"Los escuchábamos, pero volaban muy alto. Cuando pasaron de largo todos lloramos"
Ahora que todo ha pasado, mientras se recupera tras cinco largos días en el desierto, George tiene tiempo para bromear y pensar en negocios : "Nokia debería contratarme. Connecting people, ya sabes, podría hacer un anuncio con mi móvil". Hace menos de una semana, ese pequeño aparato finlandés, que logró esconder bajo sus genitales para evitar que se lo quitaran los militares marroquíes, le salvó la vida a él y a sus 19 compañeros de tragedia. Pero sobre todo reveló a la ONU y a sus helicópteros que Marruecos estaba abandonando a decenas de inmigrantes en pleno desierto del Sáhara, con un poco de agua y pan. Ya se han localizado más de 150.
«Los escuchábamos, pero volaban muy alto. Cuando pasaron de largo todos lloramos»
Ahora que todo ha pasado, mientras se recupera tras cinco largos días en el desierto, George tiene tiempo para bromear y pensar en negocios : «Nokia debería contratarme. Connecting people, ya sabes, podría hacer un anuncio con mi móvil». Hace menos de una semana, ese pequeño aparato finlandés, que logró esconder bajo sus genitales para evitar que se lo quitaran los militares marroquíes, le salvó la vida a él y a sus 19 compañeros de tragedia. Pero sobre todo reveló a la ONU y a sus helicópteros que Marruecos estaba abandonando a decenas de inmigrantes en pleno desierto del Sáhara, con un poco de agua y pan. Ya se han localizado más de 150.
George Sunday, 25 años, un joven despierto y con buen inglés, habla desde Mheriz, en la pequeña zona del Sáhara Occidental controlada por el Frente Polisario. Los saharauis se han hecho cargo del grupo, que sobrevive gracias a la ayuda internacional, sobre todo española. De hecho, lleva puesto un mono de la ITV (inspección técnica de vehículos). Pero su historia empieza a más de 1.500 kilómetros de aquí.
George, un fanático de la comunicación, algo que seguramente le ha salvado la vida, estaba el pasado 5 de octubre en un cibercafé en Oujda (Marruecos), la ciudad en la que se concentran los subsaharianos llegados de Argelia que quieren cruzar a Melilla. Allí le pidieron unos papeles que no tenía y acabó en la cárcel. Dos días después lo metieron en un autobús, esposado a otro nigeriano grandullón, con destino desconocido.
Mientras, Isambard Wilkinson, un periodista inglés que trabaja en Madrid para The Daily Telegraph y la revista The Economist, buscaba historias en Oujda junto a decenas de compañeros. Alguien empezó a hablar de los autobuses que llevaban inmigrantes hacia el sur. Y le dieron el teléfono de un nigeriano que iba en uno de ellos.
El móvil es esencial para estos africanos. Cada líder de grupo tiene uno. Con él pueden saber cuándo es un buen momento para saltar la valla, dónde deben intentarlo. La información puede salvarles la vida y abrirles la puerta de Europa. Por eso casi cada periodista que ha seguido la crisis tiene varios números de inmigrantes. Es fácil conseguirlos.
Wilkinson marcó el de George y lo encontró en Ouarzazate, en pleno Atlas. Ahí se inició una cadena de llamadas cada vez más desesperadas. La caravana pasó por Agadir, en la costa, y empezó a bajar. Guleimin, Tan Tan… El desierto comenzaba a rodearlos y George estaba muy alterado.
En el autobús había militares marroquíes. Para llamar, tenía que pedir al grandullón que se levantara y fingiera estirar las piernas. Él se escondía detrás del cuerpo de su amigo y podía así hablar con el periodista. Los inmigrantes tienen móviles marroquíes, comprados con el dinero que ahorran trabajando en este país, y hacen llamadas perdidas a los periodistas para no gastar su escaso saldo.
Llegaron a Smara, en pleno Sáhara. Después de tres días en un autobús sin pausas, exhaustos, hambrientos y sedientos, a 10 kilómetros de esta ciudad, les dieron una cantimplora de agua a cada uno, un poco de pan y les obligaron a caminar hacia la zona controlada por el Frente Polisario.
George, que aún conserva grabado en su móvil el número de Wilkinson, le llamó de nuevo y le expuso su dramática situación. El periodista decidió actuar. Se puso en contacto con Javier Gabaldón, responsable de Médicos sin Fronteras en Marruecos, para que avisara a la ONU. Desde el alto el fuego de 1991, esta zona del Sáhara Occidental, territorio en disputa entre Marruecos y los saharauis, está bajo supervisión de la Minurso, una misión de la ONU. Ellos tienen helicópteros. Gabaldón movió todos sus contactos, en Marruecos y en Ginebra, para lograr que buscaran al grupo de George.
Al nigeriano le recomendaron que usara poco el móvil, que lo encendiera cada tres horas, y que hiciera fuego con los neumáticos que había visto en el camino. Los helicópteros peinaron la zona, y Marruecos protestó porque, sostenía, estaban colaborando con el Polisario. George no sabía nada de esa pelea política. «Los escuchábamos y los veíamos, pero volaban muy alto y no nos podían encontrar. Cuando pasaron de largo todos nos pusimos a llorar. Fue el peor momento. Pensamos que estábamos perdidos, que moriríamos allí. Nos enfadamos con Dios, creímos que nos iba a dejar morir en ese desierto, tan lejos de casa», recuerda George con amargura.
Al nigeriano no le preocupaba la batería. Su amigo Joseph inventó un sistema, con 12 pilas dentro de una venda, que recargaba el móvil. Pero perdía cobertura. Sobre todo cuando, obligados por los marroquíes, que les pegaban y les disparaban, tuvieron que cruzar el muro del Sáhara, que Marruecos construyó para protegerse de los ataques saharauis. Entonces George se subió encima de su amigo Joseph para buscar la señal. Y la encontró.
Era el viernes 14 a las 20.00. Llevaban cuatro días en el desierto. «La gente empezaba a volverse loca», recuerda George. «No quedaba agua ni comida, cundía el pánico. Empezamos a dividirnos en pequeños grupos. Parecía el final, pero a la mañana siguiente, los todoterrenos de la ONU y los saharauis nos encontraron a todos, menos a uno, Igbing Youth, pido a Dios que lo localicen».
La obsesión de George era hablar con Wilkinson para agradecerle que le salvara la vida. Lo logró este jueves. El nigeriano, de Benin City, se ha quedado huérfano y tiene siete hermanos, así que no piensa volver hasta que consiga dinero. Intentará llegar a Europa, aunque no volverá a Marruecos. «Nos querían matar, éramos sus víctimas del Ramadán. Sólo lamento que mi móvil no tenga una cámara para haber podido fotografiar cómo nos pegaban. Para que el mundo sepa cómo nos han tratado los marroquíes».