A veces, en nuestro recorrido vital, hacemos recuento.

Las marcas físicas son evidentes. Y el amigo no visto después de 20 años, está casi irreconocible.

Nos ponemos a hablar. Primero recordamos los tiempos pasados, lo común.

Después van desgranándose las ideas presentes. Y en muchos casos también somos irreconocibles. 

Sigo oyendo el viejo argumento, en este sindicalismo: la lucha de las mujeres por la igualdad con los varones es una forma de separar fuerzas contra el “único enemigo” .

Nos ponemos a hablar. Primero recordamos los tiempos pasados, lo común.

Después van desgranándose las ideas presentes. Y en muchos casos también somos irreconocibles. 

Sigo oyendo el viejo argumento, en este sindicalismo: la lucha de las mujeres por la igualdad con los varones es una forma de separar fuerzas contra el “único enemigo” .

El viejo argumento sigue vivo, al igual que “el único enemigo”, a pesar de que muchas mujeres hayan conseguido con su lucha cambios inimaginables hace 60 años. También la de algunos varones, que a pesar de la ideología del momento se desmarcaron de ella.

En 1671 Poulain de la Barre afirmaba: “la mente no tiene sexo”. Y abría una de las principales reivindicaciones del feminismo: el derecho a recibir educación. 

Nuestro viejo argumento, “la disgregación de fuerzas”, sólo se aplica a la lucha feminista. A nadie oí decir que si alguien es ecologista, o propone una manifestación dentro de la propia organización contra las centrales nucleares, sea una persona que resta fuerzas contra el “único enemigo”. 

El viejo argumento, en temas de feminismo, no concibe dos discriminaciones a un tiempo. Ni dos luchas, aunque si saben de nuestra doble jornada. Saben, pero callan y siguen. 

La amiga de hace veinte años ha cambiado. El tiempo grabó su historia, en su cara y en su mente. El recuento vital da fe de los cambios. Y nos recuerda la finitud. 

El viejo argumento sigue intacto. 

¿Será esto la eternidad?

María Cuervo Álvarez


Fuente: María Cuervo Álvarez