Quitar los 426 € a los parados de larga duración es una buena medida para salir de la crisis. La fórmula es vomitivamente sencilla : se trata de cargar la crisis sobre los más desfavorecidos de los más desfavorecidos. Es llevar hasta el final la lógica que se viene aplicando durante todo el proceso iniciado con la crisis de las entidades financieras : dar a los ricos quitándonos a todos, de modo especial a los que menos tienen, los peor situados.

Quitar los 426 € a los parados de larga duración es una buena medida para salir de la crisis. La fórmula es vomitivamente sencilla : se trata de cargar la crisis sobre los más desfavorecidos de los más desfavorecidos. Es llevar hasta el final la lógica que se viene aplicando durante todo el proceso iniciado con la crisis de las entidades financieras : dar a los ricos quitándonos a todos, de modo especial a los que menos tienen, los peor situados.

Hemos avanzado mucho desde el “que la guerra era la continuación de la política por otros medios”, unido al que “la política era la continuación de la economía por otros medios”, hemos avanzado en la medida en que hoy no existe separación entre economía, política y guerra. La retirada de los 426 € es un declaración de guerra en toda regla, por si no habíamos entendido que el salvamento de las entidades financieras por el dinero público, la generación de cinco millones de parados, la Reforma Laboral como ataque a las condiciones de trabajo, el asalto a las pensiones… eran ya declaraciones de guerra.

Estamos en guerra, nadie lo dude, y el enemigo somos todos nosotros en cuanto personas con derechos. Pero también somos el atacante, en tanto consumidores, ahorradores, votantes, ciudadanos como dios manda…, en tanto sujetos del capitalismo, al que podemos poner los calificativos de global, neoliberal, competitivo…, hasta llegar al que mejor le cuadra : el capitalismo guerra.

Mientras somos a la vez el enemigo y el atacante, la economía guerra se traduce, como viene ocurriendo, en guerra de todos contra todos, en lucha por la supervivencia en la que van cayendo (vamos dejando caer) los más débiles, y los demás (en personas cercanas, en nuestros hijos, hasta llegar a nosotros mismos) nos vamos acercando a esa zona de debilidad máxima.

La alternativa sería la reacción social que pusiera coto a esta situación. Pero esa reacción social no es nada fácil cuando la economía guerra nos ha succionado individualizadamente, empujándonos a la lucha por la supervivencia. Menos cuando esa reacción social no trata de encarar e invertir esa situación.

En esa medida, las huelgas generales que convocamos los sindicatos, tanto la del 29S como la del 29J, no pasan de ser una apariencia de movilización dejando todo tal cual estaba. No podía ser de otro modo. No puede pasar de lo aparente una movilización que se continúa en la pasividad o en una ILP, que no es sino un paso atrás, de antemano inútil. No puede pasar de lo aparente una movilización contra la Reforma Laboral, pasando de puntillas sobre la realidad de cinco millones de parados.

Otro es el tema y otras las formas de la movilización que pueda convertirse en reacción social. Tendría que poner en el centro de sus objetivos las situaciones más graves de la injusticia : los cinco millones de parados para los que habría que alcanzar el derecho al trabajo y/o a una renta básica o salario social mínimo suficiente. Tendría, también, que contribuir a sacarnos a la mayoría de trabajadores mejor establecidos de nuestra condición de sujetos del capitalismo. Una movilización que quiera ser reacción social tiene que ser exigencia de reparto e incluir predisposición a repartir.

Mucho tiene que cambiar el actual sindicalismo para emprender una tarea de ese tipo. Tendría que perder buena parte de su componente institucional para recuperar la de movimiento social y tendría que arrancar desde la decisión firme, individual y colectiva, de oposición firme la actual situación de economía guerra y a la adhesión a ella de una mayoría de trabajadores establecidos.

La CGT de Pamplona-Iruñea hemos participado en las dos convocatorias antes mencionadas procurando ir en esa dirección, sabiendo que no basta con oponerse a alguna de las medidas concretas si no que es necesario enfrentarnos, por un lado, a la situación a que nos han traído, de modo central a sus consecuencias más sangrantes, y, de otro lado, al estado de cosas, la economía guerra, que nos viene imponiendo esa situación.

Antes de esas dos convocatorias llevábamos un año reclamando la necesidad de la movilización. El próximo 27 de diciembre, a las 11:30 h, en el Paseo Sarasate, volveremos a denunciar que esas movilizaciones fueron insuficientes, para reclamar nuevas movilizaciones, nuevas y distintas en sus contenidos y en sus formas. Que sean una respuesta real a la declaración de guerra que vienen siendo todas las medidas para “sacarnos” de la crisis. Que nos saque de la actual lucha individual por la supervivencia y avancen en la exigencia de reparto, incluyendo en esa exigencia nuestra predisposición a repartir, no perdiendo nunca de vista el paro y sus efectos sobre las personas.

Txema Berro Uriz