Ante las próximas elecciones para gobernadores, alcaldes y consejos legislativos regionales a realizarse en Venezuela, el Colectivo Editor de El Libertario hace pública su posición, que se condensa en la consigna : "Elegir nuevos amos no hará más ligeras nuestras cadenas".

Ante las próximas elecciones para gobernadores, alcaldes y consejos legislativos
regionales a realizarse en Venezuela, el Colectivo Editor de El Libertario hace
pública su posición, que se condensa en la consigna : «Elegir nuevos amos no hará más
ligeras nuestras cadenas».

El próximo 23 de noviembre de 2008, como es del conocimiento público, se efectuarán
elecciones para las gobernaciones, alcaldías y consejos legislativos regionales en
Venezuela. De nuevo, un evento comicial ocupa las principales preocupaciones
políticas de las cúpulas en pugna, arrastrando consigo a diferentes organizaciones
sociales y populares en el chantaje de «antes de solucionar los problemas, ganemos
las elecciones». La electoralización de las movilizaciones ciudadanas, así como la
imposición desde arriba de una agenda política a los de abajo, ha cosechado
numerosos frutos a los autoerigidos líderes del «proceso» y la «oposición». El año
entrante se votará la Asamblea Nacional, ediles y juntas parroquiales ; el pasado fue
el referéndum sobre la reforma ; el 2006 la presidencial ; el 2005 las de consejos
municipales y la Asamblea Nacional, el 2004 el referéndum revocatorio y así
sucesivamente. Incluso para el 2009 se especula sobre la celebración de un
referéndum para modificar la constitución y aprobar la reelección. La tónica de
todos estos actos electorales ha sido la misma : mantener entretenida la opinión
pública alrededor de un espectáculo, delegando indefinidamente la representación.
Con esta expectación, además de distraer a la gente de sus problemas inmediatos, se
cumplen las formalidades democráticas necesarias en tiempos de globalización. Ni la
revolución, ni el socialismo, ni la libertad, ni la capacidad innegociable de la
gente para decidir en sus manos su propio destino tienen algo que ver con esta falsa
polarización.

Sin embargo, esta estrategia representa una continuidad de la cultura política
venezolana posterior a la edificación del Estado moderno y rentista realizado por
Juan Vicente Gómez, cuyos cimientos entraron en crisis a partir de la década de los
80´s, cuyos efectos han intentado revertirse con un simple recambio burocrático y el
cambio de la nomenclatura de los entes gubernamentales.

Antecedentes de la polarización

La polarización maniquea se ha establecido como una norma de la democracia
representativa venezolana. Rómulo Betancourt la creó a partir de su colaboración con
el partido socialcristiano y después, con la caída del puntofijismo, con el tándem
chavismo-oposición. Todo bien orquestado entre una cúpula derechista en el poder y
otra, rumiando su pérdida y esperanzada en revertirla, aspirando para su ascenso la
bendición de los agentes internacionales de dominación.

En Venezuela, tanto el gobierno como la oposición hablan de las bondades del modelo
político reinante y lo definen como democrático. Incluso, algunos sectores adversos
al gobierno le imputan haberse apartado de la democracia, tildándolo de dictadura
constitucional. Preconizan su desarrollo por existir un sistema de votaciones donde
aparentemente se escogen los mandatarios populares. Tanto en la Cuarta como en la
Quinta República «democracia» se ha reducido a la promoción de los derechos civiles
y políticos, en desmedro de medidas estructurales que, elevando el nivel y la
calidad de vida de la población, hagan efectivos los derechos económicos, sociales y
culturales. Es por esto que, a pesar de ser un país con altos ingresos producto de
la renta petrolera, presenta una de las distribuciones de riqueza más injustas del
continente.

Sin embargo, se trata de mitos bien organizados por las cúpulas gobernantes con
soporte en los medios de difusión de masas para crear la imagen de estar en un país
libre. Cualquier análisis equilibrado debe concluir en la inexistencia de un
proyecto donde la gente decida, sino todo lo contrario. Estamos en presencia de un
sistema donde los factores de poder toman las decisiones y los mecanismos formales
colorean el cuadro, sin definirlo ni determinarlo.

En el año de 1948 se estableció el voto universal, directo y secreto. Quizá para ese
entonces era una conquista relativa, pero en el mundo del siglo veintiuno no lo es.
Interrumpido por las dictaduras militares, los comicios volvieron en 1958 cuando la
Junta de Gobierno llamó a elecciones y fue electo Rómulo Betancourt, el arquitecto
del modelo populista instaurado a raíz del llamado Pacto de Punto Fijo.

La trayectoria de los votos

A partir de la ejecución del plan concebido desde el exilio, los tres líderes de los
principales partidos políticos (Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba)
fundaron su esquema partiendo de una exclusión : la de los comunistas. El líder de
Guatire, con claridad en sus fines, gobernó con una pentarquía cohesionada en el
tiempo : Los militares, el alto clero, un movimiento obrero domesticado (la CTV),
Fedecámaras y fundamentalmente dos partidos políticos, A.D. y COPEI. Cada uno tenía
un rol a cumplir para mantener el orden establecido. Y en el plano internacional
Venezuela se colocó al lado de los Estados Unidos durante la confrontación
este-oeste.

El devenir comicial venezolano se perfiló en dos sentidos. En primer lugar, el
entusiasmo de los ciudadanos, expresado en la alta participación en las primeras
votaciones post-dictadura, se vio erosionado por el fracaso de la representación,
desenlace inevitable para la demagogia e ineficacia emanada desde Miraflores.
Asimismo, el aparato electoral del puntofijismo fue cada vez menos confiable,
recurriendo al fraude y el desvío de recursos gubernamentales para los candidatos
alineados con el partido de turno. El principio de que el «acta mata voto» se impuso
dentro de la mayor bellaquería.

Se intentó vigorizar la delegación de la representatividad con la aplicación de
mecanismos de veto popular. La Ley del Sufragio y Participación Política los acogió
y en su articulado apareció la figura del referéndum. Luego el constituyente la
incluyó en la máxima norma en 1999 en todos los planos del poder, nacional, estatal
y municipal. Una de las normas de cualquier poder, se llame de derecha, centro o
izquierda, es su instinto de autopreservación, por lo que estos medios de consulta o
revocación han sido boicoteados. Cualquiera recuerda la ordalía recorrida para
quienes querían llevar a efecto el referéndum revocatorio contra el presidente
Chávez y cuando al fin se efectuó, los factores de poder internacional se inclinaron
ante el liderazgo de un hombre garante de las políticas de la globalización. La
O.E.A. y el Centro Carter fueron determinantes para refrendar el triunfo del
presidente en el revocatorio del 15 de agosto de 2004, ante una oposición corrompida
y descalificada.

La izquierda repite los vicios de la derecha

Las organizaciones autodenominadas de izquierda, luego de su colapso militar,
político y moral, negociaron su legalización a finales de los 60´s, e inmediatamente
fueron a elecciones. El Partido Comunista se presentó en la elección de 1968 con una
entelequia denominada Unión Para Avanzar (U.P.A.) y ulteriormente lo hicieron desde
el M.I.R. hasta Bandera Roja pasando por la Liga Socialista, el MAS y la Causa R.
Todos abandonaron la vía insurreccional guerrillera rural por una cuota de poder en
el parlamento porque el espectro político estaba estrangulado por las dos grandes
maquinarias (AD y COPEI).

La argumentación de esos sectores, hipotéticamente revolucionarios, gravitaba la
supuesta necesidad de conducir las luchas sociales parceladas espacialmente hacia
una vocería parlamentaria o edilicia. Dicho en otras palabras, el subterfugio para
justificar la participación electoral era el techo que, a juicios de estos
embaucadores, limitaba la iniciativa popular. Si una huelga zonal o algún
estremecimiento de una localidad cobraba beligerancia había el peligro de su asfixia
al quedar confinado a un territorio determinado. Requería en consecuencia un
multiplicador con presencia nacional, lo que se concretaba en el curul
parlamentario.

Sin embargo, la realidad y la finalidad de la estrategia electoral era, simple y
llanamente, la conquista de resortes de poder para administrarlo, vivir del
clientelismo y oxigenar la gobernabilidad. De allí que los sandinistas, los del
Farabundo Martí en El Salvador, el socialismo chileno, la formación alrededor de Evo
Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, sean referencias obligadas del poder
para mantenerse, luego de los fracasos de la derecha.

Elecciones y lineamientos hemisféricos

Con la entrada en vigencia de la Carta Democrática de la O.E.A., suerte de andamiaje
institucional creado precisamente el 11 de septiembre de 2001, se estatuyó la
antigua doctrina Tovar del sistema interamericano, asumida por Rómulo Betancourt
durante su segundo gobierno. La misma consistía en reconocer sólo a gobiernos
electos y no los nacidos de golpe de Estado. Con este instrumento jurídico, los
americanos no han hecho otra cosa que recoger en un texto normativo la política a
regir en sus intereses hemisféricos.

Si durante la Guerra Fría Washington apoyaba a las dictaduras tradicionales,
represivas, violadoras de los derechos humanos y con un alto componente de
militarización de la sociedad, ahora con la globalización les conviene regímenes
formales. Los Odría, Pinochet, Rojas Pinilla, Ríos Montt, «Papa Doc» Duvalier,
Stroessner, «Chapita» Trujillo, Onganía, Somoza, Baptista y los gorilas del cono
sur, quedaron para la historia. Una mundialización de la economía, capaz de generar
pobreza, desempleo y exclusión social, no puede ser sostenida por los tradicionales
militares anticomunistas. Ahora requieren formas gubernamentales nacidas de
elecciones formales porque el costo en todos los planos es infinitamente menor.

De todas maneras los gringos se cuidaron, en la sintaxis de la mencionada carta
interamericana, de hablar de democracia sólo de origen, emanada de elecciones. Para
nada expresaron el ejercicio o el desempeño del gobernante, su capacidad para
beneficiar a las mayorías o disminuir significativamente las injusticias sociales.
Si se aplicara la ilegitimación en razón de la praxis gubernamental, la inmensa
mayoría de los presidentes de la región serían considerados al margen de tal
legalidad internacional y serían defenestrados.

Génesis y vigencia del poder venezolano

En nuestro caso tenemos una estructura de poder creada por Juan Vicente Gómez. Este
dictador sentó las bases del Estado contemporáneo al centralizar la gestión
administrativa, unificar los tributos y sobre todo, inaugurar unas fuerzas armadas
calcadas del modelo prusiano, como lo enseñó el chileno Samuel Mac Gil, contratado
para ello. Asimismo, acabó con cualquier montonera o atisbo de federalismo, que
poseía tradición en la historia venezolana, y lo sustituyó por la noción del
«cesarismo democrático», un hombre autoritario de rasgos caudillistas cuyo manejo
discrecional de la renta petrolera fuera el garante del progreso nacional.

El poder ha sido siempre el mismo y el aditamento electoral no es más que una
fachada para barnizar su legitimidad. El ánimo del funcionario estatal es de
autoritarismo y no de servicio. Pueden cambiar las personas, los estilos y las
circunstancias pero la esencia del hacerse obedecer es la misma.

Con el advenimiento de la globalización y la victoria de Hugo Chávez, hubo una
reformulación de los procedimientos de gobierno. Ante la decadencia de la
representación y de las organizaciones políticas, sindicales y religiosas, el
militar de Sabaneta insistió en basarse en el estamento castrense para dirigir al
país. No es tan sólo una ingente incorporación de los milicos a los cuadros altos y
medios de los poderes públicos, sino la expansión de los valores militares a toda la
sociedad venezolana a través de toda una simbología invasiva de las informaciones.

A pesar de los discursos, existe una relación positiva con los factores de poder
internacional. La banca, respetada con el pago puntual de la deuda externa ; la
entrega de las áreas energéticas (petróleo, gas y carbón y la industria
petroquímica) a las transnacionales ; el Tratado de No doble tributación para
favorecer a las empresas de los países del primer mundo ; la adecuación de la
constitución al capital internacional al equipararlo al criollo ; el suministro
seguro y confiable a largo plazo del crudo a Estados Unidos, la compra de gasolina
para subsidiar a los americanos, la participación en el Plan Mesoamérica (antiguo
Puebla-Panamá) y en el I.I.R.S.A., definen esa orientación del chavismo.

Las elecciones no cambian en absoluto el poder en Venezuela como tampoco lo hacen en
América Latina ni en ninguna parte del mundo. Nuestra región es ejemplo de los
fraudes electorales promovidos desde la institucionalidad. Para muestra podemos
señalar la dictadura electoral del P.R.I. en México, el fraude a Rojas Pinilla en
Colombia, a Cuautémoc Cárdenas en tierras aztecas, a Juan Bosch en República
Dominicana, a Andrés Velásquez en Venezuela, a Domingo Laino en Paraguay y paremos
de contar. Es una consecuencia de la acumulación histórica del poder en América
Latina. Desde la guerra de secesión de los imperios ibéricos, nuestros pueblos han
sido dirigidos por cúpulas y caudillos castrenses hambrientos por concentrar el
poder. Como no hay institucionalidad alguna en materia electoral se refleja más que
nunca este hito del devenir mestizo. Y por supuesto, Venezuela no es la excepción
siendo el modelo a emular desde la separación de España.

El chavismo y el antichavismo se confunden al hablar de elecciones y democracia,
porque para cada uno de ellos significa lo mismo. Sus discursos omiten los problemas
cotidianos de la gente, no se plantean la crisis de la representación, la necesidad
de una democracia directa, de la federalización del poder, de la autogestión en
múltiples rubros, porque viven del paradigma clientelar existente. Son ideas vacías,
requeridas para darle soporte de racionalización a un Estado autoritario, así como a
un proyecto de gobierno fundado en la colaboración de los factores de poder.

Las experiencias abstencionistas venezolanas

La participación electoral fue cuestionada por el partido Acción Democrática cuando
en 1953 se opuso a participar en el plebiscito promovido por la dictadura
perezjimenista, lo cual devino en fracaso porque la gente apostó a la candidatura de
Jóvito Villalba.

Posteriormente, en los sesenta, la izquierda insurreccional llamó a la abstención en
las elecciones del año 1963. El resultado fue un fracaso porque el pueblo creía en
el modelo populista instaurado luego del 23 de enero de 1958. Pero la democracia
formal fue tan ineficaz que en 1968, a diez años del derrocamiento de Pérez Jiménez,
los electores votaron significativamente por los partidos perezjimenistas, añorando
la vuelta del régimen militar. El general de Michelena no vino al país para
estimular esa votación inesperada y el esfuerzo a la postre se perdió por su falta
de interés.

La conducta de esas dos experiencias, la de los revolucionarios sesentosos como la
del otrora partido del pueblo, surgió de una premisa muy diáfana : trataban de
impulsar dentro del pueblo una opinión mayoritaria que los favoreciera en desmedro
de la actitud activa de ir a elegir, motivándolos razones estrictamente
coyunturales.

Recientemente los partidos opositores promovieron la abstención en el proceso para
elegir los diputados a la Asamblea Nacional, en diciembre de 2005. Estas votaciones
tampoco movilizaron a la base de apoyo oficialista, con lo que la abstención y el
voto nulo alcanzaron más del ochenta por ciento del electorado. Sin embargo el
antichavismo, al experimentar la pérdida de las cuotas de poder que ofrece el
parlamentarismo, se ha arrepentido de su estrategia, y algunos de sus más furibundos
«abstencionistas» hoy son los principales candidatos de la denominada unidad
opositora. Este abstencionismo oportunista, por tanto, repite la historia de los
partidos izquierdistas en el pasado : se realizan retiros tácticos y provisionales
del torneo electoral si no están las condiciones dadas para, ocupando los cargos,
expandir las redes clientelares que allanen el camino a más espacios de poder en el
futuro. Tras los resultados del pasado referéndum constitucional, en los que el
liderazgo mediático opositor negoció un resultado diferente al existente en las
urnas, el antichavismo recobró la posibilidad de reconstruir el bipartidismo y
erigirse en la alternativa por descarte, el interlocutor con el que se negociarán,
como ya se hizo el pasado 2 de diciembre, parcelas de poder con su respectivo
porcentaje de renta petrolera e ingresos tributarios.

Ese abstencionismo gaseoso, como el enarbolado provisionalmente por los
representantes del viejo estatus, no cuestiona las propias relaciones de dominación,
la estructura del Estado, la concentración de poder en detrimento del ciudadano
común o el propio sistema electoral democrático representativo, con la presencia de
un árbitro parcializado y poco transparente. En cambio, sólo se objetó las
condiciones espacio temporales de realización de una cita electoral determinada,
cuya negociación y modificación ofrecen las condiciones para la simulación
democrática en el país y la reconstrucción bipartidista.

Razones de la abstención

Acudir a las máquinas no tiene sentido alguno porque en caso de triunfar, con todos
los compromisos inherentes a las redes de relaciones de poder que conforman la
arquitectura estatal, no se haría sino repetir la actitud de los gobernantes de
siempre. Si no, basta con apreciar la decadencia moral y económico-social de los
líderes de la «izquierda» en toda la zona. Lula Da Silva, Tabaré Vásquez, Daniel
Ortega y Hugo Chávez son expresiones nítidas de lo antes aseverado. Son
manifestaciones de lo mismo con un agregado : introducen en medio de sus procederes
populistas, el modelo más agraviante que la humanidad haya conocido : la
globalización.

Asistir a un proceso electoral es apuntalar los nuevos disfraces de la comparsa,
pues el carnaval es el mismo. La próxima elección es un intento de revitalización de
la polarización y de retruque, de la democracia formal necesitada de un nuevo
bipartidismo. Al obtener la oposición éxitos relativos en las gobernaciones y
alcaldías se fortalece la combinación binaria que ha atrapado tradicionalmente a los
venezolanos. Por otro lado la ineficacia del poder en el país es ostensible y
patética debido a su incapacidad en resolver los problemas elementales.

Participar simboliza ser parte del juego clientelar y jamás podrá ser una opción de
cambio para nuestra nación ; por el contrario, es cohonestar el enjambre despótico
del Estado a cambio de prebendas de múltiples tipos. Tenemos enfrente a un aparato
político aceitado gracias a la bonanza económica derivada del auge petrolero, capaz
de mediatizar y simular todos los niveles de voluntad democrática, como siempre ha
sido la tónica del Estado rentista.

Llamar a la abstención en la elección del 23 de noviembre es la actitud más
acertada para quienes sostenemos una postura libertaria por diversidad de razones.
Inicialmente por motivos principistas, vale decir, por causas profundamente éticas
nacidas del rechazo al poder y todos sus espacios, incluyendo los institucionales
como el parlamento y los cargos derivados de la representatividad. Cualquier
participación persigue la obtención de cuotas de poder y entrar al juego establecido
por la estructura constituida. Hacerlo es sumarse al disfrute de parcelas de
clientelismo y respaldo al orden establecido.

Adicionalmente emergen elementos puntuales como la imposibilidad de cambios dentro
del margen del modelo político venezolano. Basta con observar a las candidaturas
pera medir la envergadura de la crisis en las que se encuentra el panorama político
formal, verbigracia las opciones para la Alcaldía Metropolitana de Caracas. Allí los
dos personajes, Aristóbulo Istúriz y Antonio Ledezma, simbolizan como nadie la
incapacidad y el envilecimiento del ejercicio de la actividad política. La
abstención, además, contribuirá a impedir el resurgimiento de las agrupaciones
partidarias herederas de la socialdemocracia de la Cuarta República, bien sea en su
versión bolivariana (PSUV) o su formato oposicionista, con sus chantajes en pos de
una falsa unidad, consecuencia de su estrategia del «mal menor». Asimismo,
rechazamos el llamado «voto castigo». Por ello hace 10 años se instauró una cúpula
de poder que ha llegado a ser igual y/o peor que las anteriores y también sucedió
durante la llamada Cuarta República donde se «castigaba» a Adecos o Copeyanos, pero
se mantenía el bipartidismo. Seguir creyendo en que «el menos malo» cambiará la
situación es seguir justificando su autoritarismo y nuestra sumisión. No acudir a
las urnas y registrar una alta ausencia de las mismas es demostrar la plena vigencia
del sistema de poder presidencialista en el país, demostrando en los hechos que no
existen nuevos valores políticos internalizados por la sociedad, o algún «proceso de
cambios» al que hay que apuntalar. En cambio, abstenerse de votar es el verdadero
castigo al autoritarismo de las cúpulas, a su nepotismo y abuso de poder, al robo y
corrupción de los dineros públicos, al alto costo de la vida, a la miseria de la
vida cotidiana que ha originado la inseguridad personal, las humillaciones del
reparto de las migajas de la bonanza petrolera y la militarización del país.

Llamamiento final

Llamamos a no votar de una manera activa con la finalidad de conformar formas nuevas
de organización, capaces de conducir las aspiraciones de la inmensa mayoría de los
venezolanos y venezolanas no polarizados. Las redes sociales u populares, las
intelectuales, los trabajadores, estudiantes, mujeres, excluidos y demás oprimidos
de la sociedad venezolana, son los destinatarios de esta iniciativa y deben ser los
sujetos activos de la abstención.

No obstante, pensamos que sólo el desarrollo de la subjetividad y la conciencia de
los niveles políticos de la gente será el detonante de una línea abstencionista
exitosa en cuanto a la audiencia nacional o a su eficacia política. Corresponde a
los hombres y mujeres libres decidir, en forma contundente y radical, el entierro de
la democracia formal para instaurar nuevas expresiones de la democracia directa. La
solución de todos nuestros problemas no pasa por las urnas de votación, sino en la
beligerancia y movilización autónoma frente a los múltiples factores de poder y
dominación, entre los cuales se encuentran los emisarios de la burguesía desplazada
y la ascendente boliburguesía, cuyos personeros son los que ocupan los tarjetones
electorales del próximo 23N. Denunciemos con el mismo ímpetu la farsa bolivariana y
las intenciones de los herederos del puntofijismo, estableciendo lazos entre todas y
cada una de las luchas de los y las de abajo.

¡Elegir nuevos amos no hará más ligeras nuestras cadenas !

¡A seguir luchando por la autonomía de los movimientos sociales !


Fuente: Periódico El Libertario