Artículo de opinión de Rafael Cid

En pleno fragor de acusaciones de tamayismo y transfuguismo, para alimentar bulimias ideológicas irredentas a diestra y siniestra, Pablo Iglesias acaba de protagonizar un nuevo caso de nomadismo político, el tercero en su corta vida institucional. Entró en la carrera del poder al salir elegido como eurodiputado (aquella incunable papeleta con su rostro estampado al frente de la escudería podemita). Poco tiempo después hizo correr el escalafón para presentarse como cabeza de lista a las elecciones generales.

En pleno fragor de acusaciones de tamayismo y transfuguismo, para alimentar bulimias ideológicas irredentas a diestra y siniestra, Pablo Iglesias acaba de protagonizar un nuevo caso de nomadismo político, el tercero en su corta vida institucional. Entró en la carrera del poder al salir elegido como eurodiputado (aquella incunable papeleta con su rostro estampado al frente de la escudería podemita). Poco tiempo después hizo correr el escalafón para presentarse como cabeza de lista a las elecciones generales. Y ahora abandona la vicepresidencia del gobierno de coalición Unidas Podemos-PSOE con la pretensión de encarnar un frente de izquierda en las autonómicas del próximo 4 de mayo en Madrid. Todo ello en el momento en que las encuestas aventuraban que su grupo podría quedar sin representación en la Asamblea por rozar a duras penas el 5% de votos reglamentario.

Visto lo cual, hay que deducir que esa súbita decisión parte de la presunción de tener un alto concepto de sí mismo. O sea, que <<el efecto Iglesias>> sería capaz no solo de conjurar ese famélico desenlace, sino incluso de refutar a tantos agoreros e investirle como el líder providencial que derrotaría a la <<derecha criminal>>. Es lo que declarado el propio Pablo Iglesias en un video grabado en su despacho oficial de vicepresidente de todos los españoles (y no solo de los suyos y allegados). Arenga de parte antes empleada por su colega la ministra portavoz, María Jesús Montero, al utilizar la rueda de prensa del consejo de ministros extraordinario del pasado viernes 12 para pedir <<a Ciudadanos que rompa con el PP y pacte con el PSOE>>. En la nueva normalidad ya es habitual ver a representantes públicos apropiarse del cargo como si lo hubieran ganado con sangre, sudor y lágrimas en una dura oposición. No es tan frecuente, sin embargo, oír a un miembro del Ejecutivo llamar <<criminales>> a sus adversarios políticos, en este caso por extensión a los millones de españoles que han votado a las distintas variantes de la derecha.

Pero es algo a lo que desgraciadamente tendremos que acostumbrarnos de ahora en adelante, visto el gran ascendente que tiene entre nuestra clase política la doctrina del filonazi de Carl Schmitt, equiparando al rival político como enemigo a batir. Empezó con la sorna del <<trifachito>>, pasó a la tridentina << foto de Colón>>, y continuó bajo el palio de <<las tres derechas>>. Hasta que un mal día, Ciudadanos, una de las patas del embrollo, buscó refugio entre sus antiguos detractores del PSOE. Porque, gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones. Claro que entre los <<cayetanos>> la cosa no es más halagüeña. Hablar del gobierno <<social-comunista>>, además de ser una solemne majadería en su auténtica simbología, es un intento de reeditar un escenario de trincheras tan burdo como irresponsable. Unos y otros parten de una misma premisa: considerar que los ciudadanos son unos gañanes que embisten más que piensan.

Cuando la señora Ayuso acuña como eslogan electoral ese patético raca-raca de <<comunismo o libertad>>, está incurriendo en un delito de lesa imbecilidad. Si no andamos mal informados, incluso por lo que emiten los medios de la caverna que tanto jalean a la presidenta madrileña, la presencia con mando en plaza de dos dirigentes del Partido Comunista en el Gobierno no ha conllevado hecatombe alguna. Ni Yolanda Díaz ni Alberto Garzón se han caracterizado precisamente por aprobar políticas <<revolucionarias>>. Casi al contrario. Al ministro de Consumo lo más radical que se le puede imputar es haber relegado la publicidad del juego en televisión al horario nocturno, porque ni siquiera se ha atrevido a <<confiscar>> el IVA de las mascarillas FFP2. Y de la ministra de Trabajo, que por cierto no evitó la debacle de la confluencia gallega que encabezaba en los últimos comicios gallegos, lo que cabe otorgarla es ser una hábil casamentera. Los ocho acuerdos alumbrados hasta ahora por su departamento han sido fruto de pactos con la patronal y los sindicatos (esos que llaman en fino <<agentes sociales>>, como si fueran el alfa y omega representativo). Incluso no ha tenido inconveniente en usufructuar las posibilidades que la última reforma laboral del PP ofrecía en el capítulo referido a los ERTE para paliar los efectos sanitarios-laborales del coronavirus. Díaz es la ungida por el Grupo Prisa.

Ignoro si es por esa conjunción astral de que Díaz Ayuso y Pablo Iglesias nacieran el mismo año, del mismo mes y en el mismo día, pero lo que nos sirven en bandeja tanto la <<rive droite>> como su antagónica <<rive gauche>> es un pensamiento binario pandémico. Un algoritmo de pesebre, que cuanto más bufa, ofreciendo salidas simples y viscerales a situaciones complejas, más expulsa los valores democráticos que dignifican la política. Del bipartidismo de amiguetes al bloquismo fratricida, mientras las colas del hambre asaltan los infiernos.

¡Qué país, que paisaje, qué paisanaje, Miquelarena!

Rafael Cid

 


Fuente: Rafael Cid