Artículo de opinión de Rafael Cid

El mundo de la representación ya no es el espejo complaciente de nuestra alienación

(Jean Baudrillard)

Los españoles han hablado sobre la Europa que quieren para los próximos cinco años. Y han revalidado al partido que presuntamente dio contratos millonarios con dinero público a una empresa recomendada por la esposa del presidente, procedimiento que la fiscalía de la Unión Europea (UE) investiga al detectar indicios de delitos de malversación, prevaricación y tráfico de influencias. El PSOE ha salido de las urnas del 9-J mejor de lo que temía, pero objetivamente malparado por más que el equipo médico habitual lo celebre como un triunfo. Respecto a 2019 el PSOE ha perdido 2.108.496 votos y el PP le ha aventajado en más de 700.000. Eso sí, relativamente inmune al amplio acoso judicial, y llevando al límite la inevitable tensión entre la legitimidad de origen y la legitimidad de ejercicio. Quizás porque los votantes se han visto seducidos por un líder (<<el puto amo>>, Oscar Puente dixit) que sacrifica la ética de la responsabilidad a la ética de la convicción. Como tiene escrito Max Weber <cuando las consecuencias de una acción realizada conforme a una ética de la convicción son malas, quien la ejecutó no se siente responsable de ellas, sino que responsabiliza al mundo, a la estupidez de los hombres o a Dios que los hizo así>> (El político y el científico).

Sin embargo, el cruce de los resultados del 9-J en España y en el conjunto de la Unión Europea debería hacernos reflexionar antes de que sea demasiado tarde. Porque en realidad Pedro Sánchez está al final de la escapada, va de victoria (pírrica) en victoria hasta la derrota final. A medio plazo no es posible, ni mucho menos responsable, que la imprescindible colaboración de populares y socialdemócratas para zapear a las extremas derechas en la eurocámara derive aquí en todo lo contrario para provecho del proyecto sanchista. El <<no es no>> del PSOE caiga quien caiga, equiparando hasta la saciedad al Partido Popular (PP) con Vox (la cacareada <<fachosfera>>), por ser profundamente contradictorio con el modelo de cooperación entre centro derecha y centro izquierda de necesaria observancia en la UE, está condenado al fracaso. Los hechos son tozudos. Salvada la especificidad del caso catalán, en cada cita electoral Sánchez se deja algún penacho en la gatera, fagocita a sus socios por la izquierda hasta dejarles sin atributos, y no impide que crezca el flanco ultra sino todo lo contrario (a Abascal ahora hay que sumar Alvise). A eso Pedro Sánchez lo llama <<estar en el lado correcto de la historia>>, aunque en realidad es el viejo reclamo leninista de <<cuanto peor, mejor>>. No se puede soplar y sorber al mismo tiempo, al menos no cuando de ello depende el futuro de millones de europeos. Uno para todos y todos para uno.

Confieso mi suspicacia. Pero cuando oigo a un político decir <<nosotros estamos en el lado correcto de la historia>> me pongo en lo peor. Me ocurre lo mismo que con lo de <<el destino manifiesto>> yanqui. Son expresiones que parecen incitar a pogromos porque expenden certificados de superioridad moral de unos, la beautiful people, sobre otros, los pagafantas. De esta cepa han salido los totalitarismos que en el mundo han sido, a diestra y a siniestra. La frase que encabeza este artículo la pronunció el presidente del Gobierno Pedro Sánchez en un reciente mitin en Benalmádena (Málaga), en indirecto desagravio a su mujer, la imputada sin pecado concebido Begoña Gómez (el Gobierno más feminista de la historia). Encuentro donde el líder del PSOE celebró entre vítores del personal la presencia entre el público de Magdalena Álvarez, la ex consejera de Hacienda de la Junta andaluza condenada a nueve años de inhabilitación en el sumario de los ERE, el mayor caso de malversación de dinero público habido en la España democrática. Los mismos que ayer trolearon aquella sentencia coreando que habían pagado justos (los mandamases) por pecadores (los mindundis), hoy se declaran orgullosos de representar la excelencia con derecho a roce.  Ya Carl Schmitt, el ideólogo del nacionalsocialismo, predicó una forma de política supremacista consistente en tratar al adversario ideológico como un enemigo a batir.

Las elecciones europeas que han supuesto un enorme avance para las extremas derechas han coincidido con la celebración del 80º del desembarco aliado en las playas de Normandía (Francia) que haría posible la derrota de Hitler. Un acontecimiento que a los españoles nos pilló <<en el lado incorrecto de la historia>>, ayudando al eje con la División Azul por aquello de la conspiración judeo-masónica-comunista internacional. Una prolongación de la Cruzada en la que destacaron algunas de las personalidades que andando el tiempo serían puntales en el vuelco de la dictadura a la democracia. Aquella <<concurrencia de debilidades>>, según la caricatura partisana acuñada por el escritor Manuel Vázquez Montalbán, con que se fabuló el rito de iniciación entre víctimas y victimarios en almoneda de valores democráticos. Ni ética ni estética, una fenomenal transacción para manejar el por-venir con las cartas marcadas de un jefe de Estado a título de Rey designado por Franco, unos Pactos de La Moncloa y unas Leyes de Amnistía preconstitucionales que blindaban a futuro el tinglado económico hegemónico y la continuidad del aparato de la dictadura. Todo, decían sus abanderados, porque lo contrario sería volver al <<enfrentamiento fratricida>> entre las dos Españas.

A punto de cumplirse medio siglo de aquella capitulación cívico-social infligida, una nueva <<concurrencia de debilidades>> nos devuelve a la línea de salida en la misma dirección, pero en sentido contrario. Ahora el kamikaze es Pedro Sánchez, capitaneando una segunda transición, amnistía incluida, con el abnegado objetivo de lograr que la sociedad catalana supere la fractura deflagrada con el procés. Y de nuevo se vapulean valores democráticos a beneficio de inventario. El hecho diferencial entre una y otra transacción (aquí cuenta la contraparte de los siete indispensables votos del nacionalismo integrista de Junts x CAT) estriba en el despabilamiento de una amenaza antifascista. Pero la historia ni tropieza ni se detiene, por eso volver donde lo dejamos pasadas tres generaciones encierra un estéril ejercicio de autismo intelectual. Igual que en su día las acciones de ETA contribuyeron tangencialmente a la consolidación del bipartidismo PP-PSOE en la contienda política, hoy la continuidad en el poder de la izquierda depende en buena medida de avivar la tensión funambulista de Vox en la conciencia de la ciudadanía.

Pero igual que antaño, esa estrategia entraña un coste en términos de calidad democrática y cohesión social (el terrorismo de Estado del GAL fue su expresión más descarnada), el contumaz <<no es no>> de Pedro Sánchez tiene un precio igualmente corrosivo. Porque al asimilar el PP a Vox (desde el meme del <<trifachito>> a la <<fachosfera>>), como innovador modelo de cordón sanitario frente a la extrema derecha, lo que se consigue es estigmatizar a la oposición y de paso confeccionar un traje a la medida del victimismo que necesitan los ultras para presumir de antisistema (a pesar de ser la tercera fuerza del Congreso). Lo contrario que hacen los homólogos europeos del sanchismo en Alemania y Portugal, o los mismos socialistas y conservadores en el día a día del parlamento europeo. Sin un uso tan sectario de la memoria social, recordaríamos lo que pasó en la Europa de los años veinte del siglo XX, cuando los comunistas alemanes pusieron pista de aterrizaje a Adolf Hitler al basar su estrategia política en demonizar a sus adversarios socialdemócratas tildándoles de <<socialfascistas>>. Un reconocerse <<estar en el lado correcto de la historia>>, que Donald Trump lleva al paroxismo cuando dice: <<podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos>>.

Lógicamente la fórmula <<Yo o el caos>> exige un conductor de autoridad, caudillaje, en el sentido de Weber. Lo que ocurre es que ese culto a la personalidad se hace con padecimiento de valores democráticos, actitudes críticas, estamentos independientes y contrapoderes, que se re-organizan como correas de transmisión del <<puto amo>> para dotar de eficacia a sus políticas dimanantes. La patrimonialización de las empresas públicas con activistas propios (desde la agencia EFE hasta el CIS pasando por Correos, Telefónica o RTVE: <<pesebres estatales>>, sostiene el autor de El político y el científico); la rutina de convertir las semanales sesiones del control al gobierno en sesiones de control a la oposición y utilizar las ruedas de prensa posteriores al Consejo de Ministros como foro de ataque al adversario político y a sus máximos representantes; el encuadramiento a favor de la tesis de Moncloa de amplios sectores de los medios de comunicación y de muchos periodistas (aquí el <<Manifiesto contra el golpe judicial y mediático>> suscrito por miles de profesionales en defensa de la honorabilidad de la ciudadana Begoña Gómez); o la concesión de un estatus de intocable a la esposa del presidente del Gobierno ante las acciones de los <<fachas con toga>> ( muchos de los que durante la crisis catalana denunciaban la judicialización de la política ahora claman contra la politización de la justicia); hacer un uso abusivo del Decreto- Ley para gobernar; son algunas de las consecuencias a las que pueden conducir la democracia emoticonocial de los que se jactan de <<estar en el lado correcto de la historia>>. Prácticas degradantes, corrosivas e incívicas que impiden asentar una verdadera cultura democrática en la sociedad civil a prueba del embate de facinerosos y salvapatrias. Por cierto, todas en parecida longitud de onda a las de las hordas ultras que acaban de alzarse con un fuerte respaldo popular en estas elecciones del 9-J.

En las pasadas europeas de 2019, la coalición Podemos-IU superó en escaños a Vox (6 a 4). Un lustro más tarde, y estando en el gobierno de España desde enero de 2020, la relación de fuerzas se ha movido a favor de la formación de Santiago Abascal (2 Podemos, 3 Sumar-IU y 6 Vox), en concreto Vox ha subido en 284.534 votos y Sumar junto Podemos se han dejado 875.410. A más más, tenemos otro emprendedor ultra como Avise Pérez igualando a los de Yolanda Díaz y superando a los de Montero. Así las cosas, la pregunta pertinente sería; ¿por qué una parte de la ciudadanía ha dado la espalda a la izquierda en favor de la derecha populista a pesar de que aquella gozaba de las ventajas legales que da controlar el BOE? Aunque seguramente esta cuestión se topara con el silencio de los aludidos, que se limitaran una vez más a buzonear la alerta antifascista y procesionar por el muro de las lamentaciones de la máquina del fango. Como el canario en la mina, hace mucho tiempo que venimos insistiendo en el incontenible trasvase de millones de trabajadores, muchos de ellos antiguos votantes de los partidos comunistas y socialistas, a las procelosas filas de Marine Le Pen, Giorgia Meloni o Alternativa para Alemania (con graves retrocesos para las agendas ecológica, migratoria y feminista de la unión). Y para agravar aún más las cosas, ahora parece que a ellos se suman los jóvenes, dos colectivos que en España representan la mayor tasa de paro de toda la UE (casi el doble de la media).

 


Fuente: Rafael Cid