Aunque hubiera sido deseable un mayor ejercicio de perspicacia por parte de Zygmunt Bauman para evitar dar a El País el titular que el diario buscaba contra el 15M, lo cierto es que el movimiento de los indignados, a medida que trasciende y se globaliza, va despertando rencores a diestro y siniestro entre una parte de la comunidad intelectual.

Recuerda a la misma suerte adversa que tuvo la
democracia ateniente respecto a la mayoría de los filósofos, que
desde Platón en adelante se significaron como antidemócratas. Dando
al término “antidemócrata” el sentido de adversario del
autogobierno del pueblo, concebido éste colectivo
indiscriminadamente, sin ponderar sus capacidades ni a niveles de
formación.


Recuerda a la misma suerte adversa que tuvo la
democracia ateniente respecto a la mayoría de los filósofos, que
desde Platón en adelante se significaron como antidemócratas. Dando
al término “antidemócrata” el sentido de adversario del
autogobierno del pueblo, concebido éste colectivo
indiscriminadamente, sin ponderar sus capacidades ni a niveles de
formación.

Por parte de
la derecha, las críticas han sido tan alicortas y chuscas que sus
valoraciones apenas aportan nada. Se califican por sí solas. El
registro en ese ámbito va desde opinadores que denostan las
movilizaciones ciudadanas como prefascistas hasta los que, aún más
a su derecha, hablan con parecido desdén de chusma y perroflautas,
para vocear una presunta marginalidad radical que debería anularles
socialmente. Nada nuevo bajo el sol. Es la respuesta crispada, entre
infantil y prepotente, de quienes sienten amenazado su monopolio de
poder y privilegios.

Mucho más
interesantes son las reacciones cosechadas de parte de cierta
izquierda, en especial de la que se reclama del marxismo como método
de análisis político, bien sea en sus declinación clásica o en
esas formas agiornadas y posmodernas, propias de un cierto
revisionismo galante que intenta cambiar algo para que todo lo
esencial de la ideología siga igual. Un exponente revelador del
primer grupo son las críticas procedentes del marxismo del cono sur,
que consideran el fenómeno contestatario iniciado en las revueltas
árabes de Túnez y Egipto, y su derivada europea del 15M, casi como
una performance estratégica o incluso una moda puesta en marcha
desde no se sabe qué entrañas del capital para dotarse del
adversario-trampa con que capear la crisis sin que peligre el sistema
dominante.

Es una
postura que está en línea con cierta teoría de la conspiración
que tantos adeptos tiene entre los que prefieren una salida de pata
de banco antes de que la realidad les estropee una bonita conjetura.
Un reciente artículo de Sami Nair,
Izquierda
latinoamericana y revolución árabe
(El
País, 13 de octubre 2011), daba buena cuenta de esta perspectiva que
gravita sobre la convicción de que al no estar dirigidas por
vanguardias las revueltas ciudadanas consolidan a las fuerzas de la
reacción mundial. Ciertamente, esta línea de pensamiento se ceba
como piedra de toque en el confuso, profuso y difuso episodio de la
revuelta Libia, y en la sobredimensionada intervención militar de la
OTAN apoyando a los combatientes antigadafistas.

En este
contexto, las declaraciones del famoso sociólogo polaco Zygmunt
Bauman restando capacidad de verdadera trasformación al movimiento
15M, cuando éste acaba de liderar la primera contestación global al
capitalismo de toda la historia, suponen un salto cualitativo en lo
hasta ahora leído. Aunque el titular elegido por el entrevistador
como reclamo supone una cierta manipulación del texto, Bauman
devalúa la disidencia de los indignados con el argumento de que es
fundamentalmente emocional y carece de pensamiento, añadiendo que si
lo primero vale para destruir sin lo segundo no se puede construir. O
sea que se trataría de otra manifestación del fenómeno de la
liquidez de los acontecimientos que en su experta opinión identifica
a la modernidad. ¿Un movimiento banal, un carnaval?

Dejémoslo
en una interrogación que sirva para la reflexión de avanzada.
Porque lo singular de la crítica de Bauman al 15M, su supuesta
inoperatividad fáctica, está en las antípodas de lo que ha
producido este movimiento en sus ¡sólo 5 meses de existencia! E
incluso es contradictorio con las propias tesis del sociólogo
cuando aún no estaba empeñado en poner el adjetivo “liquido” a
todo lo que se moviera. Me refiero al primer Bauman, el de
Modernidad
y Holocausto
,
donde argumenta que el holocausto no debe interpretarse como un
accidente en la historia de la humanidad sino que es algo que anida
en la lógica de la civilización moderna y su creencia en la
ingeniería social a gran escala. Una denuncia que entronca con la
crítica central que asume el 15M sobre la inhumanidad consustancial
del sistema que habitamos a consecuencia de la emulsión de los
avances técnico-científicos sometidos al rigor mortis que impone el
modelo de explotación del capitalismo neoliberal.

Por
todo ello, el calculado desmerecimiento que el premio Príncipe de
Asturias 2010 lanza con toda su autoridad sobre los indignados puede
referenciarse con su biografía ideológica como antiguo miembro del
partido comunista polaco desde 1946 a 1967 y su etapa como miembro de
los servicios secretos en lo que él ha llamado el “ejército
interno” en una entrevista publicada por el diario argentino Clarín
el 4 de mayo de 2007. Porque alguien que lejos de lamentar esas
credenciales reivindica que “todo buen ciudadano debería
participar en el contraespionaje” y justifica su dilatado servicio
en aquél régimen totalitario porque “las ideas comunistas eran
una continuación de la ilustración”, debe tener un idea de la
transformación social más próxima a la doctrina de las vanguardias
que a la de la democracia de base del movimiento de los indignados.
Tiene pensamiento pero le falta emoción. Salvo que preso de su
propio personaje líquido, Bauman ensaye el juego de la profecía
autocumplida.

Rafael
Cid

Ver «El 15-M es emocional, le falta pensamiento»: Entrevista con Zigmunt Bauman, filósofo polaco.


Fuente: Rafael Cid