Artículo de opinión de Antonio Pérez Collado.

Hubo voces, documentadas y generosas, que pronosticaron que de la crisis causada por la Covid 19 la humanidad saldría mucho más responsable, solidaria y comprometida. Argumentaba con toda la razón este sector de estudiosos que la pandemia y las duras medidas que se impusieron debían obligarnos a tomar conciencia de nuestra fragilidad y de los graves riesgos para la vida que implica el alto nivel de globalización y destrucción que ha alcanzado el sistema capitalista.

Se habló de que tendríamos que replantearnos nuestros hábitos de consumo, el turismo de masas, la agricultura y la ganadería intensivas, el crecimiento ilimitado, la deslocalización de la producción, el cambio climático y otras atrocidades infligidas a nuestro planeta, al medio ambiente y a la propia especie humana.

Todavía está lejos de superarse totalmente la pandemia, que sigue segando vidas a pesar de su práctica desaparición en los medios, pero ya podemos observar atónitos como la sociedad sale de las restricciones sin apenas gestos de contrición y con renovadas ansias de comprar, viajar y divertirse a tope.

Lejos de haber aprendido la lección magistral que la pandemia nos ha dado, la inmensa mayoría olvida las reflexiones hechas cuando vivíamos con el miedo metido en el cuerpo y caminábamos pensativos detrás de nuestra mascarilla. Lo primero que hicimos fue llenar las terrazas de los bares, con una alegría y una intensidad a duras penas reprimidas durante el tiempo de confinamiento; luego vinieron los puentes y vacaciones con todas las reservas hoteleras ocupadas, las largas colas en los aeropuertos y la intensificación de vuelos y cruceros. En fin, que todo volvía a estar como el virus nos obligó a dejarlo dos años atrás.

Pero no son solo el consumo familiar y turismo playero los que muestran síntomas de volver a las andadas, sino que desde gobiernos y empresas se sigue apostando por proyectos que ratifican nuestro camino hacia la catástrofe ecológica de la que ya se ven algunas señales. El crecimiento ilimitado -bien es cierto que con pinceladas verdes, como los carriles bici o las campañas sobre reciclaje- nos lleva inexorablemente al agotamiento de materias primas y recursos naturales, al tiempo que situará al planeta en un cambio climático irreversible.

Seguir levantando instalaciones industriales, aunque se les dote de placas solares en su enormes cubiertas, y favoreciendo el transporte privado, incluso apostando por el coche eléctrico, es todo lo contrario a lo que expertos y grupos naturistas vienen recomendando sin éxito desde que la Tierra manifestara síntomas de sus alarmantes dolencias.

Pero por más que insistan en los muchos empleos y el prometedor futuro que nos traerán la fábrica de baterías de Sagunto o la concesión del coche eléctrico a la Ford de Almussafes, por poner los ejemplos más alabados, lo cierto es que tales proyectos no hacen otra cosa que ratificar la apuesta por este fracasado modelo económico.

Basándonos en experiencias anteriores se puede aventurar que los empleos creados no serán tantos como los prometidos y su calidad dejará mucho que desear. Lo que sí parece que está garantizado es que surgirán grandes oportunidades de negocio (para grandes negociantes, claro) en forma de nuevos centros de logística, Corredor Mediterráneo, más anchas carreteras, ampliación del puerto de Valencia, edificios de oficinas, hoteles, etc.

Mientras tanto se siguen cerrando líneas del ferrocarril tradicional y provocando el vaciado de pueblos y el abandono de campos de cultivo. Todo la cual nos lleva, nos ha llevado ya, a perder nuestras formas de producción tradicionales y a tener que importar incluso artículos de los que nuestro país era excedentario. Pero no ocurre únicamente en los productos alimenticios, ya que los pequeños sectores industriales y artesanales (mueble, juguete, textil, calzado, etc.) también han sucumbido frente a la desleal competencia de grandes empresas importadoras.

En definitiva podría concluirse que no hay voluntad de cambio y que vamos inconscientemente hacia crisis cada vez más frecuentes y graves; salvo que la sociedad se decida a intervenir en los problemas que le afectan. Nos han situado ante un trascendental dilema: decrecimiento o barbarie.

 

 


Fuente: Antonio Pérez Collado