y poco visible presencia policial. Las calles se encontraban en gran medida vacías, gracias a una petición del gobernador de Virginia, Terry McAuliffe, quien pidió a la población no salir de sus hogares para evitar problemas. Cuando la marcha llegó a una estatua confederada cercada por unas docenas de estudiantes universitarios antifascistas que se oponían a la movilización de extrema derecha, los fascistas, portando sus antorchas encendidas, los rodearon y atacaron.

 

 

 

 

Hasta el momento, algunos de los participantes en estos tipos de movilizaciones habían sido un tanto precavidos a la hora de definir su política. Ahora, todos ellos se han unido a cantos explícitamente fascistas como “blood and soil,” mientras que muchos otros levantaron sus brazos haciendo el saludo nazi; está claro que todos ellos -la llamada Alt Right, los Proud Boys y todos los demás Milicianos y Oathkeepers y todas las bases de “trolls” que los acompañan- están abiertamente apoyando al fascismo. Su objetivo es crear una situación a través de la cual puedan aterrorizar y asesinar con impunidad con el fin de crear un Estado supremacista aún más blanco, un estado aún más totalitario.

Con esta marcha en Charlottesville, la extrema derecha ha cruzado un umbral. Hasta ahora, parecían ser una variedad heterogénea de grupos organizados en redes sociales, la mayoría de los cuales carecían del valor para identificarse abiertamente con el fascismo. Hoy en día, han logrado ser un movimiento social capaz de reunir a cientos de personas para llevar a cabo actos organizados de violencia mientras la policía observa distante. Ellos pretenden aprovecharse de la ignorancia y de la inseguridad de la precaria clase obrera blanca para engañar a los blancos pobres y lograr que estos sirvan de nuevo como carne de cañón en favor de los planes de sus propios opresores.

Pero no es demasiado tarde -no aún, por lo menos-. Los fascistas están logrando visibilidad antes de realmente tener los números o la legitimidad en la arena pública que necesitan para defender su nueva posición. Si actuamos rápida y decididamente -sin darles ni legitimidad, ni espacio- todavía hay tiempo para detenerlos antes de que avancen el reloj de 2017 a 1933.

¿Recuerdan el pasado mes de noviembre, cuando Donald Trump fue electo y parecía que todo Estados Unidos estaba a punto de convertirse en una dictadura de extrema derecha? Mientras los liberales se encontraban inmovilizados por el shock, los anarquistas inmediatamente fuimos a la ofensiva para desestabilizar el régimen de Trump antes de que todos se acostumbraran a un nuevo nivel de tiranía. Reconocimos que la extrema derecha había llegado al poder demasiado temprano, antes de que pudieran construir un amplio consenso en favor de su agenda, y esto los colocaba en una posición vulnerable. Al actuar de manera decisiva contra la toma de posesión y, más tarde, contra la prohibición de entrada al país de la población musulmana, ayudamos a demostrar que no podía haber negocios o política como de costumbre bajo la era de Trump, y esto creó fracturas dentro en los corredores del poder.

Si no fuera por estas expresiones de desafío inmediatas y masivas, los jueces podrían no haber tenido el valor para bloquear la prohibición de entrada de musulmanes, o los empleados de la Casa Blanca en filtrar información. ¡Imaginen que sería de los EE.UU. ahora si Trump gobernará plenamente con el aparato de estado que lo soporta! En cambio, hoy en día, el gobierno estadounidense parece más disfuncional que nunca. Eso puede explicar por qué Trump está amenazando con la guerra para reforzar su posición, mientras que los fascistas ya no cuentan con su gobierno para ejecutar su agenda bajo el velo de normalidad. 

Ahora tenemos que usar la misma estrategia para prevenir la amenaza de un nuevo movimiento fascista generalizado en los Estados Unidos. Tenemos que responder inmediatamente, reduciendo su suministro de oxígeno y bloqueando su crecimiento. Pero, ¿cómo hacemos eso?

Qué tenemos que hacer

En primer lugar, no podemos otorgar legitimidad a los fascistas. En los últimos días varios medios de comunicación los han descrito como “activistas blancos.” Tales eufemismos son inapropiados para las personas que visten como nazis, sostienen un discurso nazi, hacen el saludo nazi y se identifican a sí mismos como nazis. Debe quedar claro para todos que estos grupos no están tratando de entablar un diálogo, sino que buscan iniciar una guerra.

Por la misma razón, no debemos acudir a la policía ni a ninguna otra instancia del estado para la buscar la liberación. La complicidad de la policía al apoyar una iniciativa fascista tras otra está ya bien establecida.  Además, podemos estar seguros de que cualquier acción que el estado lleve a cabo en contra de la extrema derecha se duplicaría si fuese en contra de nosotros. Sería un error creer que la intervención estatal podría resolver este problema sin crear problemas aún mayores. Si la historia es una guía, cualquier poder que se conceda al estado acabará eventualmente en manos de los fascistas.

Tampoco podemos obedecer a autoridades como el gobernador McAuliffe cuando nos dicen que debemos responder a este tipo de situaciones ocultándonos en nuestras casas. En efecto, esto significa ceder las calles a los fascistas para hacer lo que quieran a quién quiera que se encuentre en ellas. Al recomendar esta estrategia, el Gobernador McAuliffe actúa como complice en el ascenso del fascismo. Escondernos de los problemas no significa que estos vayan a desaparecer.

Igualmente, no ayudará reunirse en iglesias como algunos lo hicieron en Charlottesville, felicitándonos por lo no-violentos que somos mientras los fascistas patrullan las calles. El 11 de agosto, cuando la iglesia cerró sus puertas con llave, dejó a muchos fuera, rodeados y superados en número por los fascistas. Este tipo de comportamiento es también otra forma de complicidad.

Es esencial construir células de combate capaces de enfrentarse a la violencia de extrema derecha. A los fascistas les encanta hacerse las víctimas para reclamar el derecho de violentar a otros; toda su narrativa se construye en torno a la contradicción de que son una raza superior pero que tiene todas las de perder, que son victoriosos y la vez perseguidos. Ellos ven cualquier resistencia a su programa como una afrenta a su dignidad y una violación de su espacio seguro. Sin embargo, tenemos que ser capaces de detenerlos en sus calles, porque están en el proceso de realizar sus fantasías de venganza. Cualquier imagen que puedan grabar de ataques exitosos perpetrados por ellos, por cobardes que sean, les ayudará a reclutar gente para continuar construyendo sus bases de matones y sádicos. Debido a esto, es preferible no entrar en conflicto con ellos excepto cuando estemos preparados, pero a toda costa, no debemos dejar que ellos tomen el control de las calles.

En gran medida no es una cuestión de confrontación física. Necesitamos gente que ponga carteles, personas que distribuyan folletos y que formen organizaciones locales y coordinen equipos de respuesta en los barrios. Necesitamos organizar el apoyo legal para quienes sean detenidos luchando contra los fascistas e instituciones como la Border Patrol, que ya están cumpliendo sus metas anunciadas sobre detenciones y deportaciones. Necesitamos infiltrarnos en sus grupos, establecer cuentas falsas en redes sociales con las cuales vigilarlos o difundir desinformación sobre sus luchas. Necesitamos identificar las debilidades mediante las cuales se pueden dividir sus alianzas y abrir espacios entre ellos y el resto de la derecha. Uno puede hacer mucho para luchar contra el fascismo sin entrar en un gimnasio.

Como en nuestros esfuerzos contra la administración Trump, no podemos luchar contra el fascismo solos. Tenemos que asegurarnos de que somos parte de un movimiento mucho más amplio, pero que nuestros esfuerzos no se diluyan ni se reduzcan a un mínimo común denominador.

Pero sobre todo, tenemos que popularizar otro conjunto de valores, de modo que las narrativas baratas de victimización y las fantasías de autoridad que ofrecen los fascistas no puedan ganar atención entre el público en general. Tenemos que demostrar lo satisfactorio que es tratar a lxs demás como iguales, en lugar de servir simultáneamente como un peón y un pequeño tirano en una cadena de mando. Debemos distinguir la verdadera autodeterminación de la supuesta autodeterminación de “naciones” o “pueblos,” que siempre se reduce a ser dominado por alguien de su propia etnia o religión. Tenemos que fomentar un sentido de autoestima que no se basa en la pertenencia a categorías inventadas, sino en nuestras relaciones personales, virtudes, habilidades y logros.

En la creciente popularidad del fascismo, podemos ver el fracaso del anti-racismo y el anti-sexismo basados en la culpa; meros privilegios políticos que nos han fallado. Tenemos que mostrar lo que cada uno puede ganar con la abolición de la blanquitud y el patriarcado y presentarlo como un paso positivo, en vez de como simplemente la eliminación de privilegios injustos. Por más injusto que sea un privilegio, alguien está dispuesto a querer conservarlo, tenemos que decir que no hay nada que la blanquitud o la dominación masculina puedan ofrecer en comparación con la auténtica intimidad y cuidado que son posibles cuando nos acercamos entre nosotrxs como iguales, sin fronteras o criterios abstractos de pertenencia.

Esto es lo opuesto de complacer a la supuesta ignorancia o interés propio de “la clase obrera blanca,” como si se tratara