El parlamento, donde reside la soberanía popular según los textos legales, puesto en pie, aplaude a Fernando Fernán Gómez, el anarquista. El presidente del gobierno socialista, el alcalde conservador de Madrid, el ministro de cultura. El estado, y el país, delante de la bandera roja y negra. La misma que muchos pretenden criminalizar hoy como hace un siglo. El último acto del actor más genial.
Demuestra, a quien quiera entender, que el amor libre, el apoyo mutuo, la fraternidad, el internacionalismo, el pacifismo, la justicia social, la emancipación de los explotados y otras aspiraciones libertarias, no son ideas de violentos grupúsculos radicales antisistema afines a la extrema izquierda con oscuras conexiones en montañas no muy lejanas.
Demuestra, a quien quiera entender, que el amor libre, el apoyo mutuo, la fraternidad, el internacionalismo, el pacifismo, la justicia social, la emancipación de los explotados y otras aspiraciones libertarias, no son ideas de violentos grupúsculos radicales antisistema afines a la extrema izquierda con oscuras conexiones en montañas no muy lejanas.
Igualar a los fascistas, presentes en la calle con asesinatos recientes y continuados, como se está haciendo, más o menos solapadamente, con los anarquistas, utilizando el sobado argumento de que los extremos se tocan, es absurdo y, sobre todo, muy mal intencionado. No es cierto ahora ni lo fue nunca. Fernando Fernán Gómez no era un extremista ni nada que se le parezca. Cómico de profesión, persona razonable, tipo cabal, equilibrado, culto, cercano, valleinclanesco, renacentista, eterno perseguidor de los misterios del libre albedrío, obrero del escenario y académico. Intachable ciudadano.
En el Teatro, a la vista de todos, sobre el escenario, Fernando Fernán Gómez, recita sus últimos versos mudos envuelto en la bandera anarcosindicalista. Fuera, en la calle, hace frío. En las paredes carteles contra la inmigración. En los periódicos y radios racismo de baja intensidad ; Inmigración ordenada, caridad, condescendencia. Nadie habla de fronteras criminales ni del odio a los pobres, tan fascista. Si los inmigrantes vinieran con dinero, como hicieron los fugitivos nazis en los cuarenta, los turistas europeos en Benidorm y similares durante los sesenta o los jeques árabes en la Marbella de los setenta, quienes los asesinan y apalean irían a recibirlos a Barajas con una banda de majorettes, la tuna de derecho, demostraciones folklóricas y un vino español. Ricos contra pobres. Esa es la cuestión.
Este caso, el de ricos contra pobres, ilustra perfectamente la debilidad del razonamiento, más bien tic mental, según el cual los extremos se tocan. Quienes son extremadamente ricos y quienes son extremadamente pobres igualados en las conciencias de los profesionales de la equidistancia. Quienes matan y quienes mueren en el mismo lodo.
Aunque el tiempo haya borrado el caminito Fernando Fernán Gómez y otros como él han dejado pistas. En tiempos de confusión, intoxicación y violencia extrema, en Lavapiés y en desiertos lejanos, una voz clara y rotunda se eleva sobre las demás sin decir nada. Desde el silencio nos llega una última voluntad emocionante del anarquista muerto. Para que no haya dudas. La rojinegra.