Un hotel de lujo sobre las cenizas de la memoria libertaria
El polémico Hotel Libertaria planteará un pequeño museo sobre los sucesos de Casas Viejas como coartada ante las críticas
BENALUP-CASAS VIEJAS.- Cae un sol de plomo en Benalup-CasasViejas. Apenas corre una levísima brisa de abanico que parece aliento de horno. Hiere la luz de los campos albarizos y la cal limpia de las paredes. Parece un pueblo como otro cualquiera en la agonía agostiza, un paisaje inocente de salamanquesas, acebuches y adoquines derretidos.
Un hotel de lujo sobre las cenizas de la memoria libertaria


El polémico Hotel Libertaria planteará un pequeño museo sobre los sucesos de Casas Viejas como coartada ante las críticas

BENALUP-CASAS VIEJAS.- Cae un sol de plomo en Benalup-CasasViejas. Apenas corre una levísima brisa de abanico que parece aliento de horno. Hiere la luz de los campos albarizos y la cal limpia de las paredes. Parece un pueblo como otro cualquiera en la agonía agostiza, un paisaje inocente de salamanquesas, acebuches y adoquines derretidos.

La Historia es sólo un río invisible y subterráneo que apenas estremece ya sus cimientos. Pero la memoria es inevitable. No se le puede dar la espalda porque siempre asalta en el recodo inesperado del camino. Y en el centro del pueblo hay un jirón oscuro de sangre seca en la Historia de España. No hay ningún recuerdo, ni placa, ni monumento, ni advertencia para la desmemoria, pero allí estuvo la choza del carbonero Francisco Cruz Seisdedos, propietario del tabuco en el que resistieron en enero de 1933 los jornaleros anarquistas que proclamaron el comunismo libertario en aquella aldea perdida en la entraña de Andalucía. Estaban desencantados con las lentas reformas agrarias prometidas por el gobierno de la Segunda República en aquella época presidido por Manuel Azaña- y, sobre todo, tenían hambre.Nada hay que recuerde los sucesos de Casas Viejas. El hambre y las pesadillas se han olvidado y han pasado muchas décadas de silencio. Ahora, el solar donde estuvo la choza de Seisdedos tiembla bajo las grúas y máquinas excavadoras que hurgan en la herida purulenta de su memoria. Es como un lugar sumergido, enterrado bajo los escombros de la Historia. « Aquí nadie quiere hablar de política y de esas cosas », cuenta un vecino que ve pasar la vida sentado en la puerta de su casa, justo enfrente de donde estará la entrada al Hotel Libertaria, el polémico complejo turístico privado respaldado por el Ayuntamiento socialista de Francisco González Cabañas. El tenía ocho años y señala los portales de las casas donde vivieron algunos de los fusilados por la guardia de asalto después del incendio de la choza de Seisdedos. En esa época jugaba al pídola y a hincar limas en la tierra blanda, pero escuchaba confidencias en las tardes alhucemadas de brasero de cisco. Hace mucho que decidió olvidar, como casi todos los abuelos de Casas Viejas. Se cansaron de aquellas pesadillas infantiles y prefirieron el exorcismo de la desmemoria. « Los abuelos no suelen hablar mucho de los sucesos, pero sabemos de lo ocurrido por sus relatos », confiesa una joven que trabaja en la oficina de información turística.

Allí, a todo el interesado por buscar el solar de la choza libertaria le entregan un folleto en el que se anuncia el proyecto estrella de la temporada : el Hotel Libertaria. Ahora, el viajero encontrará algo de la aldea del crimen que relatara Ramón J. Sender, aunque sea una estancia de lujo que lleva el nombre de la nieta de Seisdedos, María Silva La Libertaria, aquella joven que sobrevivió el cruel asedio a la choza y que fue fusilada en la Guerra Civil, ya convertida en un mito para el movimiento anarquista e incluso en protagonista de una novelita de Federica Montseny.

Letargo

Los sucesos de Casas Viejas despiertan de un largo letargo, pero no será para rescatarlos de forma definitiva quizás con un necesario centro de recuperación de la memoria histórica. No, su espíritu sugieren con descaro los promotores del proyecto turístico- revivirá entre las paredes de un hotel de lujo. Sí, y quizás algún que otro espectro.

La empresa tiene previsto abrir el próximo mes de octubre. Aún queda mucho, pero ya están terminadas algunas estancias en las que se presiente ese sabor kitsch y artificioso que tienen los parques temáticos. El Hotel Libertaria recreará el lado amable de los años treinta por medio de una colección de piezas que incluye cerca de mil objetos de la vida cotidiana. Así, en la aldea del hambre se exhibirá todo ese mundo de los chevrolets, los cigarrillos emboquillados y aromados, las noches de pernod y jazz, biplanos y toda la guardarropía de unos años treinta que jamás llegaron a este pueblo de campesinos de piel broncínea, perdido entre latifundios y señoritos de fiestas camperas de tientas y becerradas. Cada habitación lleva un nombre alusivo a aquel tiempo : Poetas, Art Decó, Utopía, París 1937, Jazz, Tango, Cabaret, Tango, Vanguardias, Zeppelin o Casas Viejas. Esta última habitación -Casas Viejas- sobre la que gira todo el complejo linda con el lugar donde se supone que ardió la choza de Seisdedos, un espacio que, sin duda, estremece. Y es que, inevitablemente, resulta macabro construir una habitación de lujo sobre las cenizas de un lugar que esconde un episodio trágico de la memoria jornalera. Sin embargo, la osadía se resolverá con una decoración que evocará cómo eran las casas campesinas de la época. Una especie de estilo de diseño amable y rústico sólo para sugerir los años del hambre con el fin de que el turista no turbe su relax.Y, por supuesto, nada que ver con las escenas reales de pan bazo, café de recuelo, sopas aguadas y ojos heridos de miseria de aquellas víctimas libertarias. Duele pensar que esta suite Casas Viejas se encuentra en el mismo lugar donde las fotografías de la época mostraban los cuerpos retorcidos y carbonizados de los jornaleros.Ese mismo lugar está ahora rodeado de bidés de diseño y azulejería de lujo. Es difícil imaginar ahora dónde estarían las chumberas desde las que disparaban los guardias de asalto con sus miradas aceradas, dónde se colocaron los cadáveres estremecidos de horror o dónde estaría plantado el rosal rojo del que Blas Infante -en su visita a la aldea poco después de los sucesos- se llevó un esqueje para plantarlo y que, según hermosa leyenda, salió en su jardín con rosas que se habían tornado blancas. De todos modos, la empresa promotora del proyecto ha querido salvaguardar este lugar simbólico incluyéndolo en un pequeño espacio museístico con fotografías de los sucesos.Así, creará una Fundación titulada Sucesos de Casas Viejas con documentación de la época y acceso público. Una iniciativa que suena a frágil coartada para calmar las críticas de los que han denunciado el proyecto por su falta de respeto con la Historia y que piden un verdadero centro de recuperación de la memoria.

Años treinta

Porque es paradójico y hasta cruel que en el lugar de los sucesos esté previsto mostrar una colección de originales de revistas -como Vogue- e ilustraciones sicalípticas con muchachas de de cejas depiladas y cabellos abuñolados, polvos finos a la lavanda y jabones de olor. Josephine Baker con su falda de plátanos danzando en la aldea del crimencon una musiquilla cruel que suena a foxtrot. Casas Viejas ha sido durante mucho tiempo una aldea de silencio, un lugar de fantasmas humeantes, de víctimas libertarias que se quedaron aisladas en el sueño de la revolución. « Aquí a la gente le da igual de todo », confirma el propietario del Bar Ricardo que relata significativos episodios del Casas Viejas de la Dictadura. Parroquiano del bar era el antropólogo Jerome Mintz que vivió en el pueblo en la década de los sesenta. El investigador hizo creer que preparaba un estudio sobre la Semana Santa y el Carnaval, pero en realidad recogía información sobre el suceso terrible que yacía sepultado como toda memoria maldita. « Tenía un magnetofón muy grande y se llevaba a la gente a las afueras del pueblo para hacerles entrevistas », añade mientras muestra una primera edición en inglés de la obra emblemática The anarchists of Casas Viejas con fotografías inquietantes de mujeres enlutadas y hombres silenciosos bajo el sol zahareño.

Horror de Sender, angustia de Azaña

Ramón J. Sender llegó pocos días después de los sucesos. Escribió varias crónicas para el diario ‘La Libertad’ en las que reconstruía latragedia y hacía una radiografía social que era la raíz de ese frustado intento de revolución social. Al año siguiente publicó el famoso libro ‘Viaje a la aldea de l crimen’. « La inmensa mayoría de los vecinos de Casas Viejas son jornaleros sin trabajo, abandonados a la miseria. Los campesinos que se alzaron el día 10 de enero lo hicieron con el deseo de distribuir las tierras de cultivo y roturar las yermas, acuciados por la necesidad ». Desde luego, el asunto de Casas Viejas fue un episodio negro en la Segunda República. En las memorias de Azaña-los famosos ‘Cuadernos Robados’- se descubre cómo convulsionó al país y cómo los radicales del partido de Lerroux lo aprovecharon para hacer caer al gobierno. El caso fue debatido en el Congreso y el entonces ministro de Gobernación, Casares Quiroga, tuvo que explicar un asunto que no quedó del todo explicado. El 3 de marzo, Azaña explicaba con amargura el ambiente de crispación. « Fui dando suelta a mis sentimientos de repugnancia por la campaña que se hace contra nosotros, y que por el deseo de derribarnos no se priva de suponer que hemos ordenado las atrocidades de Casas Viejas, o que la hemos ocultado. (…) Declaro que ya no puedo más y que estoy dispuestísimo a dar un escándalo desde el banco azul ». El escritor anarquista Vicente Ballester también visitó la aldea y fruto de esta investigación publicó el librito ‘Han pasado los bárbaros’. « Más que un sepulcro donde quedaron depositadas las ansias de libertad, Casas Viejas es hoy un símbolo ; es la aurora, una aurora roja que despunta ».Horror de Sender, angustia de Azaña



Par : cecilio



Fuente: EVA DIAZ PEREZ / EL MUNDO