Artículo de opinión de Carlos Taibo
No hay ninguna razón, ni poderosa ni débil, para defender la intervención militar rusa en Ucrania. Tampoco debiera haberla, sin embargo, para ignorar la responsabilidad que la OTAN, y con ella las potencias occidentales, tiene en la gestación de muchas crisis y tensiones. En un escenario en el que el presidente ruso, Putin, le ha hecho un regalo formidable a la Alianza Atlántica, en la forma de un inesperado reverdecimiento, se impone recordar qué es esa alianza y a qué intereses sirve.

1. La OTAN no es una organización militar al servicio de la expansión de la democracia, la prosperidad, el derecho y las libertades. Es, antes bien, una instancia principal en la defensa de los intereses del mundo occidental y de sus capitales. Como tal, ha asumido –en virtud de sus propias estructuras o con el concurso de agentes interpuestos- activas intervenciones militares, a menudo disfrazadas de humanitarias, ha procedido a apuntalar la posición de aliados como Israel, ha movido sus peones para garantizar el control de materias primas muy golosas y ha mostrado su eficacia a la hora de imponer reglas del juego de obligado cumplimiento.

2. En la Europa central y oriental de las últimas décadas, la OTAN ha operado como inductor y como garante de un proceso de tercermundización saldado con resultados mal que bien prometedores. En ese proceso se han dado cita tres objetivos: buscar una mano de obra barata que explotar, controlar materias primas vitales y abrir el camino a mercados razonablemente prometedores. La colaboración con lo que se ha dado en llamar los oligarcas locales ha sido al respecto, y a menudo, fructífera.

3. En las tres últimas décadas la Alianza Atlántica ha sido instrumento central de una estrategia encaminada, por un lado, a aislar y cercar a Rusia, y por el otro a convertirla en un enemigo necesario para la supervivencia de la propia OTAN. Ahí están, para demostrarlo, las sucesivas ampliaciones de esta última, el despliegue de bases en torno a la mentada Rusia y el incumplimiento de muchas de las promesas realizadas en su momento en lo que hace a garantizar la seguridad de la Federación Rusa. Cuando esta última, entre 1991 y 1996, y, de nuevo, entre 2000 y 2006 –ya con Putin como presidente- se comportó como un aliado cooperador y connivente, no recibió otra cosa que afrentas.

4. Importa subrayar, por lo demás, que las tensiones de estas horas se producen en la periferia de la Federación Rusa, y no en la de Estados Unidos. La primera ha entendido desde mucho tiempo atrás, y no sin motivos, que su seguridad se ponía en entredicho, algo que, ciertamente, no justifica en modo alguno –lo repito- su brutal intervención militar en Ucrania. ¿Cómo reaccionaría Estados Unidos si México y Canadá se sumasen a una alianza militar hostil? La primera potencia planetaria, que ha destrozado Iraq, ¿actuaría de forma más benigna y concesiva que la Rusia de Putin?

5. La OTAN mantiene una débil relación con la democracia. Esquivaré ahora la discusión relativa a si las democracias liberales merecen el primer sustantivo que se incorpora a la etiqueta. Y me contentaré con recordar que el Portugal de Oliveira Salazar y la Turquía de Erdogan han sido, en el primer caso, y son, en el segundo, miembros de la OTAN. Por no mencionar a las audaces democracias polaca y húngara de estas horas. Dudo, por lo demás, de la condición democrática de la Ucrania contemporánea, una realidad política que en mucho recuerda, por cierto, a la de la Rusia putiniana.

6. El despliegue de formas de doble moral que invitan a tratar de forma distinta a los amigos y a los enemigos, a los poderosos y a los débiles, parece estar en la esencia del juego que abraza la OTAN. Si hay razones para vetar la participación de deportistas rusos en las competiciones internacionales, ¿por qué no se ha obrado de la misma manera con los deportistas norteamericanos o con los israelíes? ¿Por qué muchas de las personas que, legítimamente, acuden hoy en socorro de la Ucrania masacrada no actuaron en el pasado de la misma manera cuando el ejército ucraniano mataba civiles en el Donbás o cuando Putin machacaba Chechenia?

7. Lo que ocurre hoy en Ucrania no es el producto de una confrontación entre ideologías o sistemas políticos. Remite, antes bien, a un choque entre imperios. Si de un lado está el ruso, con sus ínfulas de dominación sobre un sinfín de pueblos, por el otro se halla el norteamericano, y con él, a rebufo, lo que queda de los viejos imperios europeos. Si la OTAN es ariete principal, en modo alguno neutro y moderado, de los intereses de nuestros imperios, la Rusia que Putin ha forjado –con su militarismo, sus ínfulas represivas, sus oligarcas, sus lacerantes desigualdades y su rancio conservadurismo- es en una medida nada despreciable el producto de la agresividad de las potencias occidentales.

En semejantes condiciones, no queda sino estar contra las guerras, contra los ejércitos, contra las alianzas militares y contra los imperios, los de aquí, los del otro lado y los de en medio. Y hacerlo tanto más cuanto que lo que se anuncia para el futuro es una mezcla inquietante de militarismo, intervencionismo equívocamente descrito como humanitario y represión. «No a la guerra entre pueblos, no a la paz entre clases», reza un viejo lema que debemos recuperar con urgencia.


Fuente: Carlos Taibo