Artículo publicado en Rojo y Negro nº 389 mayo.
El compañero Carlos Román (Valladolid, 64 años) se afilió a la CNT en 1978 y desde entonces hasta ahora, de manera ininterrumpida, ha sido un militante anarquista de pico, pala, palabra, pancarta y agitación. Un ferroviario que además fue íntimo amigo de Eladio Villanueva, el que fuera secretario general de CGT entre 2001 y 2009: “Yo nunca he dicho que soy anarquista, me considero, pues eso lo tienen que decir los demás”. Lo cuenta en el vetusto local de la CGT en la ciudad gallega de Ourense. Un segundo piso con varias salas de reuniones, una pequeña cocina y un balcón donde asoma el letrero decolorado de la organización.
Román entró en Renfe en 1985, destinado en Mataporquera (Cantabria) donde desde unos meses antes ya estaba Eladio. Luego estuvo en Betanzos, Guillarei y desde 1990 en Ourense. “La izquierda es muy hipócrita y falsa”, dispara como inicio del encuentro, “yo no tengo problema en decir claramente lo que pienso. Mis referentes son Cipriano Mera y Ángel Pestaña. Dos grandes ejemplos de honestidad. La honestidad es decir lo que se piensa y lo que se dice se hace”, remarca el compañero Román, que recurre varias veces a narrar los momentos compartidos con Eladio, también a la reivindicación de criterio propio y el compromiso con la organización: “Yo leo las cosas 70 veces y lo cuestiono todo, pero tengo muy claro mi fidelidad a la Organización. Si a un secretario general lo elige la mayoría pues ya está, no hay más que discutir por ahí. Ocurre que hay compañeros que por ser liberados se creen imprescindibles y yo estoy en contra de eso porque esa gente se olvida de lo que es el trabajo. Se creen que son los más guapos y que mean colonia, se acomodan y ya no quieren volver a trabajar”.
Carlos Román lleva la estrella roja y negra en su boina calada, tiene ojos grises y una sonrisa con poso, en su chupa de cuero cuelga un pin de la CGT y otro de la CNT. La conversación por momentos salta de un tema a otro, en un relato donde a veces le falta el aire a sus pulmones. Las diatribas pueden ser sobre la ley de memoria histórica, la energía nuclear o sobre “eso de que no hay nada que celebrar el 12 de octubre”. Habla con datos y argumentos, presume de tener una biblioteca con más de 600 libros, 300 de ellos anarquistas. Su abuelo paterno fue miembro de la CNT y el materno de la Falange. El primero, el libertario, llevaba comida a un comunista y dos socialistas que se escondieron en la isla del río Pisuerga en Valladolid cuando las tropas rebeldes de Franco se hicieron con el control de la ciudad castellana. En los primeros días los fascistas no buscaron allí, pero luego pillaron a los cuatro. Cuando en 1978 le dijo a su abuelo que estaba en la CNT, él le respondió con orgullo que también había estado en CNT. Un tiempo, la década de los setenta, en los que había que estar muy al loro: “En la sede de la calle Real de Burgos los fachas pusieron una bomba y voló la cristalera. Después del bombazo se puso un muro de ladrillo, que tuvo su aquel porque sirvió para hacer pintadas, pero ya no invitaba tanto a entrar”. Lo cuenta con cierto brillo en la mirada y la coletilla de que al sindicato se iba mucho “a por palos”. Eran los años setenta y ochenta, que vivió entre el “exceso” de la mili y otros “excesos mejores”. Cuenta que cuando había manifestaciones, actos o huelgas iba al local “para coger cubo y cepillo, decorar las paredes y después a llenar la calle”. Y pone otro ejemplo de esos días, “en las huelgas de banca íbamos a joder las cerraduras de las sucursales con alfileres y cola”. No son las únicas historias de ese tiempo, que a veces están acompañadas de un giro de guion que las hace graciosas: “En las jornadas libertarias que se hacían en Valladolid, uno de los días en la Facultad de Ciencias, estaba hablando un compañero de Askatasuna (colectivo libertario vasco) y vinieron los fachas, hubo un buen puñado de hostias más. Resulta que alguno que otro era de mi familia…”. Carlos Román tiene casi tantas historias como años, el Golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 le pilló haciendo el servicio militar obligatorio: “Me llamaron que tenía que volver al cuartel y allí tenía un subfusil y seis cargadores ¡tócate los pies! Al final, ya sabes, todo acabó en nada, pero tres compañeros del cuartel ya teníamos hablado que si la cosa iba para delante nos pasábamos para el otro lado en cuanto pudiéramos. Parecen tonterías, pero ahí estuvimos el 23F, ¡un auténtico acojone!”.
La amistad y encuentro con Eladio comenzaría en 1978 en CNT, su amigo estaba también en las Juventudes Libertarias de Valladolid. “Hablamos mucho, nos llevábamos muy bien. Él sabía que yo era militante de adoquín”, cuenta con una enorme sonrisa. “Eladio era hijo de ferroviario, lo tenía también en la sangre. Se dio la circunstancia de que en la huelga general que hubo en 1985 contra el recorte de las pensiones, antes de la histórica del 14D, en Valladolid hubo tres detenidos y los tres éramos anarcosindicalistas. Uno de la escisión y dos que todavía estábamos en CNT-AIT. Nos condenaron a seis meses por la ley antiterrorista”. Carlos hizo una huelga de hambre ya que, si les condenaban en firme, tendría que cumplir además otras condenas porque estaba en libertad condicional. Quería, además de la absolución, que Renfe garantizase su puesto de trabajo. Eladio estaba fuera y volvió a Mataporquera al día siguiente para acompañarle en sus reivindicaciones: “estuvo conmigo siempre”. Pero lo más gracioso –cuenta Carlos Román- es que en distintas campañas “Eladio pegaba los carteles de CNT y yo los de CNT-AIT y lo hacíamos juntos”, cuenta entre risas. Esa añoranza de su amigo y confidente orgánico se mantiene durante toda la entrevista: “Eladio tenía mucho carisma, era una de sus grandes virtudes, pero terminó siendo su gran defecto. Soy ferroviario, pero no me gusta que se quiera imponer una dictadura en la organización de los ferroviarios. Y quién quiera entender que entienda”. Y remata: “Hablé con él el día antes de morir. Le dije que necesitaba ayuda; me dijo que le llamase al día siguiente, que salía para Madrid. Estaba en el Congreso Confederal en Zaragoza; el caso es que no hubo respuesta al otro lado nunca más”.
Carlos Román ha transitado las dos organizaciones históricas del anarcosindicalismo desde 1978. “Yo no entré en la CGT en 1989; entré en 1978. Me explico: hasta la sentencia de las siglas, unos y otros, éramos la CNT. A partir de entonces tuvimos que cambiar la denominación por cuestiones de delegados y sobre todo por cuestión del patrimonio. A unos y otros nos habían devuelto locales y también se habían comprado algunos y teníamos que protegerlos. Nos consideramos, como no puede ser de otra manera, herederos de la CNT de 1910, aunque yo prefiero decir continuadores de los principios de la CNT de 1910. Seguro que, si preguntas a los más viejos del lugar, ninguno te dirá que se afilió en 1989 sino cuando se afilió a la CNT”. Eso sí, entre 1992 y 1997 el veterano ferroviario estuvo en CNT-AIT por discrepancias con la acción sindical “por el tema de las liberaciones y las horas sindicales”. Todavía hoy Carlos Román mantiene buenos colegas en CNT y es firme partidario de la confluencia entre las organizaciones anarcosindicalistas, de la que él mismo es un ejemplo. Además, ha asistido como delegado a Plenos, Congresos y Conferencias de Sindicatos. Ha defendido los Acuerdos aprobados aunque no fuesen lo que él quería: “Es lo que piensan mis compañeros y lo respeto, lo asumo y lo defiendo” y añade como muestra de su compromiso: “Que recuerde, nunca he pasado ni una nota de gastos”.
Antes de despedirse con un fraternal abrazo quiere remarcar dos asuntos que le rondan, uno tiene que ver con la libertad y otro con la organización. “Siento muchísima vergüenza de que, habiendo conocido la cárcel, de que gritamos muy alto eso de ‘abajo los muros de las prisiones’, llega lo de la pandemia y nos encarcelan durante tres meses y no fuimos capaces de reaccionar”. En cuanto a CGT quiere dejar claro que “bajo esas siglas” siente “el respeto, la solidaridad y el apoyo mutuo que pregonamos y que son imprescindibles para que avancemos y se acerquen los trabajadores y los ciudadanos”. Para él es importante señalar que “CGT tendría que culturizar a la gente, enseñar nuestra propia historia, asumiendo todo, sin ser hipócritas”. Y añade con énfasis en un mensaje que envía unos días después del encuentro: “Estoy en el mejor sindicato y tengo a los mejores compañeros que podría haber tenido. Dan todo lo que tienen a cambio de nada, les veo la satisfacción en una leve sonrisa y el orgullo de haberlo hecho entre todos”.
Jacobo Rivero
Fuente: Rojo y Negro