Quizá sea un caso único en la reciente historia de las dictaduras. El régimen les dio poder y patrimonio. La democracia les ha hecho ricos y decadentes. En su caso, no hubo exilio. Simplemente, un olvido benévolo. Los herederos de Franco forman ahora una familia desmembrada y multimillonaria que de vez en cuando alimenta la voracidad de la prensa basura. Viven un declive pacífico, pero irremediable. El paso del tiempo les ha convertido en una anécdota.
Hace unas semanas, como cada verano por agosto, Carmen Franco, la hija del dictador, abrió las puertas del Pazo de Meirás, un histórico inmueble que simbolizó en tiempos el poder austero de su padre. Ahora es un lugar para encuentros familiares, pero la matriarca no ha logrado reunir a demasiada gente. No es extraño. Desde hace unos años, todas las citas familiares se caracterizan por las ausencias. Allí acudió este verano su hija Carmen Martínez-Bordiú con su última adquisición, José Campos. También su nieto Luis Alfonso de Borbón con su mujer, Margarita Vargas, hija de un multimillonario venezolano. Luis Alfonso es la última esperanza de la familia para recuperar una nobleza perdida : sigue postulándose al trono de Francia, una aspiración ridícula de la que participa un núcleo de autodenominados legitimistas franceses. Y no apareció nadie más por el pazo. Los otros Franco estaban ocupados en otras actividades.
Mientras una parte de la familia disfrutaba del verano gallego, el séptimo nieto del dictador, Jaime, pasaba una noche en la cárcel antes de prestar declaración por una acusación de malos tratos. Su novia, una joven llamada Ruth, con la que además de una relación sentimental compartía algún negocio inmobiliario en Barcelona, le denunció tras una bronca tremenda en el hotel Byblos de Fuengirola. El juez decretó finalmente una orden de alejamiento contra Jaime. El nieto pequeño se refugió en sus abogados para no hablar, y el resto de la familia intentó pasar el tema por alto. La inestable armonía familiar de los Franco volvió a romperse con este episodio, mientras la prensa basura especulaba sobre la duración del enésimo matrimonio de Carmen. Alguna otra mala noticia interrumpió la aparente tranquilidad del pazo : unos inspectores de Cultura de la Xunta pretendían acceder al inmueble para inspeccionarlo, aduciendo que sus propietarios estaban obligados a abrir sus puertas al público una serie de días al mes. Si algo no ha pretendido nunca la familia Franco -a excepción quizá de Carmen Martínez-Bordiú- es que el pueblo husmee en sus asuntos.
La resistencia de la hija de Franco a abrir las puertas del pazo ha puesto sobre la mesa el interés por conocer la realidad patrimonial de una familia que, durante los treinta años de democracia, no se ha sentido obligada a dar alguna explicación. La democracia fue tan paciente con los Franco que tanto Carmen como su marido, el marqués de Villaverde, llegaron a disfrutar de pasaporte diplomático hasta bien avanzados los años ochenta. Un hecho tan sorprendente saltó a la luz la tarde del 7 de abril de 1978, cuando Carmen Franco fue requerida por un funcionario de aduanas en el aeropuerto de Barajas. Se disponía a viajar a Lausana (Suiza), pero algo en el interior de su bolso hizo saltar la alarma del detector de metales. El bolso estaba repleto de medallas y condecoraciones labradas en metales nobles, propiedad de su padre. El suceso motivó una denuncia por contrabando. Las medallas fueron regalos recibidos por el dictador, como regalos fueron el Pazo de Meirás, el Canto del Pico en Torrelodones o el palacio de Cornide en A Coruña. Poco hizo la familia para labrarse un porvenir por sus propias manos.
Algunos de estos obsequios fueron extraordinariamente generosos. José María del Palacio Abárzuza, conde de las Almenas, un noble obsesionado por el arte, fue quien regaló a Franco tras la Guerra Civil un palacio de 2.000 metros cuadrados situado en Torrelodones, a las afueras de Madrid. En el Canto del Pico murió Antonio Maura, fue cuartel del ejército republicano, residencia de descanso de Francisco Franco y, finalmente, un suculento negocio para sus descendientes. El palacio fue vendido por la familia en 1988 por 300 millones de pesetas. El abandono y desinterés de la familia Franco facilitó continuos robos de su patrimonio y un incendio cuyas causas nunca se aclararon. Su claustro, reclamado desde hace años por la Comunidad Valenciana, está a punto de devolverse. Del mismo tenor fue otro regalo, el palacio de Cornide, situado en la parte vieja de A Coruña, una casa solariega del siglo XVIII con mucha historia detrás. El palacio fue adquirido por el Ministerio de Educación y Ciencia en 1962 y tres años después llevado a una discreta subasta a la que acudió el conde de Fenosa, que lo adquirió y, al inscribirlo, ordenó que se pusiera a nombre de Carmen Polo de Franco. Y, naturalmente, el Pazo de Meirás, un regalo del pueblo.
Al periodista y escritor Mariano Sánchez Soler se debe la obra más documentada sobre el patrimonio cosechado por la familia Franco (Franco, SA, editorial Oberón). Sánchez desbroza cómo la austeridad del dictador contrastaba con la voracidad de su entorno familiar, que se manifestaba incluso en la recepción de regalos que instituciones y particulares hacían como consecuencia de las famosas recepciones celebradas en El Pardo cada martes. Jamás estos regalos fueron inventariados. La familia siempre consideró que tales ofrendas pasaban a engrosar el patrimonio familiar. Lo mismo hizo con cuanta documentación oficial se manejó en El Pardo, documentación que pasó a formar parte de una fundación privada tras la muerte del dictador, la Fundación Francisco Franco, un hecho insólito que ha llegado a nuestros días. Ni siquiera se tiene la certeza absoluta de que dicha fundación posea en sus fondos toda la documentación que salió de El Pardo, puesto que algunos historiadores han denunciado la venta de documentos en anticuarios. El propio Sánchez reconoce la dificultad de estimar a cuánto ascendió la fortuna de los Franco lejos del poder. Algunas fuentes citaron la cifra de 60.000 millones de pesetas. Otras llegaron hasta los 100.000 millones. Las cuentas nunca fueron auditadas. Hacienda no les molestó durante años.
Los sucesivos Gobiernos democráticos pasaron de puntillas por esa riqueza obtenida aprovechando la influencia de un apellido. Algunas investigaciones independientes documentan cómo durante años la familia, a veces a espaldas del propio dictador, acumuló sociedades patrimoniales y testaferros que ocultaban inmuebles, aparcamientos, fincas solariegas y, naturalmente, palacios. La propaganda glosó que los Franco vivían del modesto sueldo de Franco como capitán general, pero esa versión quedó al descubierto a su muerte. Máxime cuando el Gobierno franquista, con el dictador enfermo, aprobó en las Cortes el futuro sueldo de Carmen Polo como viuda de jefe de Estado. Al morir en 1988, cobraba 12,5 millones de pesetas repartidas en 14 pagas, cuatro millones más que Felipe González, por entonces presidente del Gobierno.
El elenco de los Franco se divide entre quienes han procurado llevar una vida discreta y quienes no han podido evitar ser protagonistas de algún escándalo. Los siete nietos de Franco forman una familia en la que cada uno va a lo suyo. Carmen, la nietísima, ha confesado que se ven poco, pero que cuando lo hacen lo pasan bien. Su proyección mediática es indudable y a fuerza de divorcios ha logrado tener un caché caro. «Me gustaría hacer una película con Almodóvar», ha llegado a decir, antes de participar en el concurso televisivo Mira quién baila. Todavía espera una oportunidad, pero mientras tanto ha interpretado en la vida real un papel que bien podría inspirar al director de cine : una separación del duque de Cádiz poco después de morir el dictador ; una fuga a París para convivir con el anticuario Rossi, con quien se casó y tuvo una hija, a la que siguió otra relación con un arquitecto italiano, y, por último, una boda de sainete en Santander con José Campos, un cántabro bonachón, de quien dicen se enamoró porque «le hacía reír».
La vida pública de Carmen contrasta con el estilo de vida de Mariola. Pocas son las imágenes de la segunda de las nietas, arquitecta y esposa de Rafael Ardiz. Algo similar ocurre con Merry, quien tras protagonizar una boda mal vista con Jimmy Giménez Arnau, con quien tuvo una hija, se marchó de España para vivir con un norteamericano al que como a ella le fascina la meditación. Quizá a quien más le espante la vida pública es a Arantxa, la nieta pequeña, a quien se vio por última vez en la boda de Carmen con Campos, hace algo más de un año, con un rostro matizado por el bisturí.
En un momento dado, los Franco quisieron convertir en el cabeza de familia al nieto mayor, Francis, quien modificó el orden de sus apellidos para poder ser llamado Francisco Franco y así perpetuar ese nombre. También heredó, por deseo expreso de Carmen Polo, el título de señor de Meirás, concesión en la que el entonces ministro de Justicia, el socialista Enrique Múgica (hoy Defensor del Pueblo), miró para otro lado. Pero Francisco Franco, nieto, tampoco tuvo suerte en sus avatares sentimentales y económicos. Salió mal su matrimonio con María Suelves, biznieta del conde de Romanones, con quien tuvo dos hijos. Un hijo suyo, Juan José Franco Suelves, mató por accidente de un disparo a un compañero de caza. Y él mismo tuvo un altercado con la justicia chilena a consecuencia de una estafa. Su posición como gestor del patrimonio de la familia fue un fracaso, por lo que fue discretamente colocado en un segundo lugar. El mayor de los nietos vive ahora con su segunda mujer, Miriam Guisasola, en un espléndida casa valorada en 12 millones de euros. Las desgracias parecen menos si van acompañadas de un buen patrimonio que soporte, incluso, una mala gestión. Entre las numerosas propiedades de los Franco (unas 50 sociedades, algunas de ellas ya extinguidas, mueven esa fortuna), una ha adquirido especial importancia. Se trata de la finca de Valdelasfuentes. Esa propiedad ha permitido a la familia dar el penúltimo pelotazo. Sita entre las localidades madrileñas de Móstoles y Arroyomolinos, fue adquirida en los años sesenta en una operación en la que intervinieron Carmen Polo y el marqués de Villaverde, con el conocimiento del propio Franco.
Era una finca rústica de casi 10 millones de metros cuadrados, que se dedicó durante años a labores agrícolas y ganaderas. Franco gestionó en ratos libres esa finca, que llegó a ser muy productiva, lo que motivó que se hablara de ella como «la SA de SE (su excelencia)». Sobre la finca, el teniente general Francisco Franco Salgado Araújo llegó a escribir en Mis conversaciones privadas con Franco : «Es una finca espléndida, donde se cultivan infinidad de productos. Tiene además ganado. Tuvo la suerte, además, de encontrar agua. Dentro de unos años tendrá un valor incalculable». No sin razón.
A la muerte del dictador, la finca sufrió la gestión de Francis. Se despidió a decenas de empleados y, a falta de mejor dedicación, pasó a ser escenario del rodaje de películas. Entre ellas, La escopeta nacional, de Berlanga, pero también algunas de terror y otras de contenido erótico. La finca fue objeto de posteriores recalificaciones, donde han entrado a formar parte del negocio algunos constructores madrileños, y ha permitido a la familia hacer caja.
Ninguno de los herederos de Franco ha demostrado ser un mago de las finanzas. Sin el paraguas de El Pardo, ninguno ha destacado profesionalmente. Se han limitado a vivir de las rentas, como algunos ex socios de la familia consultados por este periódico. «Con esas fincas y esos inmuebles es muy difícil no hacer dinero tal y como se ha movido el mercado inmobiliario en España», afirma uno de ellos, quien reconoce que los Franco «se limitaban a buscar buenos socios para sus sociedades y que éstos fueran quienes emprendieran las gestiones». El patrimonio lo ha soportado todo : la mala gestión, el descuido y cierto despilfarro. Carmen Franco llegó a manifestar en 1978, en una de sus escasas declaraciones públicas : «Los Franco no tenemos ninguna gran fortuna, ni fuera ni dentro de España». Las más de 4.000 viviendas que se proyectan edificar sobre una parte de Valdelasfuentes dan una idea del potencial que pueden tener su patrimonio. Valdelasfuentes es el penúltimo pelotazo de los Franco : la fortuna acumulada en dictadura se multiplica en democracia. La cosecha del dictador.