Lo que sigue son los párrafos finales del artículo «El anarcosindicalismo frente al reto de su necesaria transformación», que bajo el título"Profundizar en la hibridación" se publican en la Ideas del Rojo y Negro 248 de julio-agosto 2011.
El artículo completo puede leerse en el Libre Pensamiento, N° 67, primavera 2011, pp. 14-21. Pdf para descargar en adjunto.
Profundizar en la hibridación
Nuestra prioridad debe ser la de conectar con las exigencias del presente y anticipar el futuro, pero resulta que la memoria de las luchas pasadas aporta a veces valiosos elementos para vislumbrar los caminos a seguir, y en el caso del anarcosindicalismo esto es efectivamente así.
Profundizar en la hibridación
Nuestra prioridad debe ser la de conectar con las exigencias del presente y anticipar el futuro, pero resulta que la memoria de las luchas pasadas aporta a veces valiosos elementos para vislumbrar los caminos a seguir, y en el caso del anarcosindicalismo esto es efectivamente así. Lo es porque resulta que las nuevas condiciones sociales requieren unas formas de lucha cuyas características ya se perfilaban en ese anarcosindicalismo de las primeras décadas del siglo XX que siempre desbordó la esfera estrictamente laboral y que supo efectuar una hibridación entre la acción social y la acción sindical.
La diferencia es que esa acción social que en el primer tercio del siglo XX era algo así como un valor añadido que acompañaba una acción predominantemente sindical se perfila hoy como un elemento que está llamado a disolver la propia separación entre ambos tipos de acciones. En efecto, aunque el anarcosindicalismo de los años veinte y treinta comportaba una importante vertiente de acción social, su estructura básica era sin embargo de carácter marcadamente sindical, y es precisamente esa estructura corporativa centrada en el mundo del trabajo la que irá perdiendo sentido en los tiempos futuros.
Por supuesto, el fin del mundo del trabajo no se perfila en ninguno de los escenarios que podamos contemplar y, por lo tanto, seguirá existiendo una conflictividad laboral que deberá ser alimentada y radicalizada por quienes rechazamos la actual configuración de la sociedad. Pero puede que las nuevas características del trabajo y de las condiciones laborales marquen la obsolescencia de la estructura sindical y requieran otras formas de organización que sean transversales en relación con la problemática laboral y con la problemática social, fundiéndolas en un mismo entramado.
No se trata de descuidar los problemas laborales para pensar únicamente en términos de activismo social, al contrario, se trata de avanzar hacia una autentica hibridación donde una misma forma de lucha y una misma forma organizativa abarquen indistintamente ambas problemáticas, realizando su simbiosis.
Podemos encontrar algunas razones que avalan esta línea de pensamiento en el hecho de que la propia expansión del capitalismo en toda la esfera de la vida social tiende a romper la neta separación entre lo laboral y lo social. En efecto, estamos asistiendo desde hace ya bastantes años a un fenómeno de totalización capitalista que extiende la lógica del mercado y del beneficio económico a todos los aspectos de la existencia humana, infiltrando y colonizando nuestros deseos, nuestro imaginario, nuestras motivaciones, nuestras relaciones sociales y, en definitiva, nuestro modo de existencia. El capitalismo juega sus cartas simultáneamente en el tablero de lo laboral y en el de lo social, desdibujando cada vez más sus fronteras.
Así, por ejemplo, en la esfera laboral el capitalismo procura sacar provecho de todas las facetas de la persona contratada, no se limita a utilizar sus habilidades técnicas o su fuerza de trabajo, sino que procura movilizar la totalidad de sus recursos, es decir, sus motivaciones, sus deseos, sus angustias, sus recursos cognitivos y sus lazos afectivos para obtener mayores rendimientos. Mientras que, fuera de la esfera propiamente laboral, resulta que son todas las actividades que el trabajador lleva a cabo al margen de su puesto de trabajo las que son instrumentalizadas por el capitalismo para que produzcan beneficios, ya sea en el ámbito de la salud, en el de la educación, en el de los cuidados, en el del ocio, por no mencionar, claro está, la vorágine consumista. No es la economía la que es capitalista es toda la sociedad, y es nuestra propia vida la que se encuentra apresada por su lógica, por sus parámetros y por sus valores.
Ante esta realidad la conclusión parece imponerse con claridad: puesto que el capitalismo trasciende el mundo laboral, desdibuja su especificidad y expande su propia lógica a todo el ámbito de lo social, nuestra lucha contra el capitalismo debe trascender, ella también, el mundo laboral y adoptar unas formas que abarquen la realidad social en toda su extensión.
La necesaria diversificación de los terrenos de intervención de nuestras organizaciones, y la indispensable polivalencia de sus luchas, cobran una relevancia aun mayor cuando observamos la proliferación de las interconexiones que el capitalismo está tejiendo entre los distintos componentes de la realidad social a nivel mundial sin que importen ni las distancias ni los lugares ni los aspectos de la realidad que se ponen en relación. Si todo está cada vez más estrechamente interconectado, si lo global marca las coordenadas de nuestra época tanto en lo económico como en lo político, entonces también hace falta imprimir a nuestro modo de luchar y de organizarnos el sello de una perspectiva global que interconecte los diversos frentes de lucha.
Algunos pasos que se pueden dar en el momento actual
Basta con mirar a nuestro alrededor para ver que por fuera de las estructuras del sindicalismo alternativo y de las minúsculas organizaciones políticas radicales, se está moviendo una rica pluralidad de núcleos activistas que abarca desde movimientos sociales puntuales como durante el periodo de la guerra de Irak, hasta organizaciones ecologistas, parados, colectivos de trabajadores precarios, asociaciones vecinales, núcleos de economía alternativa, cooperativas, asociaciones de emigrados, jóvenes sin vivienda propia, cyberactivistas, prensa, radio y editoriales alternativas, ateneos, asociaciones memorialistas, colectivos que luchan contra las más diversas discriminaciones, centros ocupados etc. etc. El anarcosindicalismo deberá mezclarse con las variadas formas de resistencia que se encuentran esparcidas por todo el tejido social para inventar conjuntamente nuevas formas de lucha.
No resulta fácil vislumbrar cual será el resultado sobre el que desembocará el proceso de hibridación y la forma concreta que esta tomará, pero si se pueden intuir cuales han de ser los pasos que conviene dar para que la hibridación se produzca efectivamente y para que se fragüe la osmosis entre lo laboral y lo social.
Desde luego, esos pasos no van en dirección a construir un cajón de sastre y a abrir la organización anarcosindicalista para que pueda dar cabida hoy a todos los activismos. Por una parte, es obvio que las dificultades para establecer unas estructuras de debate y de decisión que fuesen comunes desembocarían sobre la más absoluta inoperancia. Por otra parte, resulta que la dispersión de los núcleos activistas en tantos lugares del tejido social como sea posible constituye uno de los activos más importantes de las luchas subversivas. Y resulta, además, que las perspectivas de futuro no apuntan hacia una forma de organización que disponga de estructuras fijas y estables, aunque solo sea porque la aceleración del ritmo de los cambios y de los acontecimientos exige una rapidez de adaptación y de reacción que solo pueden proporcionar las redes.
En el momento actual los pasos que conviene dar consisten simplemente en crear las condiciones adecuadas para favorecer el proceso de hibridación. No es suficiente con que los militantes anarcosindicalistas estén presentes, como suele ser frecuente, en las actividades de otros núcleos activistas además de los propiamente sindicales. Se trata de que la organización anarcosindicalista sea, ella misma, un factor de sinergia, de vigorización y de multiplicación de las diversas resistencias, volcando explícitamente sus esfuerzos en la creación de un denso tejido de conexiones con los componentes del espacio alternativo. Se trata de fomentar la interacción, el intercambio, el roce, la producción de pensamiento en común, la confluencia en la acción, la participación en experiencias comunes, multiplicando las ocasiones para compartir solidaridades. En esta línea, como ya lo está haciendo Rojo y Negro, nuestras publicaciones deben cubrir todos los campos de la conflictividad social, dando voz propia a tantos núcleos activistas como sea posible, y nuestras acciones deben desbordar sin reservas el ámbito estrictamente laboral, como ya ocurrió por ejemplo con la reciente huelga del consumo. Pero sería un error garrafal plantear esta apertura sobre el activismo social simplemente como un medio para suscitar simpatías y para atraer militantes que refuercen la incidencia de la organización anarcosindicalista en el mundo del trabajo. Esa apertura debe ser impulsada por su propio valor, porque constituye, en sí misma, una forma de lucha y porque representa una de las condiciones para que el anarcosindicalismo avance hacia su necesaria transformación.
Tomás Ibáñez