Artículo de opinión de Rafael Cid
Hay una postverdad oficial y recurrente. La de los de arriba, la de los propagandistas. Grandes corporaciones o Estados que fabrican opinión a su favor o en contra de sus adversarios sin importar que sean meros bulos bien diseñados. Contra eso estamos más o menos vacunados. De toda la vida los poderosos han apañado la desinformación y la publicidad para engañar a la gente. Se trata de que consumamos, votemos y paguemos los impuestos sin rechistas. En la lógica de la servidumbre voluntaria. No ocurre igual cuando la postverdad viene de abajo, de “uno de los nuestros”, de la “casa común”.
Hay una postverdad oficial y recurrente. La de los de arriba, la de los propagandistas. Grandes corporaciones o Estados que fabrican opinión a su favor o en contra de sus adversarios sin importar que sean meros bulos bien diseñados. Contra eso estamos más o menos vacunados. De toda la vida los poderosos han apañado la desinformación y la publicidad para engañar a la gente. Se trata de que consumamos, votemos y paguemos los impuestos sin rechistas. En la lógica de la servidumbre voluntaria. No ocurre igual cuando la postverdad viene de abajo, de “uno de los nuestros”, de la “casa común”. Entonces lo normal suele ser tirar balones fuera, mirar para otro lado, por aquella bobada de no hacer el juego al enemigo. Estúpida consigna utilizada para encubrir ese estado de gracia sin fecha de caducidad que parece acompañar a la sedicente izquierda. Sobre todo activada cuando la pillan con el carrito de los helados. Términos como “intoxicación” y expresiones del tipo “campaña de desprestigio” son algunos de los reclamos manejados para quitarse de encima el marrón y seguir como si tal cosa. Si no se echa mano de la burda comparación (“y ellos más”) para zanjar la conversación cuando los hechos son tozudos. Antiguamente a esto lo llamaban agitprop
Es lo que acaba de ocurrir con la “exclusiva” sobre el nuevo hogar de la pareja Iglesias-Montero, un casoplón de 268 metros de superficie situado una de las zonas exclusivas de la sierra madrileña, que soporta una hipoteca bancaria de casi 540.000 euros a pagar en 30 años a un interés muy ventajoso (la media actual en España es de 120.000 euros en 24 años). La noticia solo sería un cotilleo más del capítulo de ecos de sociedad y del amarillismo periodístico sino fuera por la trascendencia pública de sus titulares, el secretario general y la portavoz parlamentaria de Podemos, el partido anticasta por excelencia. La tribuna de los más desfavorecidos, los jóvenes pillados en la burbuja del ladrillo (“casas sin gente, gente sin casas”), los activistas de la Plataforma de Afectados por las Hipoteca (PAH) o los damnificados de las preferentes por la codicia de las entidades financieras. A todo eso y aledaños los dirigentes podemitas acaban de decirles “no os representamos”. Han pasado a formar parte de esa selecta jet society que tiene la inmensa fortuna, en solo cuatro años de ejercicio político, de brincar de un vivir de alquiler en un modesto piso de Vallecas a instalarse en una espléndida finca con piscina, casa de invitados y zona de confort de 2.000 metros cuadrados. Eso sí, “para vivir, no para especular”.
Dinero público a cuatro manos (en mayor medida) con rendimientos que ya quisiera para sí uno de esos tahúres de los negocios buitres que Robespierre-Iglesias suele tirotear en momentos de exaltación vindicativa. Por más que algunos de los voceros de Podemos sostengan que no hay que sacar las cosas de quicio. Como el secretario de Organización Pablo Echenique (“es lo normal, lo que muchas familias han hecho”), multado por la Inspección de Trabajo y Seguridad por tener un asistente personal sin contrato (bien como asalariado o como autónomo). O Juan Carlos Monedero, que tira de ironía victimista: “Los insensatos van a pagar de por vida una letra de 500 euros en vez de haberse ido de alquiler a pagar 1.000. Malditos rojos que no viven debajo de un puente. Terminarán por querer estudiar en la universidad”. Trola piadosa que su amigo Pablo se ha encargado de desmentir a renglón seguido. Los jefes de Podemos tienen que acoquinar 1.600 euros mensuales de hipoteca, dos veces el salario mínimo y casi tres de la pensión media de jubilación. Tonterías, ni media, Monedero.
Claro que al pintoresco fundador de Podemos, ahora en la reserva táctica, también le parecía lógico tener una mercantil para facturar trabajos a gobiernos latinoamericanos sin tributar por IRPF (lo hizo por sociedades, como todos los linces del escaqueo) y de paso infringir la Ley de Incompatibilidades que rige en la Universidad donde profesa. Lo que le valió una multa de Hacienda de 200.000 euros y una suspensión de empleo y sueldo de 6 meses por la Complutense. ¿Anécdota o categoría? Lo primero, claro, si fuera un caso aislado, o dos. Una golondrina no hace verano. Pero es mucho más delicado si los signos de desfachatez e impostura (ande yo caliente…) pasan a formar parte del paisaje cotidiano de la marca Podemos. En esa saga tenemos el antecedente de Tania Sánchez, tercera en discordia del ticket de Podemos para la Comunidad. Que siendo concejala de Rivas por IU otorgaba importantes y reiteradas subvenciones a empresas de su hermano, sin al parecer saberlo, aunque la familia Sánchez solía verse todos los días a la hora del almuerzo. O el caso de Íñigo Errejón, cabeza de lista en la misma candidatura que hoy ya habla de entenderse con “el Ibex 35” de Rivera, y su contrato de investigación de la universidad de Málaga para realizar un estudio sobre la vivienda en Andalucía, con privilegios similares a los del master-full de Cifuentes. También está la inaudita pantomima del ex Jefe del Estado Mayor de la Defensa, Julio Rodríguez, el mando militar que tras ser fichado por el pablismo declamaba sentirse antimilitarista y pacifista.
Actitudes todas ellas que crean tendencia. Y ahí precisamente es donde la cuestión adquiere una dimensión política relevante. Descartado el eje derecha-izquierda, que aunque cada vez más difuminado aún servía para diferenciar clases, actitudes, sensibilidades y mentalidades en conflicto, se ha instalado como “nueva política” el trágala mecanicista arriba-abajo, cuyo objetivo-diana es alcanzar el poder sin mirar a quien. Eso significa descartar la coherencia democrática y la ética política como valores. Imponiendo de paso el mensaje populista de una deshumanización cuyos estragos son las cada vez más variadas y letales formas de corrupción.
Basta ver al propio Pablo Iglesias haciendo compatible (es legal porque el Congreso lo permite) su función como representante político de izquierdas con producir, dirigir y presentar un programa de entrevistas en un emisora televisa patrocinada por el régimen de Irán, un Estado teocrático, sanguinario y homófobo, continuamente denunciado por Amnistía Internacional por la bárbara represión a mujeres transgresoras y homosexuales (ejecuciones en público, torturas, mutilaciones y flagelaciones como prácticas represivas regladas). O el caso paradigmático de los liberados de CCOO y UGT rodeando el Banco de España en demanda de mejores jubilaciones sin importar un ápice que hayan sido precisamente sus respectivos sindicatos los primeros que pactaron con la patronal y el gobierno de Zapatero la contrarreforma estructural del sistema público de pensiones (aparte de ofrecer ellos mismos planes privados asociados con la banca). Todo vale, todo se aprovecha, de un cuerno se hace una percha.
Lo grave es que aparte de empezar a ser tendencia, la “nueva política” de deshumanizar al contrario (da lo mismo que sea a nivel político que a nivel de raza, género, clase o religión) se está convirtiendo en trending topic mundial. La prueba está en esa política oxímoron que comienza a practicarse como alternativa al justo derrumbe del bipartidismo socio-liberal que derivó la crisis sobre las espaldas de los ciudadanos. La fórmula que garantiza tomar el poder consiste en matrimoniarse con el enemigo ideológico de siempre en régimen de gananciales. Lo vimos de forma pionera en el gobierno griego de Siryza, una coalición radical de izquierda, aliándose con el partido ultranacionalista y xenófobo Griegos Independientes. Pero entonces, como el actor principal era “uno de los nuestros”, se pusieron paños calientes y se ahogaron las críticas con el consabido mantra de que se hacía el juego al enemigo. Pero ahora ya no se puede pasar por alto, porque acaba de producirse en Italia, la tercera economía europea, con el amancebamiento entre el Movimiento 5 Estrellas, de estirpe antisistema de izquierdas, y la Liga, un referente del populismo postfascista. Antes de tomar el poder, sus líderes Luigi Di Maio y Matteo Salvini se lo han repartido a tramos en su programa de gobierno. El M5E aporta a la boda la parte populista progre (renta básica de ciudadana y tarifa plana fiscal), y la Liga la populista retro de los “italianos primero” (acabar con lo que llaman “el negocio de la inmigración” de las ONG, incluso repatriando en masa a los inmigrantes). Los dos amenazan con salirse de la eurozona y coinciden en levantar las sanciones a la Rusia de Putin por anexionarse militarmente Crimea. La deshumanización del adversario puede producir monstruos y hace extraños compañeros de viaje. Ahora hace ochenta años en que Stalin y Hitler, enfrentados ideológicamente hasta las cachas pero con una misma visión sobre la “nueva política”, cruzaban plenipotenciarios para pocos meses después desencadenar la Segunda Guerra Mundial contra el decadente orbe capitalista. No hay estética sin ética.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid