Tengo la sensación de que con los sucesos de Ucrania puede ocurrir lo mismo que con el movimiento pro derechos humanos en Egipto, aunque por razones distintas. Otra vez, un gran sector de la izquierda se está decantando a favor de los represores, en indeseada sintonía con las cancillerías de medio mundo.
En el affaire egipcio a costa de refrendar un pronunciamiento militar para acabar con el primer experimento democrático de la historia del país. Más de dos mil personas asesinadas por el ejército y la policía en una desigual y falsa lucha de religión entre laicos (buenos), musulmanes (malos) y golpistas (cojonudos). Manifestantes civiles que habían ocupado calles y plazas públicas para defender la legitimidad democrática del gobierno Morsi cayeron bajo las balas de “los cruzados”.
En el affaire egipcio a costa de refrendar un pronunciamiento militar para acabar con el primer experimento democrático de la historia del país. Más de dos mil personas asesinadas por el ejército y la policía en una desigual y falsa lucha de religión entre laicos (buenos), musulmanes (malos) y golpistas (cojonudos). Manifestantes civiles que habían ocupado calles y plazas públicas para defender la legitimidad democrática del gobierno Morsi cayeron bajo las balas de “los cruzados”. Mientras las morgues se llenaban de cadáveres, la prensa internacional callaba, la Unión Europea sesteaba y las organizaciones de izquierda autoritaria aplaudían la embestida de los generales contra “el fanatismo de la Hermanos Musulmanes”.
De esta forma, el salafismo más ferozmente integrista, el partido comunista egipcio, los partidarios de Mubarak y algunos protagonistas de la revuelta de Tahrir, auparon de nuevo en el poder al mismo “Estado profundo” ( militar, por supuesto) que durante años había controlado con puño de acero los latidos del país. Un poder totalizante que facultaba a la fuerzas de seguridad incluso para someter a humillantes “test de virginidad” a las mujeres en su condición de guardianes de la moral establecida. Cerrada la fosa común donde se habían depositado las esperanzas de un verdadero cambio por el artefacto cívico-militar surgido de esa brutal contrarrevolución que se escenificó como una liberación, la nueva Constitución dictada desde los cuarteles acaba de ser refrendada con más de un 60% de abstención (casi lo mismo que ha sucedido en el Chile de Bachelet). Así, la versión egipcia del ¡vivan las cadenas! se adhiere a la nueva doctrina del neoliberalismo político rampante que valida la desafección popular como un signo de conformidad con el sistema. De la ficción democrática se pasa a gobernar para las élites.
Idéntico autismo social parece haberse instalado entre los observadores internacionales ante los acontecimientos que se están produciendo en Kiev, la capital de Ucrania, donde la protesta de una parte activa e la población contra la política pro-rusa del gobierno nos devuelve al conflicto entre la soberanía popular militante y unas autoridades que vulneran el programa electoral con que subieron al poder. Aquí centrado en la promesa de culminar los acuerdos para la entrada de Ucrania en la UE, compromiso roto por el ejecutivo de Yanukóvich para entregarse en brazos de la Rusia del orgullosos chequista Vladimir Putin, su tradicional potencia colonizadora. Y si en Egipto la excusa para la brutal represión fue la supuesta conspiración de los Hermanos Musulmanes (que habían sido el bastión de la lucha contra la dictadura) para islamizar las instituciones, en Ucrania el trampantojo consiste en la acusación de provocación de las potencias extranjeras y de los infiltrados chovinistas-fascistas. Es decir, lo que en El Cairo supuso timbre de gloria (el consenso institucional entre fascistas e izquierdistas) para justificar las matanzas de los opositores, en Kiev se esgrime como argumento para criminalizar las luchas ciudadanas.
Pero no esta la única coincidencia en la divergencia entre lo sucedido en Egipto y los acontecimientos que tienen lugar en estos momentos en Ucrania. Ambos estados perimetrales, por dimensión, población y posición geográfica, son piezas esenciales del tablero estratégico mundial. Porque si el país del Nilo, con sus 83 millones de habitantes, es determinante para los intereses de Israel y sus aliados occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, el territorio de los cosacos, con una población 45 millones, es la cabeza de puente de Rusia en su flanco sur con Europa. Por tanto, en ambos casos la soberanía popular está condicionada a los intereses superiores de las potencias dominantes en la zona. Y en el caso de la UE, está claro que Bruselas no quiere líos con el Kremlin de la misma forma que tampoco quería contrariar a la Casa Blanca ante el criminal golpe egipcio. En resumidas cuentas, los activistas autogestionarios respectivos solo cuentan con sus propias fuerzas, dado que la opinión pública está neutralizada por un inquisitorial juego mediático de héroes y villanos que no repara en quién ostenta la horca de Torquemada.
Resulta muy ilustrativo al respecto de la revuelta ucraniana la declaración hecha por la Unión Autónoma de Trabajadores (UAT) de Kiev, solo publicada en la web del sindicato CGT (en Ucrania hay una sólida tradición anarcosindicalista y la figura del Néstor Májno, el guerrillero que trajo en jaque a las tropas Trotsky, forma parte de la leyenda del movimiento libertario mundial), donde se denuncia sin contemplaciones la doble moral de los que, como ya ocurrió en Egipto, amparándose en parte de la verdad sofocan toda la realidad. Dice así:
<El jueves, 16 de enero 2014, sin la discusión y en contra de sus propios reglamentos y la Constitución de Ucrania, el Parlamento de Ucrania aprobó una serie de leyes dirigidas a limitar la libertad de expresión y el derecho de los ciudadanos a la protesta pacífica. Uno de los puntos aprobados es la enmienda infame al Código Penal que prohíbe el llamar «extremismo». En esta enmienda «incitar a la discordia social » se define como «extremismo». Está claro que cualquier tipo de forma de llamar la atención sobre los problemas sociales o la desigualdad flagrante que existe en la sociedad ucraniana, se puede calificar como «incitar a la discordia social «, por lo tanto, las actividades de la izquierda, sindicales y activistas sociales en Ucrania pueden ser masivamente criminalizadas.
El Partido Comunista de Ucrania (CPU) desempeña un papel especialmente vergonzoso en estos eventos. No sólo la facción del Partido Comunista votó unánimemente a favor de los proyectos de ley de represión, sino que también la página web oficial de la CPU cuenta con materiales que condenan las recientes protestas, presentándolos como inspirados por actores extranjeros con el objetivo de desestabilizar a Ucrania. Al difundir dicha opinión la CPU, de hecho, cumple la tarea de blanqueo del régimen de Yanukovich.
Es cierto que los anti-comunistas manifiestos desempeñan un papel significativo en Maidan, pero este anticomunismo es causado sobre todo por la posición arrogante del propio Partido Comunista. No es la primera vez que la CPU ha tratado de deslegitimar las protestas civiles y ha adoptado una posición conservadora. Además de esto, en un país que sufrió las pérdidas catastróficas causadas por el hambre y la represión durante el régimen estalinista, la CPU se niega a condenar las acciones de los líderes de la URSS o, al menos, pedir perdón por ellos, lo que hace las ideas socialistas menos populares en la actual sociedad ucraniana.
El régimen de Yanukovich ha demostrado su disposición a reprimir. Es evidente, hoy, que la CPU usará sus conexiones internacionales con el fin de justificar las acciones de este régimen. Es por eso que confiamos en que la izquierda de todo el mundo, y especialmente en la Unión Europea, corte todas las relaciones con el Partido Comunista de Ucrania y condene sus acciones.
Pensamos que el partido que trata a los levantamientos populares con odio abierto, el partido que habla en contra de «incitar a la discordia social «, no es apto para ser llamado comunista o izquierdista y es «comunista» sólo de nombre>.
Este llamamiento de la UAT resume en su concisión las coordenadas en que se desarrolla el conflicto ucraniano. Su llamada a la solidaridad internacional para frenar la violenta represión contra formaciones de izquierda, sindicatos y activistas, se parece milimétricamente a las acometidas que sufren en estos momentos otros movimientos de la sociedad civil en su lucha contra los gobiernos corruptos del neoliberalismo. La diferencia estriba en que en España, por ejemplo, la denuncia de los indignados incluye a las formaciones socialdemócratas que han sustentado las políticas austericidas y reaccionarias junto a la derecha tradicional, mientras que en Ucrania ese papel lo representa el partido comunista, con el añadido de actuar como satélite de la Rusia de los oligarcas. De ahí que, reconociendo “el papel significativo de los anticomunistas” en los levantamientos, la UAT reivindique la nobleza del comunismo autónomo y contextualice la emergencia de grupos ultras como fruto de un lastre histórico que hunde sus raíces en el genocidio practicado históricamente por la URSS contra la población de etnia ucraniana.
Para calibrar la percepción que para buena parte de los ucranianos tienen términos como “comunismo” y “Rusia”, conviene recordar que, según la historiadora Anne Applebaum, cerca de un millón de ucranianos occidentales desapareció en el Gulag, siendo después de los chechenos el segundo contingente nacional más castigado por el terror estalinista. A esta cifra habría que sumar terribles episodios próximos al holocausto, como la “gran hambruna” de 1932-1933 provocada por la colectivización forzada que, en un país considerado el granero del continente, provocó un mínimo de cinco millones de víctimas, o la matanza de Vinnytsia, “la Katyn de Ucrania”, localidad donde fueron metódicamente asesinadas más de 10.00 personas por las tropas de la NVKVD, la “Gestapo soviética”. Sin olvidar que la dimensión de la resistencia que los dirigentes moscovitas deberían vencer para imponer su ideología había sido calculada por Lenin cuando admitió que “las tres cuartas partes de la humanidad han de perecer para que el resto de la humanidad experimente el comunismo”.
Como reconoce sin paliativos ni reservas mentales un manifiesto en apoyo de “las nuevas iniciativas surgidas en el Maidan”, suscrito por un centenar de intelectuales a cuyo frente están el sociólogo polaco Zygman Bauman y el filósofo italiano Paulo Flores d’Arcais, recientemente publicado por varios periódicos europeos (El País lo devaluó escondiéndolo en la sección de Cartas al Director), “digan lo que digan las autoridades, los que luchan para que su país tenga un futuro mejor no son agentes de potencias extranjeras. Los únicos que merecen esa denominación son los responsables de una represión que quiere aplastar las esperanzas de Ucrania de convertirse en una democracia europea”.
¿Tras el dramático error Egipto vendrá el abandono Ucrania?
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid