Artículo de opinión de Octavio Alberola.

De «verdadero insulto a la inteligencia» ha calificado Teresa Rodríguez, coordinadora general de Podemos Andalucía, la pregunta de la consulta convocada por la dirección de su partido para decidir sobre las posibilidades de gobierno con el PSOE.

Teresa Rodríguez no es la única en considerar que, tal y como está planteada la pregunta, «es abiertamente tendenciosa y olvida otras opciones posibles, y es, lamentablemente, un verdadero insulto a la inteligencia, que denota falta de confianza en los argumentos que se tienen para defender un pacto a toda costa'».

De «verdadero insulto a la inteligencia» ha calificado Teresa Rodríguez, coordinadora general de Podemos Andalucía, la pregunta de la consulta convocada por la dirección de su partido para decidir sobre las posibilidades de gobierno con el PSOE.

Teresa Rodríguez no es la única en considerar que, tal y como está planteada la pregunta, «es abiertamente tendenciosa y olvida otras opciones posibles, y es, lamentablemente, un verdadero insulto a la inteligencia, que denota falta de confianza en los argumentos que se tienen para defender un pacto a toda costa'».

Como ella, otros miembros del partido morado han considerado también que «las opciones son abiertamente tendenciosas» y que «la pregunta debería ser: pacto de gobierno con el PSOE sí, no o abstención, y dar los detalles del pacto que se somete a consulta».

Más allá de la pertinencia de estas reacciones, denunciando lo tendencioso de la pregunta y el carácter plebiscitario de la consulta «a la base» lanzada por Pablo Iglesias para justificar su exigencia de un «gobierno de coalición» como condición de apoyo a la investidura de Pedro Sánchez, lo verdaderamente interesante y relevante es que ellas ponen en evidencia la manera de hacer política de un partido que pretendía renovar la vieja manera de hacerla.

Que se consulte a los inscritos, para que decidan la posición del partido, podría considerarse un hecho decisional democratizador; pero reducir la consulta a un sí o un no, como es el caso, no democratiza la consulta y la transforma en un plebiscito en favor del que la hace. Y más cuando la pregunta se formula en términos deliberadamente confusos y tendenciosos para que la elección sea entre la «buena» alternativa (un «Gobierno de coalición») y la «mala» («un Gobierno diseñado únicamente por el PSOE»).

Para que las consultas puedan ser medios decisionales democráticos y las consultas en Podemos sean sustancialmente diferentes de las de los partidos tradicionales, «donde todo lo importante se lo guisan y se lo comen unos pocos», éstas deberían dar la palabra a los inscritos para debatir libremente sobre las diferentes opciones que se ofrecen al partido en cada momento en que éste debe decidir su actuación política.

Lo lógico y democrático sería pues que antes de responder a si Podemos debe elegir y exigir un «Gobierno de coalición» , en vez de apoyar uno monocolor socialista, se analicen sus probabilidades y los pros y los contras de un tal Gobierno para llevar adelante las propuestas políticas y sociales que Podemos considera esenciales. Pues no solo es obvio que «los dirigentes socialistas no están por la labor; ni tampoco los grandes poderes financieros, empresariales y mediáticos», sino que además nada prueba que un Gobierno de coalición «sería la alternativa a seguir, el buen camino».

Independientemente pues de que la redacción de la pregunta invita descaradamente «a votar en esa dirección» y «vulnera un principio básico de imparcialidad», el debate político que se propone a los inscritos «está claramente, deliberadamente condicionado» para evitar que los inscritos reflexionen sobre la cuestión de saber si un Gobierno de coalición ¿es o no es «la alternativa a seguir, el buen camino»?

Para Fernando Luengo, miembro del círculo de Chamberí de Podem, un Gobierno de coalición de Podemos con el PSOE en la actual coyuntura «no es una buena alternativa, entre otras razones, porque, en aspectos fundamentales, la dirección socialista ha defendido y defiende políticas que se alinean con el establishment (y no se trata de asuntos periféricos e irrelevantes), porque no son pocos los ejemplos de fragante incumplimiento de compromisos que figuraban como prioridades a aplicar de inmediato, porque las presiones de los poderes facticos ante un más que previsible empeoramiento de las condiciones económicas en un futuro próximo acentuará el perfil conservador de la gestión gubernamental, porque, de una manera u otra, formar parte de ese gobierno nos haría corresponsables de las medidas que adopte, y porque, en parte, la evidente pérdida de apoyos que ha experimentado Podemos tiene que ver con que nuestro proyecto ha quedado cada vez más diluido y desdibujado en el espacio político que ocupa el PSOE.»

Para él «debería abrirse un debate -en Podemos y entre la ciudadanía, con los movimientos sociales y con las organizaciones sindicales- y unas negociaciones con los responsables socialistas en torno a un programa de emergencia a desarrollar a lo largo de la legislatura, manteniendo nuestra independencia política.» Así, el apoyo a la investidura y al Gobierno, «en ningún caso sería un cheque en blanco ni nos ataría de pies y manos para desarrollar nuestra actividad en las instituciones y en las plazas, estaría supeditado al cumplimiento de ese programa».

Más realista y más consecuente con lo que Podemos pretendió ser, esta alternativa pone en evidencia la quimera del cambio a través de las instituciones. No solo porque los términos de la consulta promovida por Pablo Iglesias «cierran en lugar de abrir ese debate», sino también porque «la evidente despolitización y vaciamiento de los círculos» impiden que las bases de Podemos lo exijan y lo impongan.

No es ahora que en Podemos se superarán las nefastas consecuencias de aceptar que las orientaciones políticas se tomen «arriba» en lugar de «abajo»; pues no solo «la consulta no corrige ese problema» sino que «puede agravarlo, ante la sensación (evidencia para mí) de que, una vez más, se solicita legitimar unos contenidos y unas maneras de hacer política que tienen inquietantes paralelismos con las prácticas de los viejos partidos.»

Prácticas indisociables de la verdadera motivación del quehacer político profesional; pues, como hemos visto y no paramos de ver, los egos y la pelea por las poltronas prima, en todos los ámbitos de la política institucional, sobre el tan cacareado deber de «servir a los ciudadanos y a la sociedad».

Con o sin Gobierno de coalición, consiga o no Pedro Sánchez la investidura, el espectáculo de la política al que estamos asistiendo los «ciudadanos» es suficientemente cínico y grotesco para que nadie se llama a engaño. De siempre en la política institucional los intereses personales se anteponen a los colectivos. Una vez más los «cambios» son lampedusianos, gatopardezcos, por eso sí que, seguir votando en un tal contexto, es «un verdadero insulto a la inteligencia».

Octavio Alberola


Fuente: Octavio Alberola