Hablamos con diferentes abstencionistas para que expliquen por qué eligen esta opción, cómo la entienden, y cómo juzgan las presentes elecciones.
No son tiempos fáciles para la abstención. En contraste con las generales de 2011 en las que, al calor del 15M y sus múltiples propuestas políticas desde abajo, el descrédito de la política institucional era notable, en diciembre de 2015 la grieta abierta por aquella enmienda ha sido notablemente canalizada por la nueva política en los que ya son los últimos comicios del bipartidismo.
No son tiempos fáciles para la abstención. En contraste con las generales de 2011 en las que, al calor del 15M y sus múltiples propuestas políticas desde abajo, el descrédito de la política institucional era notable, en diciembre de 2015 la grieta abierta por aquella enmienda ha sido notablemente canalizada por la nueva política en los que ya son los últimos comicios del bipartidismo.
Más allá de las propuestas en sí, programas, tertulias, debates a los que sólo les ha faltado un control antidoping, comentarios minuto a minuto de las campañas de los candidatos -las candidatas, con escasas excepciones, siguen sin ser visibles-, hasta un puñetazo al presidente del último austericidio… todo el engranaje convierte la política institucional estatal en una especie de droga democrática a la que es raro resistirse.
Dado su interés, pero siguiendo también la pauta de los últimos treinta años, las elecciones generales que se celebran hoy registrarán una alta participación y, aunque la abstención no baje del 20% –se auguran niveles que van del 22 al 24%– es muy probable una bajada de entre 7 y 9 puntos respecto al 31% de 2011. En los momentos en los que se percibe la urgencia de un cambio, la opción por la participación electoral sube: pasó con a UCD en 1977, con Felipe González en 1982, con Aznar en 1996 o con Zapatero en 2004.
La opción por la abstención
La variedad y riqueza en las propuestas y los perfiles políticos abstencionistas suelen enterrarse en una distorsionada imagen pública, una semblanza interesadamente parcial que pretende que quien no vota lo hace por su desinterés por la convivencia pública.
No hay apenas estudios sobre esta cuestión, más allá de complementos a las investigaciones del comportamiento electoral. Sin embargo, la realidad es bien diversa, y a menudo hay un alto grado de compromiso, que en su extremo muestran las personas que se declaran objetoras a la participación en mesas pese al coste penal de tres meses a un año de prisión o multa de seis a veinticuatro meses: el último caso, el de Axel, vecino de Terrassa.
Hablamos con varias personas abstencionistas de diversas procedencias que nos muestran los matices de su opción.
A Enric Durán, integrante de la Cooperativa integral catalana y de Fair Coop que lleva años trabajando en una respuesta integral a las necesidades de las personas al margen del capitalismo, y que se ha jugado la libertad por demostrar los mecanismos antidemocráticos con que se crea el dinero, nadie le puede tachar de pasivo, pero no le interesa demasiado el debate voto/abstención. Ante todo, tiene «muchas ganas» de que acaben las elecciones » y la construcción de alternativas desde fuera del Estado y del capitalismo pueda recuperar centralidad política en los movimientos sociales».
Considera que «crear y poner esperanzas en las elecciones como vía de cambio es generar falsas expectativas en la gente que de verdad desea cambiar el mundo» de lo cual le parece un ejemplo Grecia, donde se ha mostrado «de forma clara y contundente cómo tomar el gobierno es algo muy distinto de tomar o de recuperar el poder».
A su juicio, «si se dedicara la mitad de energías que se dedican para tomar las instituciones del Estado capitalista, en construir un modelo nuevo desde abajo, en el que la horizontalidad, la participación directa y la confederación de procesos asamblearios fueran protagonistas y donde el recuperar la gestión y la construcción de la economía en el día a día fuera una parte estratégica fundamental, estoy seguro que el resultado sería claro y contundente en demostrar que de esa forma, construyendo al margen de los estados-nación, es como sí se puede«.
Patricia Martínez Redondo trabaja en diversos colectivos feministas y hace labores de facilitación relacionadas con contextos de agresiones sexistas en espacios de los movimientos sociales. Aboga por la autoorganización y la autodeterminación, pero, subraya, «no soy una idealista trasnochada: una ciudad como Madrid, con millones de habitantes y metida de lleno en redes de relación basadas en el consumismo y el capitalismo, ¿cómo va a autoorganizarse?… Pues me resulta mucho más alejado de la realidad pensar que votar vaya a cambiar nada».
A su juicio, el problema estriba en el afán por delegar, que forma parte del «problema de falta de implicación, de esta cultura del quejarse y no hacer nada». Pone como ejemplo la cuestión de la violencia contra las mujeres, para el que destaca, sin desmerecer el valor de las leyes, que «no hay ley que pueda protegernos, lo que realmente protege es un entramado social concienciado y cercano, que tenga claro el origen de la violencia de género y por tanto haga imposible que se pueda dar. E igualmente con la homofobia, la transfobia y otras violencias relacionadas con el género».
Desde su perspectiva feminista, «este sistema es intrínsecamente patriarcal, capacitista, racista, etc. Se basa en el modelo tradicional masculino triunfador del hacer, lograr, crecer…. Las normas, las leyes, el entramado político siempre va a dejar a las mujeres (y otros sujetos) como ciudadanas de segunda. El cuidado, la vida humana, queda al margen de lo considerado ‘central e importante'».
Eduardo Pérez, militante por la vivienda, destaca que, por definición, la abstención es pasiva; entiende que empeñarse en distinguir la que es considerada activa «responde a críticas de votantes de izquierda, fundamentalistas del voto, que consideran que abstenerse es desentenderse de la vida política».
Aunque no vote, cree que «votar o abstenerse es una cuestión irrelevante o secundaria, de ninguna de las dos maneras se van a conseguir soluciones para los problemas principales del país» porque «la cuestión crucial es que la clase trabajadora adopte un proyecto democrático, y cómo realizarlo a través de un poder popular que comience configurándose como un potente interlocutor ante las élites y, también, su régimen político».
Con todo, considera que estas elecciones «van a medir el impacto de la crisis de acumulación de capital que vivimos desde hace ocho años, y del malestar social expresado principalmente en el ciclo de protestas de 2011-2013 sobre la configuración del sistema de partidos español» de lo que resultará una «atomización» que es «una buena noticia pero de forma muy relativa, ya que un continuismo político, con matices, está garantizado, y los nuevos partidos cumplen la función de re-legitimar a un régimen cuya credibilidad estaba dañada pero que ha sabido regenerarse».
Para María R., que participa entre otros proyectos en este periódico, la abstención «es sólo una pequeña parte de un día a día de participación en las calles, de un trabajo cotidiano interno de revisar mis propias dinámicas, y externo, de intentar mejorar las formas en que nos relacionamos con nuestro entorno, de buscar otros modos de consumo y de participación en nuestra sociedad».
No quiere «resignarse» a actuar cada cuatro años porque está en contra «del propio concepto de representación, y de un sistema político que es hoy por hoy inseparable del sistema económico capitalista y de sus lógicas».
Por todo ello, sólo contempla la abstención «desde una posición activa, de decidir y organizarme día a día con mis compañeras y compañeros y vecinas y vecinos, en grupos de afinidad y de forma igualitaria y libre, en un entorno en el que se respete a todos los seres humanos y no humanos por igual».
Reconoce que ha dudado, y no sólo en estas elecciones sino «cada vez que vuelve un proceso electoral» y explica: «yo no vivo mi abstencionismo como un dogma, el cuestionamiento está presente siempre, de la misma forma que intento que la autocrítica también lo esté». Así, señala que su decisión de «no legitimar sus dinámicas con mi participación» no es fácil pero también asegura que «no está ni mucho menos tomada por inercia ni a la ligera».
Organizaciones abstencionistas
El abstencionismo activo es defendido por sindicatos como CNT o CGT. Martín Paradelo, secretario general de CNT, sindicato que, desde su penúltimo Congreso en Córdoba en 2010, ha sumado entre sus líneas prioritarias la construcción de alternativas económicas al capitalismo -grupos de consumo, cooperativas de trabajo asociado, redes de intercambio…-, indica que «el hecho de no votar debe formar parte de una práctica cotidiana de la autogestión» mediante «acciones que tienen un sentido verdaderamente político de superación del actual sistema capitalista y la creación de un nuevo sistema social», por lo que el ejercicio del voto «tal y como está planteado en estos procesos parlamentarios simplemente es incompatible con esta práctica de la autogestión».
Para Paula Ruiz, que forma parte del secretariado permanente de CGT, «abstenerse activamente significa no delegar en otras personas tu potencialidad, tu acción, tu capacidad de transformación, tu necesidad de autogestión de la vida colectiva» y, respecto a estas elecciones, destaca que, aunque se presenten como una Segunda Transición, son «una patraña», ya que a su juicio «los nuevos partidos emergentes que dicen representar esos nuevos tiempos se han domesticado e integrado directamente en la gestión del sistema capitalista, clasista, machista que padecemos» y «han desmovilizado enormemente a la sociedad (Mareas, Marchas de la Dignidad, movimiento 15M, huelgas generales laborales y de consumo…) apostando por la participación electoralista como la única vía de lucha por transformar la sociedad».
En la red de activistas Apoyo Mutuo hay, según explica una de sus portavoces, Luis León, quienes votan y quienes no, «y no son ni peores ni mejores por hacerlo» porque «el quid de la cuestión reside en la construcción de una alternativa al sistema capitalista, pues, a fin de cuentas, la abstención no deja de ser algo simbólico».
Para esta iniciativa, que aspira a construir un movimiento popular fuerte, es «imprescindible» la independencia de los movimientos sociales y populares, con unos objetivos y agenda propios y no «a la cola de ningún proceso electoral», y que no puedan ser mermados por la participación electoral.
Confían en crear una fuerte red que haga de los movimientos sociales un interlocutor potente y, en esta línea, valoran que «quizás unas demandas conjuntas y coordinadas entre distintos movimientos, que tensionen el escenario post-electoral y hagan de la mayor división parlamentaria una oportunidad para hacer ingobernables las calles, para construir una alternativa anticapitalista y radicalmente democrática en ellas, puedan permitir avances cualitativos para las clases populares», señala León.
Por su parte, han puesto en circulación su Programa para una democracia de las personas allende las instituciones, con propuestas y medidas «que puedan servirnos de guía al movimiento popular para alcanzar esa alternativa que planteamos», y del que ayer, en la jornada de reflexión, se presentaba la parte dedicada a la democracia social y que completa las dedicadas a democracia política y económica.
Embat, organización libertaria de ámbito catalán, coincide con Apoyo Mutuo en destacar la importancia de aglutinar un consistente movimiento popular y en que los esfuerzos «deben ponerse en la construcción de organizaciones de clase y de ayuda mutua, en la coordinación de las mismas y en crear un programa conjunto de transformación social real que sea capaz de poner en jaque la legalidad vigente ejerciendo la desobediencia mientras construimos una nueva institucionalidad popular».
A su entender, «el hecho de abstenerse o no es una cuestión táctica que depende de cada situación» y también señalan el caso griego como muestra de que «el acceso a los parlamentos no es en sí mismo un avance que sirva siquiera para romper la dinámica neoliberal» sino que «al contrario, puede tener consecuencias desmovilizadoras» y denuncian el peligro que entraña el asalto institucional de que «quede inhabilitado todo pensamiento y toda práctica que trascienda la legalidad impuesta».
¿Elecciones históricas?
A nadie se le escapa la importancia de la caída del bipartidismo, pero las expectativas ante el nuevo tiempo no son las mismas para todas.
Paco Gómez Nadal, periodista, activista de derechos humanos y dinamizador en el portal de información y análisis sobre América Latina y El Caribe Otramérica y el espacio de cultura crítica La Vorágine no confía en el sistema electoral vigente, no cree que los candidatos y candidatas que se presentan nos representen, ni piensa que haya garantías en este sistema para un voto libre, informado y reflexionado, ni mecanismos de fiscalización ciudadana tras los comicios.
Reconoce que estas elecciones parecen ser «una nueva transición», como señalan tanto Iglesias como Rivera, pero también que «vamos hacia una segunda transición pacífica -es decir, sin crisis de las instituciones- que garantice la continuidad del sistema y sus beneficiarios».
Gómez Nadal reflexiona: «Si la primera transición, la del 78, logró evitar las rupturas o los hechos de justicia frente al régimen franquista y sus beneficiarios; ésta parece estar destinada a matizar el sistema para darle continuidad y a garantizar cierta impunidad para los que se han beneficiado de esta sopa boba democrática».
Le apena reconocer que eso «es lo que quiere la mayoría de los votantes (a los que no denominaría ciudadanos, porque eso conlleva otras responsabilidades) y, por tanto, eso será: un agradable tránsito hacia más de lo mismo con una cara lavada un poco más amable y un recambio semántico que no modifique ni las exclusiones estructurales ni abra el espacio para una democracia radical».
Para León, de apoyo Mutuo, el carácter de «enfrentamiento titánico» con que se plantean estas elecciones tiene algo de ficticio: «No dejan de ser rifirrafes y luchas de poder interno entre la clase dominante. Estas elecciones se presentan como si supusieran un encontronazo extremo entre fuerzas políticas antagónicas, cuando lo cierto es que todas ellas comparten lo más importante: la adhesión al sistema capitalista y a la organización política estatal, por lo tanto antidemocrática y vertical».
Reconoce que los cambios políticos en los parlamentos tendrán repercusiones sociales notables «pero ni de lejos lo suficiente» porque «tras el 20-D seguirán matando a mujeres por ser mujeres, seguirán despidiendo y explotando a trabajadores, miles se quedarán sin poder seguir sus estudios por una cuestión económica y los bancos seguirán ejecutando hipotecas y desahuciando». El portavoz de Apoyo Mutuo cree firmemente que «ningún mapa electoral revertirá esta situación, pues se trata de una cuestión estructural: solo el pueblo organizado será capaz de poner fin a sus propios problemas».
Embat, por su parte, que describe la campaña como «la conversión de la política en un espectáculo de masas» augura una «reconfiguración del bipartidismo al convertir las apuestas de izquierda en meras gestoras del neoliberalismo (en socio-liberalismo)» ya que «debido al agotamiento de la calle, demasiado pronto por desgracia, y a la ausencia de un programa de transformación social profunda y de ruptura real con el Régimen, se ha asumido la lógica de la centralidad política».
La entrada en los parlamentos de formaciones de izquierda puede abrir, a su entender, «brechas de contradicciones en el Régimen» pero sólo serán transformadoras «si el Movimiento Popular del ámbito estatal se consigue organizar para aprovecharlas y forzarlas al máximo en el marco de un proyecto socio-político revolucionario», y ponen sus esperanzas en redes de ámbito estatal como Apoyo Mutuo.
Como se puede ver en esta pequeña muestra, se trata de personas e incluso organizaciones cuyos sueños no caben en las urnas, ni sus perfiles en la abstención que dibujan los medios corporativos.
Diagonal
https://www.diagonalperiodico.net/global/28763-votar-o-no-votar-no-es-exactamente-la-cuestion.html
Fuente: Diagonal