Aún estamos a tiempo de sortear algunas de las tentaciones que, en la izquierda social, suscita hoy el referéndum sobre el tratado constitucional de la UE. La primera, y la principal, es la de entrar de lleno al trapo de esa consulta referendaria. El objetivo de la izquierda social no debe ser otro que aprovechar la tesitura en cuestión para promover lo que con toda evidencia ha faltado entre nosotros : una discusión crítica, no ya sobre el tratado constitucional, sino, y ante todo, sobre la propia Unión Europea. Esa tarea, perentoria y principal, debe dejar en un segundo plano al designio —por lo demás muy respetable— encaminado a contestar, en el referéndum, el lamentable tratado que se nos ofrece.
Una segunda obligación de la izquierda social estriba en articular plataformas unitarias que permitan acometer la tarea anterior. No hay motivos para concluir que existen diferencias fundamentales entre quienes, desde la izquierda, rechazan el tratado constitucional. En ese sentido, se antojan absurdos los partidismos y parecen fuera de lugar las iniciatvas orientadas a perfilar campañas distintas que, desarrolladas en paralelo, exhiban cierto tono de competición. En muchos lugares, sin embargo, la izquierda política ha optado por semejante suerte de estrategia, en un intento, tan estéril como lamentable, de acrecentar respaldos referendarios singularizados. Salta a la vista que tal estrategia no interesa a una izquierda social que, dicho sea de paso, hace bastantes meses que le tomó la delantera a su homóloga política en la contestación del tratado. Si los esfuerzos particularizadores prosiguen, lo más sencillo, por añadidura, es que se diluya el que a los ojos de muchos debe ser objetivo fundamental antes y después del 20 de febrero : hacer evidente que en el conjunto de las ciudades y de los pueblos pervive una resistencia tan activa, clara y plural.
El tercer objetivo de la izquierda social debe ser romper el cerco de silencio con el que sus mensajes, con toda probabilidad, se van a enfrentar. Es muy importante, en tal sentido, que las plataformas unitarias se doten de un lenguaje comprensible para el común de los ciudadanos, y ello a sabiendas de que llegar a éstos va a ser extremadamente difícil. No olvidemos al respecto, por cierto, que el infantilismo adulador que impregna el discurso mediático y político en relación con la UE alcanza a buena parte de los propios votantes de la izquierda no manifiestamente integrada, y que estas gentes deben disfrutar de la oportunidad de escuchar una versión diferente de los hechos. Las cosas como están, y reconozcámoslo francamente, será muy difícil —imposible— llegar al grueso de la ciudadanía.
Tanto o más importante que lo que ocurra el 20 de febrero es, en suma, lo que suceda después : la izquierda social habrá pasado la prueba con una nota alta si ha conseguido que, por fin, empiecen a difuminarse los numerosos mitos que rodean a la Unión Europea realmente existente. Por eso, y si posible fuera, lo suyo sería que cambiásemos un 5% de noes por un 5% de activistas conscientes de la necesidad imperiosa de la contestación.