María jamás pensó que dormiría en la calle comercial más cara de España. Tiene 30 años, es técnica de sonido y lleva trabajando desde los 17. Aun así, comparte piso con cuatro amigos, por 300 euros al mes, porque "ciertas cosas no pueden tener ciertos precios". Su poco tiempo libre lo dedica a exigir algo que le pertenece, "algo que es un derecho constitucional" : una vivienda digna.
María jamás pensó que dormiría en la calle comercial más cara de España. Tiene 30 años, es técnica de sonido y lleva trabajando desde los 17. Aun así, comparte piso con cuatro amigos, por 300 euros al mes, porque «ciertas cosas no pueden tener ciertos precios». Su poco tiempo libre lo dedica a exigir algo que le pertenece, «algo que es un derecho constitucional» : una vivienda digna.
Junto a ella, una veintena de activistas durmió el miércoles al raso, en la calle de Preciados de Madrid, en una de las noches más frías del año. Querían llamar a la manifestación de mañana en 56 ciudades. «La primera», dicen, «con sentido de todo el mes».
La cita es a las diez, en la confluencia de Callao y Gran Vía. Cuatro grados. Se presentan 30 jóvenes con sacos de dormir y mucha ropa de abrigo. La primera noche de la primavera no está de su parte. Visto el frío que hace, una salida de aire del metro puede ser el alojamiento más cálido. Ni con ésas.
Después de amueblar con cartones los pocos metros cuadrados de su nicho, se acomodan. Algunos tienen que dormir sí o sí. «Mañana entro a trabajar a las nueve y media. Estoy muerta, pero esto merece la pena», comenta María. Otros, quizá más sensatos, optan por escaquearse. «No vaya a ser que cojamos una pulmonía y a la manifestación no vaya nadie», se excusan.
La principal preocupación es ver si la policía respetará la concentración. No es para menos. Cada 15 minutos una patrulla pasa junto a ellos. Les despiden con un sonoro «olé». Hay quien se baja del coche y les pregunta si de verdad se van a quedar allí toda la noche con el frío que hace. «Qué cojones tenéis», les espeta un agente. Otro les advierte : «¿No tenéis nada luminoso para veros ? Es que por esta calle pasamos muy rápido, no vaya a ser que os llevemos por delante». La incredulidad con que los jóvenes miran al policía es proporcional a la de los viandantes que pasan por la zona. «¿Qué hacéis aquí ?», pregunta más de uno. La respuesta, a modo de cántico, siempre es la misma : «¿Qué pasa ? ¿Qué pasa ? ¡Que no tenemos casa !».
El buen ambiente reina durante toda la noche. Los que no duermen recuerdan la situación que padecen. «Pago 200 euros por una habitación sin ventana» en Lavapiés, cuenta Carlos, un informático de 32 años. No le queda otra. O sí : «Rescindir mi contrato y pagar 400 euros por una habitación sin ventana y en la periferia, algo a lo que me niego». La Asamblea contra la Precariedad y por la Vivienda Digna, un movimiento que surgió de Internet y que va a cumplir un año, es un grupo heterogéneo. Jóvenes de entre 20 y 35 años que no tienen nada que ver con la imagen de antisistemas que buscan bronca que, dicen, se les quiere imponer. Hay estudiantes, profesores, periodistas, biólogos. Con un mismo objetivo : denunciar su precariedad laboral y buscar una salida a los tres millones de pisos vacíos de España.
Conforme baja la temperatura (a las dos hay cero grados), se quedan dormidos. Su noche a la intemperie acaba a las ocho y media, justo cuando empieza a llenarse la calle. Dos policías municipales identifican a los 10 que culminan la hazaña y les invitan a marcharse. Una hora antes, uno de ellos, recién despierto, pensaba en todo lo que había que hacer antes de la manifestación del sábado, a las cinco de la tarde : pegada de carteles, pasacalles… Aquello no había hecho más que empezar. «A este paso nos vamos a ganar el cielo. Antes que una vivienda digna»
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