Las palabras, sean en verso o en prosa, surgen críticas por el momento que nos embarga. Más bien palabras definitorias que no elucubrantes. Palabras sencillas y profundas. Emanadas no del intelecto, sino del sentimiento, que se hace conocimiento, que se auto conoce. Sensaciones y emociones que se reconocen por la tremenda angustia que provoca esta terrible situación social y moral que vivimos. Algunas de estas fueron pronunciadas, por Juan Emilio Ríos, en el acto celebrado en Al-cultura, en homenaje al 110 aniversario del nacimiento de Rafael Alberti, un 16 de diciembre de 1902. Estas palabras evocadas por la lectura de otras de Alberti: ‘Recuerdo. No recuerdo. ¡Ah, sí!. Pasaba un traje deshabitado, hueco, cal muerta entre los árboles.”.

Éstas, de Alberti, produjeron las siguientes de Emilio Ríos, que ubicadas en este preciso momento condensan imágenes poéticas del enorme desconsuelo en que vivimos: “Yo era entonces mi traje y mis miedos” Entonces es ahora, el momento presente, que es sentido como si sólo quedara el envoltorio de lo que uno fue y, lo que permanece es el miedo, al comprender el enorme vacío que queda. Y sigue la estrofa: “Deshabitado de infancia, muerto de presente, desnudo de futuro.” Ni el pasado, ni el presente, ni tampoco el futuro se nos permite tener.

Éstas, de Alberti, produjeron las siguientes de Emilio Ríos, que ubicadas en este preciso momento condensan imágenes poéticas del enorme desconsuelo en que vivimos: “Yo era entonces mi traje y mis miedos” Entonces es ahora, el momento presente, que es sentido como si sólo quedara el envoltorio de lo que uno fue y, lo que permanece es el miedo, al comprender el enorme vacío que queda. Y sigue la estrofa: “Deshabitado de infancia, muerto de presente, desnudo de futuro.” Ni el pasado, ni el presente, ni tampoco el futuro se nos permite tener. La risa de nuestra niñez ha volado, y ni siquiera podemos evocarla de esos entrañables y felices momentos. El presente se ha esfumado, llenándose, lo que hasta hace poco era luz, de oscuridad. Y si la vivencia de la angustia del hoy es grande, más se ceba en nosotros la certidumbre de la ausencia de futuro. Ese funesto presente se nos antoja entonces eterno y el ánimo se desanima hasta perder el ánima y fallecer.

Juan Emilio sigue enunciando: “Yo no era siquiera un nombre, era quizá niebla entre los árboles.” Perdemos la identidad en este marasmo que nos abofetea, dejándonos desarmados frente al brutal ataque. Una sinrazón que locamente nos conduce hasta la pérdida de aquello por lo que los demás nos llaman, !nuestro nombre!. Nos convertimos en innombrables, que pasan al mundo de lo inexistente. Tanto ninguneo nos conduce a ese recóndito lugar donde sólo podemos sentirnos: “niebla entre los árboles”. Un tenue velo de vapor de agua que traspasa, o más bien pasa, tenuemente por la piel de las cosas, sin dejar huella alguna de su paso.

No obstante, hundidos en la nada, nos percatamos de que alguien nos habla, que alguien se comunica, en prosa o en verso, ¡qué más da!, y el milagro del lenguaje vuelve a funcionar retomando la conciencia de que somos más que uno, que somos muchos los seres que necesitan comunicar hasta sus silencios. Y surge la idea de que juntos podemos hacer posible el retorno de nuestra infancia, de nuestro presente y del futuro tan necesario para vivirlo. Y decidimos que tenemos nombre y que podemos llamarnos unos a otros. A partir de ahí, nos vestimos con el traje habitado por la rabia y enterramos en cal viva tanta corrupción como nos ronda.

Rafael Fenoy Rico Comunicación CGT Enseñanza

 


Fuente: Rafael Fenoy Rico