En estos días abundan las declaraciones de famosos, artistas, políticos e intelectuales haciendo balance de 30 años de posfranquismo. En general la lectura tiene el mismo acorde por parte de la mayoría de los interpelados. Aquella fue una de las etapas más grises, terribles y lamentables de nuestra historia, reconocen con una cierta complacencia en el veredicto final. Pero su adiós a todo eso encubre una falacia urdida, como ocurría en el tuétano de aquella dictadura, por el miedo a significarse en la disidencia. Pocos son los que se atreven a señalar, siquiera sea de pasada, que aquel régimen sigue vivo porque se perpetuó -mutatis mutandis- como pilar del actual sistema político. La vigente democracia nace de un acto de voluntad del tirano y de la consecuente renuncia de la oposición. Atado y bien atado.
Y sin embargo esa inquietante radiografía se abre camino, por activa y por pasiva, en las encuestas con la conclusión de que el despotismo de aquellos años, la vesania y la exclusión programada desde un poder totalitario no pasan factura en el imaginario colectivo. Aún hoy, con un recorrido de varias generaciones crecidas en democracia, el 63,7 % de los españoles dice sentir indiferencia hacia la figura de Franco mientras entre los que piensan que queda mucha o alguna influencia del franquismo se alcanza el 72 %. ¿Cómo ser ciudadanos ciertos mostrándose indiferentes ante la barbarie ? ¿Puede prosperar sin grave patología una sociedad democrática que se reconoce en la huella visible y percutente de la tiranía ?
Seguramente seríamos tildados de lunáticos y trastornados si osáramos imaginar hoy una Alemania regida por alguien designado directamente por Hitler, donde sus jerarcas tuvieran su homenaje constante en ciudades y pueblos en forma de estatuas y calles, con fundaciones nazis pagadas con dinero público para preservar la ideología que perpetró el holocausto, y una Iglesia celebrando misas en memoria del genocida. Pero lo que para la nación germana es sencillamente delirante, en la España del 2005 es parte de una realidad. Con una diferencia, mientras en sus orígenes el que luego sería uno de los mayores criminales de la historia llegó al poder por métodos formalmente democráticos, la partida de nacimiento política de Franco fue un cruento golpe de Estado militar contra la democracia española que duró sin desfallecimiento 40 años.
Pero de eso nadie quiere hablar y menos repensarlo. Se da por buena la efeméride del 20-N a beneficio de nostálgicos sin preguntarse cómo es posible que estos lodos procedan de aquella siniestra galerna. E igual que entonces, existe una complicidad en buena parte de la sociedad establecida para no hurgar en los fundamentos de nuestro lustroso presente. Nadie en su sano juicio cuestiona esas brillantes carreras democráticas que se hicieron a la vera del dictador. Quizás por eso los domingos siguen teniendo ese aire rancio y aburrido de misa de doce, vermut de grifo, mano de mús y partido de fútbol, tan decadentemente franquista.
La pregunta es cómo ha sido posible un sistema tan abyecto, que ha permitido que aquellos que más sirvieron y apoyaron a la dictadura hayan aparecido luego como paladines de la democracia. Porque ya no sirven las salidas piadosas que compensen nuestras propias miserias y carencias. La explicación no puedes ser otra sino que en realidad el franquismo, mal que bien, se anticipó a su tiempo y cuando llegó una democracia sin valores, con una férrea separación entre ética y política, el sistema lo único que hizo fue prolongarse por encima de sus fundadores. El modelo de sociedad que diseñara Maquiavelo (el de El Príncipe no el de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio), basado en el ejercicio tautológico del Poder por el Poder, sin el balbuceo de referentes morales que acompañó a la añeja “razón de Estado”, tenía en Franco un párvulo disciplinado, en su sucesor a título de Rey un licenciado aprovechada y en la economía de consumo que terminó inundándolo todo su arquetipo global. Así, el pasado ha terminando alcanzándonos. Vivimos en la sociedad de cuanto peor mejor. Un sistema capitalista-leninista que condena la virtud, la dignidad y la decencia y premia el atropello, la mentira y la impostura. El signo de estos tiempos es un desarrollo sin bienestar, una seguridad caníbal, una libertad bunkerizada. Si las empresas destruyen empleo, prosperan. Si los suburbios se rebelan, Sarkozy barre en popularidad. ¿Por qué extrañarnos entonces de que el gobierno de Estados Unidos cree un nuevo gulag en su zona de influencia, manteniendo cárceles aéreas y empleando bombas fósforo en sus acciones militares en Irak al mismo tiempo que se publicita como la primera democracia del mundo ? Hace precisamente 30 años más o menos, otros caudillos como Videla y Pinochet, ya ensayaron esos mismos métodos en Argentina y Chile, con vuelos de la muerte y sumideros de seres humanos, sin que la comunidad internacional exigiera otro Nuremberg.
La vigencia del 20-N radica en su uso precursor de un Poder sin ética, que ha convertido a los ciudadanos en autista peonada sólo apta para la obediencia y el consumo. Aunque no conviene cargar las tintas. Como en casi todo en esta vida, aquí también hay briznas de racionalidad que permiten siquiera musitar el “sin embargo, se mueve”. Otras encuestas parecen indicar que el sentimiento republicano crece exponencialmente entre la juventud española. Lo que una vez más confirmaría que la única reforma real del sistema procede siempre de los antisistema.
Fuente: Rafael Cid