“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida” El Quijote. Cervantes.
Siempre queda muy bien citar a los clásicos. Aunque, a veces, sirvan para inventarse paternidades legitimadoras de teorías que uno gusta de presentar como propias. Este tipo de apropiaciones son muy frecuentes en nuestro tiempo, y, sobre todo, entre nuestros gobernantes. Pero citar, no significa conocer la esencia y el significado de los clásicos.
Siempre queda muy bien citar a los clásicos. Aunque, a veces, sirvan para inventarse paternidades legitimadoras de teorías que uno gusta de presentar como propias. Este tipo de apropiaciones son muy frecuentes en nuestro tiempo, y, sobre todo, entre nuestros gobernantes. Pero citar, no significa conocer la esencia y el significado de los clásicos. Dicho esto, lo que se percibe a través de las palabras del alcaladino arriba mencionadas, sugieren que necesitamos una forma distinta de mirar el pasado para demostrar que siempre ha existido insatisfacción, miseria y desmoralización, entre una parte importante de la población del mundo, siempre subyugada por los más ricos y los menos escrupulosos mediante maniobras en la oscuridad.
Hoy, nadie puede negar que la crisis humana es el diagnóstico más aproximado a la hora de describir nuestra situación. Aunque su germinación se tiene que situar en un contexto mucho más amplio en el tiempo. Un tiempo que va engullendo los fenómenos políticos y sociales a lo largo de los siglos, determinando la manera de abordarlos desde los instrumentos que ofrece el poder: progreso, decadencia, enemigo o revolución. Pasos, largos o cortos, que generan mutaciones, poniendo en evidencia que las sociedades están en continuo movimiento, por lo tanto, en permanente transformación. Movimientos y transformaciones que a su vez sostienen el pasado. Un pasado indispensable que necesitamos conocer a través de la Historia, cuya esencia no es otra que estudiar las transformaciones más complejas que se suceden en el tiempo, esas que la oficialidad victoriosa se olvida de narrar por conveniencia.
Conjugando pasado e historia y dialogando con los clásicos, declinamos la estructura de las sociedades, intentando comprender su evolución. Siguiendo al politólogo M. García-Pelayo cuando nos dice que “toda estructura histórica, por el sólo hecho de serlo, está destinada a transformarse o a perecer, y, por consiguiente, a pasar por periodos de crisis, jalones de esa transformación”, no es difícil advertir que nos encontramos en un clico de evolución social.
Muchos consideran la novela cervantina un clásico por su lejanía en el horizonte cultural. Me parece una conclusión escasa. Los clásicos no alcanzan la eternidad por su distancia con nuestra actualidad. Son clásicos por su efectividad respecto a la visión de su tiempo. Su lectura pausada y reflexiva nos da la oportunidad de dialogar con ellos, intentando comprender su presente, futuro en el que vivimos, por lo tanto básico. Un claro ejemplo de lo dicho hasta aquí se demuestra con la obra del historiador, recientemente fallecido, Eric J. Hobsbawm.
Cual tremenda es mi ignorancia al sorprenderme por la coyuntura actual, cuando el autor señalado fue capaz de pronosticar la crisis de los años setenta del siglo pasado, contabilizando espacios de tiempo relativamente largos en lo que concierne al tiempo económico. Su pronóstico se basó en las observaciones de algunos analistas –y con el diálogo con los clásicos-, cuando percibieron que el mundo de la economía estaba marcado por una pauta secular en la que los períodos de expansión y prosperidad, de unos veinte a treinta años de duración, alternaban con períodos de dificultades económicas de aproximadamente la misma extensión temporal, propiciadas por los mercados –maniobras capitalistas en la oscuridad-. A estas pautas se las conoce como “ondas largas de Kondratiev”. Pronosticó la crisis de 1973, cuyo antecedente directo fue una crisis de orden social de gran calado: la de 1968, descendiente directa de la “guerra fría”. El periodo de recuperación, iniciado en la década de los ochenta, ha llegado hasta el cambio de milenio, revelándose como característica más significativa lo que han calificado como “terrorismo internacional”. Como vemos, recuperación después de la dos guerras mundiales, estabilidad sostenida durante la guerra fría y recaída propiciada por la crisis energética y social. Retomando la actualidad, nos encontramos, según la teoría de Kondrátiev, en el cenit de otra crisis social. Puesto que, casi agotada la estabilidad sostenida del “terrorismo internacional”, hemos entrado en una crisis social, y posiblemente energética. Lo que sigue a continuación, siempre según esta teoría, ya sabemos lo que es.
Acercándonos a este país, tenemos ejemplos sobrados entre los clásicos que pronosticaron nuestras propias crisis, y nuestras propias maniobras en la oscuridad. Utilizando de nuevo el diálogo propuesto con los clásicos, estos días se ha representado en el Teatro Gayarre, Luces de Bohemia, de Valle Inclán. Por increíble que parezca a muchos, el contenido de la obra es de máxima actualidad. El argumento de la novela tiene por tema la crítica que hace Valle de una sociedad, la española, en la que no hay lugar para el genio ni el trabajador, donde sólo puede prosperar la canalla y la infamia, ajustada en un contexto de protestas imbuido por el hambre del pueblo. Como digo máxima actualidad. Incluso parece que, desmintiendo lo que decíamos al principio, nuestros gobernantes leen los clásicos en profundidad. Las declaraciones de nuestro monarca en la India ponen de manifiesto su alto conocimiento del personaje de Max Estrella, puesto que mira a “su” país y le dan ganas de llorar. Lo mismo que nos dice Max sobre la decadencia de España y los españoles, que vistos desde fuera son un esperpento. Entonces el protagonista del esperpento borbónico era su abuelo Alfonso XIII, ahora, a base de mucho sacrificio, lo es él.
El esperpento de Max, la ausencia de libertad del Ilustre Hidalgo y la teoría de Kondrátiev nos demuestran que el poder siempre ha maniobrado en la oscuridad para corromper por medio del dinero. Si el poder es el dinero que corrompe, para corromper necesitamos corruptos y corruptores. Con lo cual, las maniobras capitalistas en la oscuridad para corromper determinan el poder. Actualmente el resultado de estas maniobras ha condicionado las políticas y la economía por medio del régimen de la globalización –corruptor- modificando los pilares sobre los que asentaba la acción gubernamental del Estado social –corrompido-. La política se ha ido inflando y ha incorporado nuevos rasgos, hasta abarcarlo prácticamente todo. Se ha hecho económica y social y han quedado politizados el bienestar, la prosperidad y el desarrollo. Al incorporar el concepto de Estado de Bienestar, la política ha englobado también el trabajo, el ocio, la sanidad y la cultura. Es ya una política sin fronteras que asume como propia la globalidad del ser humano, adentrándose en espacios como la emigración, el hábitat, la vejez y otros que nunca antes estuvieron en su órbita. Pero es también una política que crece peligrosamente porque ejerce el control y el dominio ilimitadamente, algo que incrementa el riesgo de que se torne totalizadora o totalitaria.
La mano invisible de la competencia y la privacidad invade todo. Su apretón de manos es tan visible, como esperpéntico. Ya sabemos que no es nuevo. El diálogo que hemos mantenido con los clásicos mencionados así lo confirman. Entonces, ¿por qué no nos defendemos?, ¿por qué no somos capaces de leer a los clásicos en profundidad? No hay posibilidad de política y derecho sin conciencia histórica. Algo de lo que carecemos en abundancia, condicionados por las maniobras capitalistas en la oscuridad.
Julián Zubieta Martínez
Fuente: Julián Zubieta Martínez