Ciprian, un rumano de 23 años, estaba ilusionado con su trabajo en España, pero un montacargas le segó ayer la vida. A las ocho y media de la tarde se encontraba en su puesto de trabajo, en la empresa de productos cárnicos Vaquero, ubicada en la calle de Luis I del polígono Hormigoneras de Vallecas.

Ciprian, un rumano de 23 años, estaba ilusionado con su trabajo en España, pero un montacargas le segó ayer la vida. A las ocho y media de la tarde se encontraba en su puesto de trabajo, en la empresa de productos cárnicos Vaquero, ubicada en la calle de Luis I del polígono Hormigoneras de Vallecas.

A esa hora, Ciprian estaba en un montacargas de una de las naves de la empresa. De repente, su cuerpo quedó atrapado entre el aparato y la pared por causas que aún se desconocen. El montacargas no tenía puertas. El joven sufrió lesiones severas por aplastamiento en el tórax, lo que le provocó la muerte instantánea. El Samur sólo pudo certificar el fallecimiento. Al lugar de los hechos acudió la Policía Local y una dotación de bomberos, que rescataron el cadáver de Ciprian tras una laboriosa tarea, ya que el cuerpo estaba totalmente encajado entre el montacargas y un muro del edificio.

Los familiares del fallecido acudieron al polígono de Vallas sobre las diez de la noche. La emoción les impedía hablar. Un psicólogo del Samur tuvo que atender a su tía por una crisis de ansiedad. Ciprian vivía con ella y su marido en un piso de Coslada. Otro trabajador del Samur informó a los familiares, sobre las once de la noche, de que el cadáver iba a ser trasladado al Instituto Anatómico Forense.

«Si queréis os podéis ir ya a casa a descansar», les aconsejó. Pero ellos, unas diez personas, movían la cabeza de un lado a otro. No querían irse. Allí se quedaron sentados junto a la verja de la nave, entre sollozos, hasta que un coche se llevó el cadáver de Ciprian.

El polígono de Hormigoneras era a la hora del suceso un desierto de asfalto sobre el que caía la noche. No había ni un alma en las grandes calles plagadas de empresas. A las puertas de la empresa de Vaquero, un rectángulo vallado, en el que se distribuyen dos edificios de grandes proporciones, se agolpaban algunos compañeros de trabajo del fallecido. Eran unos ocho. «Uno de los trabajadores ha sufrido un accidente», le comentaba una chica a otra mientras fumaban un cigarro. No sabían nada más.

Policía Judicial

Enfrente de ellas, la escena estaba compuesta por los agentes de la Policía Local y la Policía Judicial, que caminaban deprisa de un lado a otro para controlar el trasiego de personas y vehículos. Arriba, en uno de los edificios, una puerta se abría y cerraba de forma intermitente. Al final de las escaleras de emergencia, y tras una luz tenue, se perdían los operarios del Samur. Era el lugar de los hechos. Abajo, el guardia de seguridad de la garita, se afanaba en obligar a los curiosos a permanecer tras la verja. Dentro, esperaban los familiares de Ciprian. Habían llegado de Coslada y Arganda del Rey. En medio de la confusión, esperaban una noticia que ninguno de ellos quería recibir.


Fuente: CRISTÓBAL RAMÍREZ / EL PAIS