Celosos como pocos de sus derechos adquiridos, los sacerdotes que custodian y celebran sus ritos en el Santo Sepulcro de Jerusalén han escalado hoy un peldaño más en sus eternas disputas. Clérigos greco-ortodoxos y armenios se han enzarzado a golpes a la misma puerta del lugar en el que la tradición sitúa la tumba de Cristo. Una refriega a puñetazos que se ha saldado con dos monjes detenidos por la policía israelí, que se los ha llevado esposados.
Celebraban los devotos de la confesión armenia -una de las seis con presencia en el lugar más conmovedor de la cristiandad- la fiesta que conmemora el hallazgo en el siglo IV de la cruz en la que se cree que Jesús fue crucificado. Los religiosos greco-ortodoxos exigieron la presencia de uno de sus sacerdotes en el interior del Edículo, el minúsculo templo que contiene la tumba de Cristo. Los armenios, que se disponían a iniciar su procesión, se negaron. Los greco-ortodoxos, a menudo rudos en el manejo de las muchedumbres que visitan el sepulcro, bloquearon la procesión. Y se armó el tumulto. Los monjes a puñetazo limpio eran perseguidos por policías israelíes que han entrado en el recinto con fusiles de asalto.
El padre Pakrat, del Patriarcado Armenio, ha asegurado que la petición greco-ortodoxa contravenía el status quo y los pactos que regulan la gestión del templo. Y ha añadido que sus rivales les atacaron primero. El arzobispo Aristarcos, prominente representante del Patriarcado Greco-Ortodoxo ha lamentado que la pelea estallar en semejante lugar y niega haber iniciado la reyerta.
Las comunidades cristianas en los templos de Tierra Santa llevan sus disputas hasta límites grotescos. Han brotado trifulcas porque la sombra de una talla religiosa invadía el espacio asignado a otra confesión o porque uno de los clérigos fregaba baldosas más allá del espacio acordado. Los delicados acuerdos para el reparto del templo son fuente constante de controversia. Se necesita el consenso de todas las confesiones para el más mínimo cambio en el interior del templo, para cualquier obra por insignificante que sea. En la fachada de la Iglesia del Santo Sepulcro se puede observar hoy día una escalera de madera. Lleva siglo y medio en ese lugar. Son incapaces de ponerse de acuerdo sobre quién ostenta la autoridad para retirarla. No tendrían mayor relevancia estas discusiones si no fuera porque el paso del tiempo propicia riesgos evidentes y muy serios.
Por ejemplo, las discrepancias sobre entre los cristianos etíopes y los coptos impiden remodelar el techo de una iglesia adyacente al Santo Sepulcro. Los ingenieros advierten de que existe amenaza de ruina. Parece no importarles a sus custodios. Como si prefirieran hundirse todos juntos antes que ceder un ápice. Es esa amarga rivalidad la que refuerza una tradición peculiar : son dos familias musulmanas de Jerusalén las encargadas de guardar las llaves de la puerta de la iglesia. Cada día, de madrugada, se encargan de abrir la vetusta puerta.
Fuente: JUAN MIGUEL MUÑOZ | EL PAIS