Artículo de opinión de Rafael Cid
“El Ejército es la expresión del nacionalismo en acción”
(Clemenceau)
“El Ejército es la expresión del nacionalismo en acción”
(Clemenceau)
Una sociedad que hace mérito de lo obvio tiene un evidente problema de autoestima. De hecho, la vida política en la transición se inició con un eslogan de Adolfo Suarez prometiendo superar pasadas y obvias omisiones. Era aquel “vamos a elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal”. Bien estaba intentar rectificar. Pero cuarenta años después, y con otro siglo en el calendario, lo de la normalidad sigue siendo una asignatura deficiente. Que aún haya políticos que pretendan elogio social por comportarse como una persona normal, debería ser objeto de preocupación porque indica que no progresamos adecuadamente.
Y eso es lo que acaba de suscitar Podemos mediante el nombramiento del general ex JEMAD con el panegírico de los medios de comunicación, que han unido a la sorpresa sobre el fichaje una semblanza ñoña. El diario El País lo presentaba con estas señas de identidad en su edición del pasado 7 de noviembre: <<José Julio Rodríguez Fernández (Ourense 1948) ya era atípico como militar: divorciado y casado en segundas nupcias, fue el primer jefe de Estado Mayor que prometió, en vez de jurar, el cargo>>. Desde luego, esas actitudes civiles que adornan la carrera castrense del nuevo fichaje de Pablo Iglesias están bien, pero no son para tirar cohetes.
Prometer en vez de jurar. Divorciarse. Casarse en segundas nupcias. Son cosas tan vulgares y corrientes como la fregona Videla. Y si de pronto se pone el botafumeiro de excelencia sobre alguien que ha procedido así, es que hemos perdido el norte. Otra cosa sería que el aludido, que reconoce no ser católico, hubiera retirado la Biblia y el crucifijo sobre los que aceptó el cargo. Y aún eso no es para celebrarlo. La propia reina Letizia es una mujer emparejada, divorciada y vuelta a casar, y ello no evita que la monarquía que representa deje de ser una farfolla. Lo que no obsta para que Julio Rodríguez sea un estupendo vecino, un cumplidor contribuyente y hasta un consorte ejemplar. Pero la ciudadanía ejemplar exige algo más para destacar en una sociedad democrática.
Porque hay otros episodios en la vida profesional del jefe militar que pueden tener mayor trascendencia social. Eso que el mismo ha reivindicado como “virtudes militares”, concepto algo esquivo, casi un oxímoron, porque entre otras cosas supone aceptar que la virtú va por barrios y tienen rangos. Una de esas notas de su biografía se refiere al hecho de que, según pregonan, viera con simpatía a la Unión Militar Democrática (UMD), el grupo de oficiales que intentó sin éxito la ruptura democrática, aunque no hay la evidencia de que arriesgara el tipo para sumarse a ella. Un grupo clandestino antifranquista, por cierto, que terminaría con cárcel y expulsión del Ejército para sus miembros, sin que nadie entonces moviera un dedo para evitarlo. Era el consenso y todo lo demás sobraba. Promover desde el JEMAD la concesión de la cruz al Mérito Militar para sus integrantes en 2010, en plena crisis y austericidio gubernamental, puede tener más de oportunismo que de reparación histórica. ¡Treinta y tres años después!
El otro episodio está relacionado con su estancia como piloto de caza en la Región Militar de Valencia el 23-F. El número 2 de Podemos por Zaragoza (¿será para conseguir votos en la Academia Militar?) ha reconocido que fue uno de los momentos en que peor lo ha pasado, añadiendo que estuvo en “el servicio de alerta” en la base aérea de Manises. Lo que significa que ese día militó a las órdenes del Jaime Milans del Bosch, como tantos otros oficiales que se plegaron al toque de queda ordenado por el general golpista contra las libertades democráticas. De hecho, y esa es una de los agujeros negros de esta democracia, ninguna institución civil o militar movió un dedo frente al tejerazo hasta que cambiaron las tornas. Ni la Conferencia Episcopal Española, que permaneció reunida toda la noche a ver de qué lado caían los dados, ni algunos periódicos que hoy sacan pecho de machotes.
Luego, volver a estas alturas a “elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de la calle es simplemente normal”, entraña un ejercicio de funambulismo electoral. Lo que ocurre es que “caso Rodríguez” nos lleva a otro tema de procelosa actualidad. Y es el afán de los políticos de la izquierda, sedicente y presunta, por significarse como patriotas. En sus variadas emulsiones. El secretario general de Podemos lo asume con todas las letras y el del PSOE acude al señuelo de una megabandera nacional para dejar constancia de sus rancias convicciones. Será porque quienes les precedieron en el pódium dejaron los raíles puestos. Los de la derecha acudiendo a renovar su patriotismo jurando la bandera en ocasiones sonadas, y los otros renunciando en fechas igualmente señaladas a sus incómodas referencias republicanas. Como hizo toda la cúpula del PCE carrillista el 14 de abril de 1977 poniendo por testigo a toda la prensa mundial.
Lo que ocurre es que junto a las virtudes militares, que deben ser una excrecencia de las teologales por el afán de encomendar escudos, banderines y estandartes a la devoción de las múltiples vírgenes de nuestro cumplido santoral, existen las virtudes civiles, los derechos y libertades de los ciudadanos en democracia. De ahí que anteponer el patriotismo, entendido como casa cuartel o en su versión performance, pueda ser una forma de imitar la estrategia del calamar. Pablo Iglesias habló del elegido como “mi ministro de Defensa”, y con ello ha anunciado que piensa retrasar el reloj de la gobernación del Estado 36 años, que son lo que restan hasta regresar al único momento desde la dictadura en que esa cartera estuvo en manos de un militar con Manuel Gutiérrez Mellado. Podemos quizás intenta mejorar el modelo Tsipras, que puso al frente del Ejército al belicista más xenófobo del partido ANEL, aunque al menos era civil.
No estamos ante un asunto baladí. Ni en su filosofía ni en su intrahistoria. Son innumerables los escritores y pensadores de todas las épocas que han considerado el moderno ejercicio de las armas como la universidad de la barbarie y el asesinato legal. Bertrand Russell, León Tolstoi, Henri Barbusse, Anatole France, Eric María Remarque, Romain Rolland, Jaroslav Hasek, Leon Blum y tanto otros. Hablar del honor militar en una profesión que tiene como objetivo eliminar por los medios más expeditivos a otros seres humanos sobre los que se ha colgado el sambenito de “enemigo” por razones de Estado, es decir, por defender los intereses del estatus dominante, son ganas de liarla. Los capos de la familia y sus sicarios también se consideran hombres de honor. Con una diferencia. Sus actividades no siempre están bendecidas por la iglesia, ni estimulan una muy rentable industria armamentista que vive del sufrimiento ajeno. Prueba de que las bayonetas no son para sentarse en ellas, en 2011 Rodríguez fue el máximo responsable del ataque aéreo a la Libia de Gadafi que ha hecho de aquel país un nuevo estado fallido y de su pueblo candidato a la zozobra de la emigración.
Lo de recibir a los conversos bajo palio y con ramos de olivo, no es nuevo en estos pagos. Es una necia tradición que sirve para desmerecer a los, hombre y mujeres corrientes, ciudadanos sencillos y coherentes, que llevan toda la vida haciendo lo que su conciencia dicta sin llamar la atención. Porque al reintroducir en sociedad, por la puerta grande y superior beneficio, a los que ayer sellaban fidelidad a los Principios Fundamentales del Movimiento (¡gracias por venir!) se vuelve a jugar con el orden moral de las cosas de comer, favoreciendo la postergación de los auténticos disidentes en pro de los complacientes. Que no otra cosa coronó nuestra famosa transición: un daltonismo que fluye del rojo al amarillo y viceversa para consumarse en rojo y gualdo. La especie incluso tiene nombre: “resistencia silenciosa”. Esa fue la denominación que el ensayista Jordi Gracia dio al grupo de intelectuales nazis de primera división que, como Dionisio Ridruejo y Pedro Laín Entralgo, años después se hicieron demócratas sin dejar de ser patriotas, mientras los republicanos de toda la vida, los del exilio interior, languidecían en el olvido más ominoso, cunetas incluidas.
Otra oportunidad perdida. En vez de otorgarse “mi ministro de Defensa”, Pablo Iglesias podría haber incorporado al programa de Podemos la supresión del ministerio de la Guerra y prohibir las empresas públicas que se benefician del culto a la muerte. Eso sí sería “revolucionario”, aunque la cabra de la Legión ya no desfilara con su apellido invicto. También sería una utopía que ahorraría miles de millones de euros para dedicarlos a usos más civilizados.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid