El corazón del incansable luchador José Torremocha Arias (Las Navas de la Concepción, Sevilla, 1909), dejó ayer de latir a las cuatro y media de la madrugada en Barcelona. El reposo le llega tras una abnegada vida de compromiso y militancia en la que Torremocha ha sido un referente de tenacidad y consecuencia en la defensa de sus ideas de comunista libertario hasta el último suspiro.
El corazón del incansable luchador José Torremocha Arias (Las Navas de la Concepción, Sevilla, 1909), dejó ayer de latir a las cuatro y media de la madrugada en Barcelona. El reposo le llega tras una abnegada vida de compromiso y militancia en la que Torremocha ha sido un referente de tenacidad y consecuencia en la defensa de sus ideas de comunista libertario hasta el último suspiro.
Militante indoblegable en los años más duros del primer franquismo, dedicó los brevísimos e intermitentes periodos de libertad que disfrutó en aquel periodo a hilvanar los contactos entre compañeros para retomar la lucha.
Tenía una personalidad forjada por numerosas detenciones, torturas y largos encarcelamientos que le mantuvieron preso durante casi 20 años en las cárceles de Franco. Fue un nómada, representativo de los luchadores de la posguerra, que transitó por los más crueles penales como El Dueso, Santoña, San Miguel de los Reyes, El Puerto de Santa María, Guadalajara y la Celular de Barcelona, entre otras.
Anarquista ejemplar. Ha sido un apasionado amante de la libertad, la cultura pero también muy alérgico a cualquier manifestación de poder. Su trayectoria vital ha seguido por la senda del pensamiento del revolucionario mexicano Emiliano Zapata cuya máxima, «los líderes grandes hacen a los pueblos pequeños», le gustaba repetir.
La guerra le llevó al frente de Madrid, donde luchó como teniente de las milicias populares. Tras la caída de la capital tuvo que enfrentarse a dos condenas de muerte, que logró eludir fortuitamente gracias a la confusión burocrática de la maquinaria franquista.
En Barcelona participó de forma destacada en la importante huelga de los tranvías en 1951, en la que la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT) desempeñó un papel relevante, y que significó la primera respuesta de envergadura a la dictadura, en un momento en que la oposición parecía totalmente aniquilada.
Fue el reorganizador de la actividad en el sindicato de espectáculos públicos hasta el año 1953 cuando cayó junto a su amigo Cipriano Damiano y otros 17 compañeros. Entre los detenidos figuraba también su padre Pedro Torremocha Ávila, que a pesar de su avanzada edad, próxima a los 70 años, fue condenado a 10, y recluido en el Centro Geriátrico Penitenciario.
José Torremocha, un rebelde permanente, tuvo una notable participación en los plenos de Toulouse, Marsella y Burdeos, estableciendo una fuerte amistad con Marcelino Boticario, Roque Santamaría y José Borrás, que integraban la corriente crítica.
Mantuvo una larga y valiosa correspondencia durante más de 20 años -desde 1964 hasta 1985- con el luchador e historiador anarquista José Peirats a quien proporcionó muy valiosa información.
Torremocha deja el testimonio elocuente de una vida de lucha por la emancipación y la libertad que había iniciado siendo todavía un niño en su pueblo.
Durante los primeros días de la revolución, tras el levantamiento fascista, ya dio muestras de radical integridad evitando cualquier abuso en su pueblo natal, una actitud que le mereció siempre el máximo respeto de todos incluidos sus adversarios.
Muy querido por sus compañeros, José Torremocha ha tenido la dicha de vivir sus últimos años rodeado de sus hijos y nietos que le han acompañado hasta su último respiro.