El CIRA, Centro Internacional de Investigaciones sobre el Anarquismo, de
Lausana (Suiza) es una mina de oro. Se pueden descubrir textos (gracias a
M. Morton y a Marianne Enckell) como el siguiente:El 9 de noviembre de 1965, hacia las 17 horas, en la central eléctrica Sir
Adam Beck número 2 de Queenston, en Ontario, un pequeño corte eléctrico
puso fuera de servicio una sexta parte del territorio de los Estados
Unidos. Y dos Estados de Canadá, es decir, unos treinta millones de
personas, durante un tiempo que fue desde quince minutos a trece horas.
Podemos agradecer ese pequeño fallo eléctrico porque, al sumergir a la
costa Este en la oscuridad, sacó a la luz excelentes principios
anarquistas : la descentralización, la ayuda mutua, la acción directa, etc.En cuanto se pudieron reunir, a pesar de la oscuridad, el presidente
Johnson, el gobernador del Estado de Nueva York y el alcalde, declararon
estar en contra de las averías eléctricas. Ordenaron al FBI y a otros una
investigación. La conclusión sería la de la comisión federal de la
electricidad, que observó con gravedad que el incidente «no se habría
producido si el funcionamiento de las redes eléctricas hubiera estado
vigilado con mayor atención». Ese informe no se atrevió a pronunciar la
palabra descentralización. Pero hubo de recomendar fuentes autónomas de
corriente para los aeropuertos, los puentes, túneles, y recordar que en
Boston nadie se vio atrapado en el metro, alimentado por una fuente de
electricidad independiente (en otros términos, descentralizada). Olvidó
los hospitales, y sería el informe de Nueva York el que planteara esa
delicada cuestión.Entre paréntesis, la Estatua de la Libertad, conectada a la red de New
Jersey (descentralizada) permaneció iluminada durante toda la avería : por
una vez, decía la verdad…
El bloqueo de los transportes, por aire o por superficie, planteó los
mayores problemas ; seiscientas estaciones de metro bloqueadas, varios
cientos de pasajeros atrapados durante ocho horas, y sesenta de ellos,
catorce horas. Incluso aquí, lo principal fue la solidaridad. Una mujer
que se había pasado allí seis horas, declaró : «Jamás habría pensado que
los neoyorkinos pudieran ser así. Parecían liberados de toda ira». En un
vagón, alguién dirigía un coro de calipso y palmas. Cuando llegó el
conductor para sacarlos, las parejas estaban bailando. Nada de pánico.Otra mujer dijo : «Nuestro conductor aparecía de vez en cuando para
preguntar ¿qué tal va todo ?, y nosotros respondíamos ¡muy bien ! No
estábamos nada preocupados».
Algunos espabilados lograron saltar para
buscar las salidas de emergencia, pero volvían para guíar a sus compañeros de infortunio. Además, unos distraían a los otros ; un tenor por aquí, un
intérprete de armónica por allá, e incluso un gaitero. Menudos cantos de
coro había. Se intercambiaba lo que se tenía para comer en los bolsillos,
cacahuetes, caramelos, galletas o aspirinas. Un vagón repartió bollos y
salchichón, difíciles de cortar con un abrecartas. A medianoche, la
dirección del metro mandó llevar comida a los que aún no habían sido
evacuados. Los empleados vieron a los pasajeros durmiendo unos en brazos
de otros : no se conocían cinco horas antes. Y ningún policía a la vista…Durante ese tiempo, los pobres que quedaron atrapados en ascensores, nada
menos que 96 en el del Empire State Building, soportaron su suerte con la
misma tranquilidad.
En el edificio de la RCA, un señor enseñaba posturas
de yoga. Cuando los bomberos conseguían llegar a un ascensor, su primera
pregunta era : «¿Hay alguna mujer embarazada ?» No sabemos el número de
veces que se les respondía : «No tan deprisa, nos acabamos de conocer».En superficie, hubo tanta solidaridad y cooperación como bajo tierra. De
los 4.000 autobuses de Nueva York, circulaban 3.500, pero eso no era
suficiente en absoluto. Miles de personas hicieron auto-stop y fueron
llevadas por perfectos desconocidos. Las colas de las paradas de autobuses
se organizaron sin empujones, y sin aprovechar la confusión para colarse
sin pagar. Ahora bien, habría sido demasidado pedir a los que iban sobre
los parachoques que pagaran también…En Nueva York se podría pensar que toda la ciudad estaba leyendo El apoyo
mutuo de Kropotkin cuando se produjo la avería. Nueva York está
considerada como la ciudad más dura y egoísta del mundo.
Y la avería se
produjo en la hora punta, y había 800.000 personas esperando el metro, y
100.000 en las estaciones de tren, y no se sabe cuántas en los pisos
superiores de los rascacielos, y no se sabe cuántas en los ascensores. No
hubo ningún crimen ni robo, si bien los policías estaban muy ocupados
tratando de salvar a las personas en peligro y de atender a las urgencias.
5.000 de ellos acudieron a trabajar estando de permiso, al igual que 7.000
bomberos.También es cierto que algunos actuaron como buenos capitalistas y
vendieron bombillas a un dólar la unidad, una carrera de taxi a cincuenta
dólares, una linterna eléctrica a cien dólares… Pero también podemos
hablar de esa criada negra que llevó con su linterna a un abogado hasta su
puerta, en el piso décimo (el ascensor no funcionaba), y le dio dos
bombillas, rechazando la propina de cinco dólares diciendo : «Está bien
así, cariño, esta noche nos ayudamos todos».O esa mujer ciega, para la que, evidentemente, la falta de luz no cambiaba
nada, que guió a los pasajeros de seis estaciones de metro completamente
oscuro.Los voluntarios regulaban la circulación con sus linternas de bolsillo y
sus pañuelos. Los que tenían transistores (y pilas suficientes) se
pusieron a escuchar las noticias para compartirlas con los demás.
Las colas en las cabinas telefónicas estaban tranquilas, y también los restaurantes y los cafés.Un niña declaró a un periodista : «Debería pasar esto más a menudo. Todo el
mundo es más simpático. No es una gran ciudad, cada uno a lo suyo sin
pararse a charlar». La revista Time habló de «espíritu de camaradería y de
alegría, nacido de la crisis», y la opinión general fue que «la gente sacó
lo mejor de sí misma».Evidentemente, en nuestro tipo de sociedad, «la gente» no puede sino dar
lo peor de sí misma.
Por eso, la ausencia de esa sociedad -recordemos que
el Estado había prácticamente desaparecido- permitió a todos actuar con
naturalidad y ser libres.Bien es verdad que no todo fue maravilloso y luminoso en la oscuridad. Se
rompieron unos cien cristales de ventanas, y se detuvo a unos cuarenta
ladrones (algunos de uniforme). Sólo se asaltó una docena de tiendas, en
una ciudad de ocho millones de habitantes en aquella época.En un período de dieciséis horas normal, se detiene de media en Nueva York
a 380 personas por robo, infracción o violencia. En esta ocasión fueron
65.Los semáforos se pararon todos. Sólo hubo 33 accidentes de coche con heridos.
Si algunos seres humanos se comportaron como capitalistas, hubo muchos más
capitalistas que se comportaron como seres humanos. Los grandes almacenes
abrieron sus puertas, sobre todo los de la zona más afectada (con desayuno
por la mañana).
Un comerciante ofreció caviar y café a quinientas
personas. Un almacén dispuso dos autobuses para llevar a sus clientes a
sus casas y pidió a sus empleados que hicieran una cadena para que no se
perdieran en la oscuridad. Hicieron la ronda, lo que resultó de lo más
curioso.En el puerto, los barcos bajaron sus pasarelas y alojaron a 400 personas
en sus camarotes de lujo. Los cuarteles, las terminales aéreas, las
iglesias, las estaciones y algunas peluquerías de cómodos sillones
abrieron sus puertas.A propósito de iglesias, los cientos de personas que dormían sobre los
duros bancos de la catedral de San Patricio descubrieron que allí no había
baño. Después de ochenta años, se envían fieles y visitantes «al hotel de
enfrente, lo que demuestra que el buen dios está en la mierda». Increíble
pero cierto, varios hospitales que no disponían de generadores se pusieron
automáticamente en situación de alerta ; treinta voluntarios pasaron la
noche haciendo funcionar a mano los pulmones de acero.
Kropotkin escribió : «No tenemos miedo de decir : haz lo que quieras, como
quieras ; porque estamos convencidos de que la mayoría de la humanidad
sabrá siempre comportarse y actuar de una manera útil para la sociedad en
cuanto se haya liberado de sus actuales trabas».Y John Hewetson : «Lejos de reclamar una autoridad coercitiva que los
fuerce a actuar en pro del bien común, los humanos se comportan de manera
social porque la sociedad es un instinto que han heredado de sus más
lejanos antepasados en la cadena evolutiva… Sin esta tendencia natural al
apoyo mutuo, los humanos no habrían podido sobrevivir en su lucha por la
vida».
Tras el suceso, los policías felicitaron a sus conciudadanos por su
«espléndido comportamiento», sin darse cuenta de que, en primer lugar, sus
felicitaciones resultaban condescendientes, y segundo, que ese espléndido
comportamiento demuestra la inutilidad de la policía.Porque ese corte de corriente eléctrica fue casi un vacación del poder ;
durante algunas horas, en Nueva York se llegó a la anarquía más auténtica
que ninguno de nosotros tendrá la suerte de conocer jamás.
Nestor Potkine
(Le Monde libertaire)
Tierra y libertad