Artículo publicado en Rojo y Negro nº 385 de enero

Entrevista a Miquel Ramos

Periodista especializado en extrema derecha y movimientos sociales, Miquel Ramos (Valencia, 1979) es una voz autorizada cuando hablamos de un periodismo comprometido con la justicia social. Miembro de «La Marea» y habitual en tertulias de televisión y radio, Ramos es autor de «Antifascistas. Así se combatió a la extrema derecha española desde los años 90» (Capitán Swing, 2022). Un libro imprescindible para conocer las luchas antifascistas de los últimos 30 años.

Comenzaste muy joven investigando a la extrema derecha valenciana, ¿cómo surge ese interés y esa mezcla de periodismo y militancia?

Mi generación estuvo muy marcada por lo que era Valencia a principios de los 90: un centro importante de la ultraderecha, donde había gran actividad de grupos nazis y fascistas que tenían cierta connivencia con el PP. Además, hubo un hecho traumático como fue el asesinato de Guillem Agulló (joven antifascista asesinado en 1993). Fue algo que nos atravesó porque teníamos gente en común. Soy uno de esos jóvenes que se vio traumatizado por un crimen en un tiempo en el que además empiezas a descubrir el mundo y a participar en política. El antifascismo es algo que asumías una vez que ponías un pie en los movimientos sociales, pero también porque en cualquier lucha en la que nos implicábamos el fascismo suponía una amenaza. Empecé con Radio Klara, luego con el periódico L’Avanç, un proyecto en valenciano que duró 9 años donde ya empezamos a hacer mucho trabajo de investigación con la extrema derecha. Eso fue muy motivador, porque cuanto más conoces al nazi-fascismo más te estimula investigar y combatirlo.

Parece que a la extrema derecha algo que le molesta especialmente es que se conozca su pasado, sus vínculos, sus negocios, sus intereses empresariales… ¿Cuál ha sido su reacción a trabajos como el tuyo?

Hace años nos enfrentábamos periodísticamente a nazis y fascistas muy marcados, en cierto sentido más folclóricos y callejeros. Conforme la extrema derecha se ha ido normalizando con su entrada en política, su argumentario ha ido penetrando poco a poco en el sentido común de mucha gente. He publicado un 20% de todo lo que sé, a veces porque hay cosas que aunque estás seguro no las puedes acreditar o porque no conviene evidenciar las fuentes. En estos años ha pasado algo que sí es nuevo, hay gente de la profesión que ahora sí se ha tomado en serio el fenómeno de la extrema derecha en España y te pasa informaciones que no pueden publicar. Antes, quienes escribíamos de extrema derecha, éramos considerados unos frikis y parecía que no era “conveniente” hablar de nazis y fascistas.

¿Cuál fue la motivación del libro?

En primer lugar volcar la información que he acumulado a lo largo de estos años, me parecía triste que se quedara en un archivador. Pero además quería contar las historias del antifascismo a partir de sus protagonistas. Entrevisté a la gente que participó en esas historias que yo tenía archivadas y que habían pasado en todo el Estado español. No había una historia contada de cómo era la extrema derecha de después del franquismo y la llamada Transición, no estaba contada la historia de quienes plantaron cara a los fascistas a partir de finales de los ochenta. Estaba en fanzines y medios afines de la época, pero no para un público más amplio. No soy ni un académico ni un periodista recién aterrizado, así que quería contar algo que he mamado desde que yo tenía 13 años, dar la voz a la gente que participó del movimiento antifa entonces y cómo se ve ahora, 30 o 20 años después. Mucha gente que participó en el libro no había hablado de esto antes, hubo muchas personas que pusieron su cuerpo para defenderse, a un nivel de violencia que ya no es el de antes. Y lo curioso es que los nazis que entonces daban palizas ahora a lo mejor redactan leyes…

¿Cómo ha sido la recepción del libro por el movimiento antifascista actual y qué músculo crees que tiene?

El libro ha ido muy bien. Una de las cosas más bonitas que ha pasado en varias presentaciones, en algunas de la cuales me he emocionado, es que ha venido un público muy intergeneracional. Gente de 50 tacos me han dicho: “Gracias por contarlo. Yo formé parte de esto”. También gente que se rencontró después de años, gente de distintas épocas, gente que participó en el libro y que está muy contenta de participar en un relato coral con personas de otros lugares. Yo siempre digo que hay mucho amor en estas historias, mucha gente no tenía por qué poner ahí su cuerpo para enfrentarse a nazis, que los querían matar o quería matar a otra gente por ser diferentes, y lo hizo. Y quizás si no lo hubiese puesto en un libro, todas esas historias de mucha gente generosa se habrían perdido. Es importante escribir nuestra propia historia, la de los movimientos sociales. Volviendo a la pregunta, yo creo que el antifascismo actual es más amplio, más diverso, si quieres más “demócrata”, ya no es cosa solo de la “izquierda radical”, pero es importante tener presente cómo fue en el pasado.

¿Cómo se ha relacionado el sindicalismo con el antifascismo y cómo crees que tendría que hacerlo?

Siempre hubo vasos comunicantes, pero hay distintos momentos. Un compañero antifascista decía: “Si los y las sindicalistas de los 80 se hubieran puesto más de nuestro lado en los 90, los nazis habrían durado dos días”. Es verdad, pero hay que tener en cuenta que en esa época se estaba desmantelando la industria o privatizando muchos servicios. Había una lucha muy fuerte del sindicalismo y había algunas alianzas, pero no había un frente común como nos hubiera gustado. Hoy en día, con una extrema derecha institucionalizada, gente que se sentía más ajena está entendiendo que es parte de un proyecto que va en contra de la clase trabajadora, se ha visto muy claro con Milei en Argentina. Por suerte esa conciencia antifascista está ganando terreno dentro de la lucha sindical. Se nota que hay sensibilidad y preocupación entre los sindicatos, también porque parte de la generación que estuvo en la lucha antifascista de los ochenta y noventa está ahora en sindicatos. El problema es que aunque el sindicato de VOX es una pantomima y no llega a nada, ellos sí que consiguen conquistar sentido común de la clase trabajadora con sus críticas al feminismo, los Menas, las paguitas… y eso es muy peligroso. El sindicalismo debe tomar posición ante esto, en Argentina lo estamos viendo muy claramente como el primer paquete de medidas es precisamente contra la clase trabajadora y los sindicatos. La realidad es la que está descubriendo a los que no se lo creían la importancia que tiene el antifascismo para el sindicalismo.

La extrema derecha está construyendo una atmósfera de conflicto social basado en el antagonismo, lo que algunos llaman “guerra cultural”, contra las minorías, los derechos conquistados…

Llevan muchos años planificando cómo afrontar esta batalla cultural en términos muy gramscianos, es decir, conquistar el sentido común de la gente antes de conquistar el sentido político. Están teniendo cierto éxito y lo estamos viendo en Europa, en América Latina, en Estados Unidos con Trump… Se está revirtiendo ese sentido común progresista que emanó de las luchas sociales de las décadas de 1960 y 1970 principalmente. Se le está dando la vuelta a todo, hasta el punto de plantear que quitar derechos es una opción democrática. La batalla cultural funciona muy bien para diferentes cuestiones, no solo para arrebatar sentido progresista a la sociedad, sino también para enmascarar su verdadera política, que es una política al servicio del neoliberalismo. Ellos te entretienen quitando libros LGTBI de las bibliotecas, criticando el feminismo o el antirracismo pero mientras legislan para quitar impuestos a los ricos, negar subsidios, bajar el salario mínimo, etcétera… Una auténtica pantalla cultural vestida con mucho nacionalismo, pero siempre por detrás está el tema económico, que es el que verdaderamente han venido a apuntalar.

Hay una perversión del mensaje que produce un efecto bumerán, como si fueran defensores de un modelo de libertad.

En países donde la extrema derecha está más evolucionada que en España esta batalla cultural ha logrado arrebatar banderas clásicas de la izquierda. Por ejemplo, una candidata de Alternativa por Alemania es una mujer lesbiana casada con una refugiada y están pidiendo blindar las fronteras. Así se compra la chatarra de la extrema derecha, que a veces también levanta la bandera del laicismo contra lo musulmán o el velo haciendo uso de mujeres que han sufrido el patriarcado islámico. Es una forma muy inteligente de instrumentalizar todo con el fin de jugar con las contradicciones de la izquierda y al final arrastran a mucha gente que no es de extrema derecha al marco que ellos quieren y poder así hablar del “problema de la inmigración”, la “amenaza del Islam”, el “lobby LGTBI o trans”, o “las feminazis”… Una serie de artefactos fabricados por la extrema derecha, en lo que puede haber cierta izquierda oxidada que también caiga, mientras que lo que les interesa realmente es el dinero y el negocio: situar ese marco “cultural” es su mayor victoria.

En ese contexto hay reacciones que intentan señalar sus contradicciones, como es el caso de la novela negra antifascista francesa o antes los libros de Stieg Larsson en Suecia…

Desde que la extrema derecha empieza a suponer ya una amenaza real al consenso democrático anterior —a esa alianza de socialdemócratas, liberales y conservadores— y se empiezan a disolver los “cordones sanitarios” y todo ese andamiaje que huía de los pactos con ellos, a los que equiparaban con la extrema izquierda, aparecen otras respuestas. Ellos saben que han logrado un terreno fértil para sembrar y recoger con sus discursos. Además, hay un problema de cierta izquierda que no sabe cómo moverse, eso también es importante decirlo. Entonces en ese ambiente, hay una agitación cultural de una parte de la intelectualidad que encuentra la necesidad de reflejar este momento histórico de diferentes formas: bien a través del cine, el teatro, la pintura, o la novela. Ese relato entre ficción y realidad tiene a veces características muy marcadas de denuncia, como hacía Larsson que era antifascista y en todas sus novelas aparece la lucha contra el fascismo, o la novela El Bloque de Jerôme Leroy que se escribió hace diez años y refleja de manera premonitoria lo que iba a pasar con la extrema derecha francesa. Lo importante es que en ambos casos, también en tu libro Dicen que ha muerto Garibaldi, se nota que se escribe con conocimiento de causa, sabiendo perfectamente de dónde viene esta gente que ahora se visten con traje y corbata, pero que hace años iban dando palizas y cuyo discurso en esencia no ha cambiado. Es una forma de denuncia del fascismo que creo que también es muy útil para abrir la mente del espectador o del lector.

Jacobo Rivero

 


Fuente: Rojo y Negro