En 1729 Jonathan Swift, el autor de Los viajes de Gulliver, publicaba su ensayo Una humilde propuesta, donde proponía a los irlandeses vender a sus propios hijos como alimento para salir de la miseria que sufrían por la opresión de los terratenientes. 

Han pasado casi tres siglos y el avance material y tecnológico hace casi incomparables ambas situaciones, pero el canibalismo endógeno parecer seguir siendo la principal receta que el capitalismo ofrece al pueblo para superar la crisis. Aunque ahora, en vez de poner a los niños en el punto de mira, son los mayores inactivos y los pensionistas quieres deberán subir al cadalso a causa de las políticas-paredón que los gobiernos ejecutan.

Han pasado casi tres siglos y el avance material y tecnológico hace casi incomparables ambas situaciones, pero el canibalismo endógeno parecer seguir siendo la principal receta que el capitalismo ofrece al pueblo para superar la crisis. Aunque ahora, en vez de poner a los niños en el punto de mira, son los mayores inactivos y los pensionistas quieres deberán subir al cadalso a causa de las políticas-paredón que los gobiernos ejecutan.

¿Exageración? Veamos. El PSOE de la etapa Zapatero congeló las pensiones y agravó las condiciones para acceder a la prestación legal de jubilación. Eso en el año 2011, en el epicentro del crac social desatado por la banca y su socios de la burbuja inmobiliaria. Al año siguiente, con el PP ya en el poder, la cosa delira. De nuevo se hurta la actualización del subsidio, un salario ya capitalizado por los trabajadores que representa el único ingreso para la mayoría de los más de 8 millones de perceptores. Y por si fuera poco, otra vuelta de tuerca al garrote vil que amenaza a los mayores con la excusa de las “medidas de austeridad” viene a sumarse a las barrabasadas perpetradas por el tándem PP-PSOE.

La estocada procede del cierre nocturno de las urgencias sanitarias en muchos pueblos de la geografía española, casi sin distinción ideológica, si descartamos la excepción de Euskadi (por ahora). Al clausurar los dispensarios fuera del horario regular en las zonas rurales, que por definición constituyen el alfoz de gran parte de la población de edad avanzada, el perjudicado es precisamente el sector más vulnerables de la ciudadanía, el que más atención médico-farmacéutico precisa. Demolido ese débil asidero del Estado de Bienestar, a los afectados sólo les queda el último recurso de la familia, la solidaridad de los vecinos o acudir a la Beneficencia de una Iglesia siempre dispuesta a hacerse valer. La retirada de lo público, precisamente por el abuso privado que el duopolio dinástico gobernante hace del Estado, se muestra la realidad de un sistema que hace privilegia a los mercados y condena a la indigencia a las personas.

Pero como lo que está sucediendo no es un terremoto u otro fenómeno natural ante lo que únicamente cabe la resignación, sino que hay un método en su barbarie, un cálculo económico, la maldad no acaba aquí. Para terminar de asfixiar a la gente humilde, esa que vota cada cuatro años, la misma que “religiosamente” contribuye al sostenimiento de la Administración con sus impuestos donde a los supermillonarios les sale a devolver la declaración de la renta, se condena a los más necesitados a utilizar el “tren de San Fernando” (unas veces a pie y otra andando) para acceder a las urgencias sanitarias disponibles a kilómetros de distancia de sus lugares de residencia.

Porque esa es la pena que han dictado para los enfermos inoportunos. Cosas del gobierno. Somos líderes europeos en kilómetros de vías rápidas de tráfico rodado y trenes de alta velocidad, mientras se abandona el mantenimiento de las carreteras y se clausuran líneas de ferrocarril de cercanías y media distancia. Así que nuestros dirigentes no sólo quieren tumbar las centros de salud no rentables. Tiran con bala. Renovando el viejo método irlandés, albergan la esperanza de que a medio plazo descienda drástricamente el número de bocas de pensionistas a alimentar.

Jóvenes sin futuro, mayores sin esperanza: la Marca España suma y sigue.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid