"Mi padre me decía : "’No te vuelvas a meter en la fábrica’. Sabía el trato que dan las multinacionales. Le hice caso y aquí estoy, en esta papelería". Emiliano Jiménez, de 40 años, llevaba 15 trabajando en el sector de la automoción y, junto a su amigo Antonio, ha sido capaz de reinventarse a sí mismo. Despedidos en 2007 por el "cierre" de SAS, que fabricaba en Abrera salpicaderos para Seat, los dos amigos y ex miembros del comité de empresa por la CGT se lanzaron a la aventura y, tras capitalizar el paro, se quedaron hace un año con una papelería de Abrera que estaba en traspaso.

«Mi padre me decía : «’No te vuelvas a meter en la fábrica’. Sabía el trato
que dan las multinacionales. Le hice caso y aquí estoy, en esta
papelería». Emiliano Jiménez, de 40 años, llevaba 15 trabajando en el
sector de la automoción y, junto a su amigo Antonio, ha sido capaz de
reinventarse a sí mismo. Despedidos en 2007 por el «cierre» de SAS, que
fabricaba en Abrera salpicaderos para Seat, los dos amigos y ex miembros
del comité de empresa por la CGT se lanzaron a la aventura y, tras
capitalizar el paro, se quedaron hace un año con una papelería de Abrera
que estaba en traspaso.

Fue el final de una tortura y la apuesta por la librería llegó como caída
del cielo. Quizá fue una conjunción astral porque se alinearon tres
factores : los dos amigos habían escrito en la en la revista del sindicato
El abrevadero ; habían hecho un curso de artes gráficas del Inem y no
querían volver a la automoción. «Teníamos ofertas para trabajar por 600
euros pero nos negábamos a eso», recuerdan. Y, de la noche a la mañana,
tras invertir la indemnización, se vieron pintando las paredes de color
naranja y poniendo estanterías.

Los dos amigos capitalizaron el paro (unos 30.000 euros) y se pusieron
detrás del mostrador en septiembre, cuando empezaba el colegio. Y ahora la
papeleria rezuma vida con las mochilas, chuches, libretas y cuentos. «No
hemos tenido complejos en preguntar, porque partíamos de cero. Si nos
piden un libro o una pluma es un reto», cuentan relatando que en Sant
Jordi vendieron 300 libros en un tenderete. El negocio va -abren cada día
por la prensa- y sólo echan de menos de su otra vida, la complicidad con
los otros compañeros porque de los dolores de espalda y muñecas o la
monotonía de la cadena de producción ni se acuerdan. «Ya quería cambiar de
empleo y me veía en una biblioteca, rodeado de libros», dice satisfecho
Emiliano. «Hay muchas cosas que me pueden quitar la sonrisa, pero no una
multinacional».


Fuente: Fuente : El País