Artículo de opinión de Rafael Cid
La celebración del aniversario de la proclamación de la Segunda República por algunas personalidades y fuerzas políticas ha servido para mostrar hasta qué punto acontecimientos pasados que aún conservan cierto barniz de legitimidad son utilizados falaz y oportunistamente. Una práctica analizada exhaustivamente por el gran helenista Moses I. Finley en su ya canónico Uso y abuso de la historia.
La celebración del aniversario de la proclamación de la Segunda República por algunas personalidades y fuerzas políticas ha servido para mostrar hasta qué punto acontecimientos pasados que aún conservan cierto barniz de legitimidad son utilizados falaz y oportunistamente. Una práctica analizada exhaustivamente por el gran helenista Moses I. Finley en su ya canónico Uso y abuso de la historia. En ese ensayo, el sabio norteamericano alertaba de la encrucijada epistemológica que se abre entre la conservación de <<la memoria de lo que sido narrado por la generaciones más viejas>> y el acendrado <<interés por el pretérito>>. La escenificación del pasado 14 de abril como si los noventa años que median entre la España de 1931 y la de 2021 fuera banal, parece evidenciar que sus glosadores han estado más motivados por rentabilizar la efeméride que por homenajearla. Quien más quien menos ha intentado colgarse las medallas conmemorativas del 14-A, viniera o no a cuento. Incluso aunque el VAR de aquel tiempo superado indicara la impostura de sus pintorescos pronunciamientos.
Sobre todo porque todos los que se han postulado legatarios de aquella tradición concilian cofradía ideológica y partidista con las tribus que comulgaron con la transición para inventar el Régimen del 78. Un pacto con el tardofranquismo basado en la consagración de la monarquía, en la persona del nieto del último rey <<derogado>> por los seguidores del Himno de Riego. Hasta un nivel de compromiso y claudicación cortesana que conllevaba vetar la comparecencia de los partidos republicanos a las primeras elecciones de aquella democracia otorgada. Tal es el caso del PSOE, de la mano de su secretario general y presidente de gobierno, y de los grupos que se organizan tras las siglas del PCE y la simbología de la hoz y el martillo.
En primer tiempo de saludo al legado republicano, Pedro Sánchez dejó su impronta en twitter resaltando la importancia de la cita, con tanta vehemencia militante que rubricaba su mensaje con un sonoro y colorista ¡Salud y República! Un a modo de presentación y despedida que se popularizó en los años treinta del siglo pasado como metáfora de un nuevo mundo laico que se pretendía superador de viejos esquemas de camaradería nimbados de referencias religiosas. Un ¡Salud y República! que desplazaba en el trato al <<adiós>> tradicional como buscando el efecto taumatúrgico que los hombres de la montaña en 1789 anhelaban al renombrar las estaciones. Andando los años, y cuando la Segunda República embarrancó en el conflicto bélico, el término, acompañado del puño en alto, pasó a ser una seña de identidad de las huestes comunistas. Una militancia avalada por el prestigio que en medio mundo alcanzaba la URSS, patria común de todos los que se reconocían en las gestas de la revolución de octubre.
Pero el 14 de abril 1931, hoy oscuro objeto de deseo de sobrevenidos replicadores, el PCE no era ni la sombra de lo que llegaría a ser. Su capital político en las elecciones municipales que provocaron el vuelco de régimen se limitaba a un único alcalde, Luis Cicuéndez, elegido edil en la localidad toledana de Villa de Don Fadrique, y el partido cuyas ideas representaba no contaba con más de 9.000 militantes. Tendrían que pasar dos años para que el grupo político liderado por José Díaz lograra posicionar un diputado en el Congreso de los Diputados tras los comicios de diciembre de 1933. La entrada por primera vez en nuestro país de un miembro de la Tercera Internacional en el sancta sanctorum de la burguesía liberal correspondió a Cayetano Bolívar Escribano, elegido para la circunscripción de Málaga por voluntad expresa de 28.898 ciudadanos. De ahí que usar el espejo retrovisor de aquel 14 de abril para sacar pecho casi un siglo después resulte como poco extravagante, amén de una apropiación indebida.
Ciertamente, el <<interés pretérito>> de nuestros memorialistas va más lejos en el tiempo. El centenar largo de militantes comunistas que este último 14 de abril marchaban marcialmente por la Gran Vía madrileña portando grandes estandartes con las efigies de Dimitrov, Stalin, Lenin y Marx, predicaba otros méritos. Su puesta en valor se remitía a la etapa en que el Partido por antonomasia llegó a tener tres ministros en el Gobierno del Frente Popular, y sobre todo a la fama atesorada en la guerra civil por el ascendente del Quinto Regimiento o su influencia en las Brigadas Internacionales. Aureola que la dirección del PCE potenció estratégicamente para exorcizar las noticias filtradas desde la cuna del socialismo real que hablaban del clima de terror desatado por el estalinismo. La misma pureza antifascista con la que el movimiento comunista digirió el hecho de que pocos meses después de finalizar la contienda española, Stalin y Hitler sellaran un Pacto de No Agresión que daba paso a la Segunda Guerra Mundial (SGM). La alianza nazi-soviética incluía un protocolo secreto por el que ambas potencias decidían repartirse territorialmente el este europeo.
François Furet, prestigioso historiador de las ideas y destacado ex dirigente comunista francés, analiza así la extraña <<anomalía>> de que los aliados de septiembre de 1939 a junio de 1941 se convirtieran en enemigos encarnizados desde junio de 1941 a mayo de 1945: <<La memoria selectiva de los pueblos las más de las veces no ha retenido del interminable conflicto más que el segundo periodo, al que la victoria extendió su certificado de autenticidad. Pero la historia también debe dar la razón al primero, a menos que desee condenarse a sí misma a no ser más que la versión de los vencedores>> (El pasado de una ilusión. Pág. 360). La autorizada opinión del intelectual adquiere rango de categoría al constatarse que durante la entente entre los dos bandos totalitarios, Stalin utilizó los buenos oficios de Hitler para deshacerse de numerosos cuadros de comunistas alemanes heterodoxos. Entre otros casos, destaca el del matrimonio formado por Heinz Neumann y Margarete Buber, veteranos activistas del Komintern. Margarete, cuyo marido había sido ejecutado en el curso de las purgas estalinistas, fue entregada en 1940 a la Gestapo “como esposa de un enemigo del pueblo”, siendo confinada por los nazis en el campo de concentración de Ravensbrück.
En cuanto a la postura de Pedro Sánchez, baste decir, como timbre de discordia, que es el líder del partido que (junto al PCE) renunció al legado republicano para abrazar un consenso que suponía una ley de punto final de los crímenes de la dictadura. Y que es el presidente de un gobierno de coalición de izquierdas en una monarquía parlamentaria que tiene al frente del Estado y de las Fuerzas Armadas a Felipe de Borbón, legítimo heredero del trono del monarca que fue desalojado del poder por los genuinos republicanos.
Se usa y se abusa de la historia, pero esta ni se para ni tropieza. Salvo que Marx tenga razón y las clonaciones se presenten siempre como farsa.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid