Como sociedad hemos convivido con la homosexualidad y la bisexualidad sin realmente preocuparnos por las personas y las realidades que la viven en primera persona. Hemos pasado del castigo legal a la igualdad en sus derechos sin muchas más consideraciones que el respeto a la legalidad vigente en cada momento. Hoy queremos acercaros una mirada más cercana a lo que conocemos como armario, ¿qué supone estar en él? ¿cómo es su vivencia? y ¿qué consecuencias tiene para quienes lo experimentan?. Una mirada centrada en las lesbianas como excusa para una mayor reflexión.

El armario no es ni una opción personal ni un espacio de protección sino un elemento opresor, una medida de castigo del orden heteropatriarcal: lo asimilamos con cada chiste lesbófobo, con cada agresión machista recibida.

Lo que puede atentar contra el orden establecido es apartado, eliminado, marginado, ocultado: no se ha erradicado la diversidad sexual pero sí mutilado sus expresiones afectivas, amorosas y eróticas, condenándo(nos) al silencio y la invisibilidad.

El armario no es ni una opción personal ni un espacio de protección sino un elemento opresor, una medida de castigo del orden heteropatriarcal: lo asimilamos con cada chiste lesbófobo, con cada agresión machista recibida.

Lo que puede atentar contra el orden establecido es apartado, eliminado, marginado, ocultado: no se ha erradicado la diversidad sexual pero sí mutilado sus expresiones afectivas, amorosas y eróticas, condenándo(nos) al silencio y la invisibilidad.

Cualquier forma de no aceptación de lxs demás (racismo, misoginia, lesbofobia…) está destinada a mantener un ideal de sociedad estructurada con mecanismos de exclusión que marcan la diferencia del “Otro” respecto del “Uno”, el modelo hegemónico. Estos mecanismos de exclusión se articulan alrededor de emociones (creencias, prejuicios…), conductas y de un dispositivo ideológico (mitos, doctrinas, argumentos de autoridad…).

En el caso de la lesbofobia el primer empeño del mecanismo de exclusión es la invisibilidad, la negación de su existencia (dos mujeres cogidas de la mano son amigas, dos hombres son amantes). Las lesbianas, o son borradas de la historia, o son representadas como un error.

Trabajamos contra una sociedad que permite y ha normalizado el armario, incidiendo en la responsabilidad de quienes lo fomentan, no de quienes lo padecen(mos). Una sociedad que valora hipócritamente la felicidad, aunque hace muy poco para conseguirla: nos enseñan a disimular la infelicidad, los problemas y los conflictos, más que a evitarlos, gestionarlos y/o resolverlos eficazmente. Cuando la pieza no encaja, el problema es de la pieza, no del diseño de la maquinaria, y en su justificación se critican conductas y posiciones mientras se fomentan otras. Tenemos la opción de negarnos a ser piezas aptas, ser mujeres transgresoras.

La lesbofobia, como violencia de género que es, como herramienta de control (social) sobre la sexualidad de las mujeres, genera secuelas similares a las que generan otras expresiones de la violencia de género: nos cuesta tanto dejar el armario como abandonar a quienes nos maltratan; razones socioculturales nos aprisionan: falta de alternativas, desaprobación de familiares o amigxs, pérdida de hijxs, hogar, trabajo; miedo a las represalias (culpabilización de la mujer, su entorno más próximo, etc.). Al igual que ocurre con otros tipos de violencia, las lesbianas vamos interiorizando la aceptación de ésta como en el símil de “la rana y el agua caliente”. Si una vez conformada nuestra autoestima y entorno positivo sufrimos una agresión por lesbofobia, lo más probable es que “salgamos” sin problema, como la rana que intentas meter en agua hirviendo. Pero si el nivel de violencia va subiendo, como los grados del agua donde sumergimos a la rana, poco a poco, grado a grado, nos ocurre lo mismo que a ella, que finalmente terminamos “aceptando el recipiente del agua hirviendo” sin ser conscientes de las quemaduras y lesiones que genera.

A nivel emocional, se identifican graves consecuencias de la invisibilidad: miedo, ira, tristeza, vergüenza, impotencia, depresión, baja autoestima, ansiedad, falta de habilidades sociales, frustración, culpabilidad, preocupación, desencanto…

La “armarización” nos invita a mantenernos ocultas y así evitar el sufrimiento (propio y del entorno más cercano) pero en realidad sólo beneficia al orden social heteronormativo patriarcal.

Mientras lxs niñxs aprenden a socializar, lxs diferentes aprendemos a callar, mentir, esconder y/o disfrazar nuestras emociones en un espacio que sistemáticamente nos agrede.

Los referentes positivos se convierten en absolutamente necesarios para la erradicación de los estereotipos sociales existentes y para avanzar hacia la igualdad social.

Desde estas líneas en R y N queremos invitaros a reflexionar sobre la invisibilidad lésbica en este/ nuestro espacio sindical, la CGT, y sobre el outing como herramienta de cambio y transformación personal y colectiva, individual y social. Llamamos a las lesbianas a declarar abierta y asertivamente su opción, pues no encontramos mejor estímulo para el activismo que caminar, avanzar caminando, para vivir las utopías. Y para iniciar ese trabajo, proponemos la organización del “I Taller sobre Diversidad Sexual”, sobre cuyo devenir esperamos y deseamos poder informaros en breve.

LESBIANA,

SÉ VISIBLE, SÉ LIBRE

¡Y SIEMPRE ACTIVISTA FEMINISTA!

Sylvia Jaen, Araceli Cuevas y Esther Martínez (Grúmule)*

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*Resumen sobre la ponencia “Reflexión sobre el armario y el outing lésbico”, presentada por Sylvia Jaen, Araceli Cuevas y Esther Martínez, de Grúmules, en las V Jornadas Lésbicas de Cáceres 2011. Por Área Social y Mujer CGT Oviedo.

** Artículo publicado en Eje Violeta, del Rojo y Negro 252 de diciembre 2011.

http://www.rojoynegro.info/articulo/eje-violeta/eje-violeta-diciembre-2011


Fuente: Sylvia Jaen, Araceli Cuevas y Esther Martínez (Grúmule)*