Artículo de Antonio J. Carretero, publicado en la sección Ideas del Rojo y Negro 254, de febrero 2012.

1º ¿Por qué la Unión Europea, con Alemania a la cabeza, se empeña en la estabilidad fiscal, que supone graves recortes del gasto público en los estados miembros, cuando sabe de antemano que ello conduce inexorablemente a un mayor desempleo, a la caída de la actividad económica y, finalmente, a la recesión que padecemos?

1º ¿Por qué la Unión Europea, con Alemania a la cabeza, se empeña en la estabilidad fiscal, que supone graves recortes del gasto público en los estados miembros, cuando sabe de antemano que ello conduce inexorablemente a un mayor desempleo, a la caída de la actividad económica y, finalmente, a la recesión que padecemos?

La Unión Europea siempre ha sido un proyecto inacabado, más bien a medio hacer, un modelo de integración política de una de las regiones más ricas del capitalismo global, que ha ido cocinándose a fuego lento y con constantes negociaciones para armonizar los intereses dispares -igualmente capitalistas- de los estados miembros. Estos procesos de negociación y toma de decisiones – lo que se ha dado en llamar la gobernanza- han ido dando como resultado tratados y reformas de tratados, hasta el traspiés de la Constitución europea. A este último bache, se le añade la crisis global financiera de hace cuatro años, lo que ha supuesto que la división del trabajo previamente existente en la UE, entre un centro y norte muy productivos y exportadores y un sur netamente importador y con una productividad estacional agrícola y de servicios -señaladamente turísticos- haya estallado por los aires. Todo ello bien aderezado por el colapso de un sistema crediticio y bancario extremadamente expuesto a la especulación financiera e inmobiliaria, especialmente en los países periféricos, como es el caso de España.

Ahora la Unión Europea, con Alemania y Francia como motores, pretende acelerar uno de sus objetivos históricos: la integración política de sus estados miembros. Dicha integración pasa en primer lugar y necesariamente por el control político de sus presupuestos, de sus tesoros públicos, de sus deudas y de su fiscalidad. Y en segundo lugar, este proceso debe ir acompañado de un adelgazamiento tanto de sus aparatos burocráticos como de los servicios públicos y sociales que sostienen, pues a la larga serán las estructuras que creará la nueva gobernanza europea las que determinen -”armonicen”- lo que será o no un servicio social y público.

Esta estrategia se lleva a cabo con todas sus consecuencias: un empobrecimiento generalizado de la población, de las clases trabajadoras en particular, una fuerte contracción de la demanda y del consumo internos, y un más que seguro repunte de la conflictividad social. Daños colaterales inevitables, riesgos más o menos calculados, en el juego de una economía política globalizada, en la que la gobernanza europea quiere salir fortalecida como un nuevo macro-estado del siglo XXI. Los estados nacionales seguirán detentando seguramente un importante micropoder necesario para la paz social: básicamente el coercitivo y el ideológico-cultural, ambos extremadamente persuasivos.

La socialdemocracia europea, que no tuvo reparos en seguir y apuntalar estos designios, ahora desbancada del poder, quiere liderar la otra cara del asunto: el estímulo al crecimiento, pero no antes de que la austeridad dé sus propios frutos, más políticos que económicos, liberándose -y liberalizando- los lastres “benefactores” de los estados.

El fetiche de los mercados oculta a menudo la remodelación del poder de los estados.

2º ¿Por qué el gobierno del PP va a legislar una nueva reforma laboral, cuando los sindicatos del poder y la patronal ya han acordado sustanciales rebajas salariales y una merma histórica de derechos laborales?

La respuesta es disciplinamiento. Disciplinar a las clases populares y asalariadas es el objetivo político prioritario en un contexto de paro masivo, más importante en estos momentos que el crecimiento económico. Y ello sólo es y está siendo posible gracias al miedo institucionalizado: miedo al paro, al final del subsidio, al impago de la hipoteca, … gracias a la generalización de la precariedad laboral y social.

Una vez que los sindicatos del poder han vuelto a dar muestras de su “responsabilidad” para salir de la crisis – ¿es esto traición cuando llevan haciéndolo desde siempre?-, el gobierno del PP tiene las manos aún más libres, para legislar a la baja no una reforma más, sino la reforma estructural del mercado laboral. Supondrá un nuevo máximo de explotación: en las condiciones de contratación, en el despido, en el desempleo, en la organización del trabajo, en los salarios, en la negociación colectiva. Pero el objetivo no es sólo aumentar el beneficio capitalista o elevar la productividad de las empresas o ganar competitividad, también y fundamentalmente lo que persigue es el disciplinamiento a gran escala de una masa ingente de mano de obra de reserva, barata, preparada y se supone que obediente, para ser explotada cuando, donde y como el capital lo requiera.

3º ¿Es el 15M el revulsivo que necesitamos para responder a esta situación?

El movimiento 15M ha sido un revulsivo social de amplio alcance, pero no para las clases trabajadoras. Sí lo ha sido para las clases medias abocadas a una salarización en condiciones precarias. Y sobre todo lo ha sido para una generación de jóvenes necesitados de una nueva expresión política. Pero tanto por haber sido el catalizador de una indignación legítima como por sus organización horizontal, señala posibles caminos para que el mundo del trabajo construya su propio 15M. Algo quizás ahora más necesario que nunca.

Por otro lado, las organizaciones libertarias o de base anticapitalistas, a duras penas conseguimos articular al cada vez más importante, pero aún minoritario, sector descontento y combativo del mundo laboral. Nuestra ingrata, y demasiado a veces reprimida, labor es la de ser la conciencia crítica de la absurda sociedad en la que vivimos. Nuestro indispensable papel estriba en ser acicates para otras visiones y posibilidades de convivir y hacer la cosas de otro modo. Nuestra fuerza reside en la dignidad de quien sabe que la sociedad puede bien gestionarse autónomamente, sin necesidad de jerarquías, ni de profesionales de la política ni de élites económicas. Nuestro reto está en combatir la desidia, la atonía y el miedo institucionalizado.

Nuestro trabajo es de hormigas, acumulando fuerzas para responder al duro invierno que nos imponen. Acumular fuerzas, engarzarlas, diseminarlas, coordinarlas, pero no perderlas ni dispersarlas, y ejercerlas cuando la necesidad, la urgencia o las condiciones lo soliciten, esa debiera ser la tarea principal de las organizaciones rebeldes al poder instituido.

4º ¿Es la huelga general la respuesta social adecuada para parar todas estas medidas antisociales?

La huelga general en sus posibles versiones (discontinua, indefinida, alterna, de 24 horas, de varios días, ibérica, europea o internacional) es sin lugar a dudas, una de las mayores expresiones de esa fuerza acumulada y acrecentada. Quizás sean necesarias muchas huelgas generales, y muchas movilizaciones parciales, para dar una vuelco a esta situación, quizás ni siquiera con ello se consiga. Las huelgas generales nunca se han convocado sabiendo de antemano su victoria o su derrota. Es un intento necesario, es un pulso al poder.

Como hace 36 años, aquella huelga del 76, cuando la policía de Fraga disparó a quemarropa contra una asamblea de trabajadores en la ciudad de Vitoria. Era el 3 de marzo, llevaban ya dos meses en huelga, y cuando ese asesinato en masa sucedió los huelguistas tenían el apoyo de agricultores, estudiantes y comerciantes. Yo contaba con 13 años, y ese hecho junto con otros que sucedieron en los siguientes años, fue el que despertó mi conciencia política. En los últimos 20 años ¿cuántas huelgas han tenido un apoyo similar y se han sostenido durante tanto tiempo?

Por eso, la preocupación principal no es tanto cuándo hacerla ni con qué fuerzas contamos, si no cómo construir desde hoy mismo sus condiciones de posibilidad (¿comités abiertos o asambleas para la huelga general?), para así diseminar la expectativa, la necesidad, la inevitabilidad de la huelga general. Se trataría de construir la huelga desde las bases, desde la autonomía, desde el debate abierto de quienes quieren expresar su rebeldía, de quienes quieren construir espacios de libertad. La huelga general debería ser un estado de opinión pública, un amenaza constante, una advertencia segura. No se trata tanto de ir hacia, como de construir para la huelga general. Por ello es más que imperiosa, imperativa, la necesidad de que movimientos y organizaciones libertarias y anticapitalistas, sociales y sindicales, confluyan, mezclen propuestas, con-fundan proyectos, enreden recursos, intercambien discursos, compartan expectativas.

Pero de poco servirá todo ello si no conseguimos definir y aunar esfuerzos en una estrategia común y premeditada que busque alcanzar una amplia alianza social anticapitalista y por la autogestión. Definir esta estrategia, acordar sus objetivos, orientar los pasos y las acciones en una dirección conjunta, es tarea de todas y todos. ¿Seremos capaces de atinar en la estrategia adecuada para hacerlo viable? De lo que no cabe duda es que sin un planteamiento de lucha sostenido y de largo alcance, las respuestas sociales seguirán siendo parciales, atomizadas, locales, inconexas, rebeldes sí pero no revolucionarias, y sometidas al vaivén de una agenda política espuria a las razones que las motivan y a las reivindicaciones que enarbolan.

La huelga nunca ha sido un fin en sí mismo, es una proceso, un acontecer, una oportunidad de constituir y poner en práctica la autonomía, la autogestión y la solidaridad de clase. Es un ir y venir de la acción reflexiva, y es un combate político de primera magnitud: es un pulso al estado y al capital. El miedo a la idea de la huelga general es expresión del miedo al sistema o, lo que es peor, miedo al ejercicio de la libertad frente al poder. Romper y desmitificar ese miedo debe ser nuestro empeño.

Antonio J. Carretero Ajo


Fuente: Antonio J. Carretero