Con el pase de vídeo : "La gran superficie"
La Navidad es, sin duda, el momento del año en que somos, casi por encima de todo, consumidores. Las calles se llenan de músicas y luces celestiales y los escaparates de colores que atraen nuestras miradas hacia cosas que muchas veces no necesitamos. Todas las cajas son un poco más grandes en Navidad, todo lleva una capa más de celofán y hasta al salchichón se le puede poner un lazo de colores.
Con el pase de vídeo : «La gran superficie»

La Navidad es, sin duda, el momento del año en que somos, casi por encima de todo, consumidores. Las calles se llenan de músicas y luces celestiales y los escaparates de colores que atraen nuestras miradas hacia cosas que muchas veces no necesitamos. Todas las cajas son un poco más grandes en Navidad, todo lleva una capa más de celofán y hasta al salchichón se le puede poner un lazo de colores.

Se supone que en Navidad se trata de celebrar la humildad, la paz y la fraternidad, pero ni nos acordamos de los humildes, ni pensamos en todos los lugares donde hay guerra, ni nos preocupamos por aquellos que jamás recibirán una cesta llena de botellas y turrones. De repente todos somos más ricos de lo que éramos y empieza la gran fiesta del consumo. No nos importa derrochar.

Todo esto es insostenible ambientalmente porque, si el modelo de consumo de los países del norte se extendiera a la población mundial, serían necesarios 3 planetas como la Tierra para atender tal demanda. Mientras, la generación de basuras aumenta, se ha triplicado en los 30 últimos años (la mitad, envoltorios y embalajes). Y es también social-mente insostenible, porque sólo un 12% de la gente que vive en Nor-teamérica y Europa occidental es responsable del 60% de ese consu-mo, mientras que los que viven en el sudeste asiático o en el África subsahariana representan sólo un 3,2%.

Un dato más : las grandes cadenas alimentarias tienen una enlo-quecida carrera por bajar costes y aumentar sus beneficios, por lo que buscan, a lo largo y ancho del planeta, qué recursos naturales y qué trabajadores se pueden exprimir mejor para sacarles provecho. Así los productos de una comida tradicional de domingo en Inglaterra habrán recorrido el equivalente a dos vueltas al mundo (patatas de Italia 2.447 Km, habichuelas de Thailandia 9.532 Km, zanahorias de Sudáfrica 9.620 Km, ternera asada de Australia 21.462 Km, arándanos de Nueva Zelanda 18.835 Km, brócoli de Guatemala 8.780 Km, fresas de Califor-nia 8.772 Km) antes de llegar a la mesa. A parte del despilfarro energé-tico que esto implica, los alimentos producidos a gran escala para lejanos mercados mundiales requieren gran cantidad de conservantes y aditivos y se exponen a un sinfín de riesgos de contaminación. Todo ello en perjuicio de su calidad.

Por si fuera poco, somos la cultura que ha demostrado más sig-nos de hastío e infelicidad. Esto se debe, en parte, a que creemos que para obtener éxito social es imprescindible tener un trabajo con el que acceder a un alto nivel de consumo, a pesar de que en realidad ese trabajo no nos satisfaga. En realidad, la tercera parte de los consumi-dores adultos europeos tiene problemas de descontrol en la compra o en el gasto y casi la mitad de los jóvenes europeos presenta una pre-ocupante tendencia consumista y de adicción a la compra.

Y para apoyar este despilfarro total, los gobiernos de todos los países avanzados disponen de un indicador macroeconómico “sagra-do” : el Índice de Precios al Consumo (IPC) que, valorado según sus métodos, demuestra que el aumento de los precios está controlado y que, no es cierta esa sensación de que “con el euro somos cada vez más pobres”. Teniendo en cuenta que el IPC sirve para determinar los aumentos salariales y de las pensiones, está claro que tanto al gobier-no como a las empresas les interesa mantenerlo a bajos niveles. Pero, actualmente, en todo el primer mundo, se empieza a considerar que el cálculo del IPC no tiene nada que ver con la realidad. Veamos algunas causas de esta afirmación.

Uno de los métodos para recopilar la información del IPC es la Encuesta Continua de Presupuestos Familiares (ECPF). Su deficiencia es la misma que tienen todas las encuestas, que la gente no acaba de decir la verdad. Algunas preguntas pueden invadir la intimidad o desve-lar secretos y más en un país donde el 23% de la economía está su-mergida. Además, el IPC, al usar una cesta base definida para un periodo fijo, no tiene en cuenta las substituciones de bienes que reali-zan los consumidores como respuesta a cambios de precios, no incor-porándose nuevos bienes hasta que se efectúa una actualización de dicha cesta de productos.

Por otra parte, el IPC excluye de su cómputo algunos impuestos, tasas pagadas a la administración pública, multas o recargos. Curiosamente, todos son pagos al Estado. Aunque los suban, el IPC se queda igual. Pero las rebajas sí son tenidas en cuenta. Y aunque pueda parecer increíble, tampoco contempla la mayor preocupación de casi todos los españoles : la vivienda de propiedad, ya que ésta se considera una inversión y no un gasto. Algo muy conveniente para el gobierno ya que el precio medio de la vivienda se disparó desde la entrada del euro más de un 150%. Organizaciones de consumidores, como la CEEACU han llegado a la conclusión que, desde la entrada del euro, los precios han subido un 60%. Según el gobierno, un 17,5%.

Hace falta, pues, otro modelo de consumo donde el eje no sea la optimización de los beneficios empresariales a costa de sistemáticas injusticias sociales, la polarización de la riqueza, la dependencia del consumismo y la destrucción de los recursos naturales. Desde hace más de 15 años, una amplia red de grupos y colectivos sociales en todo el Estado español, promueven el Día Sin Compra (23 de noviem-bre), algo parecido a un día de huelga del consumidor, una operación de boicot no contra un producto o una multinacional concreta, sino contra la sociedad de consumo en general, que promueve un modelo de consumo social y ambientalmente insostenible.

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Fuente: Colectivo Libertario de Sant Boi