Al Estado de Israel cabría adjudicarle en estos momentos el famoso dicho “quien siembra vientos recoge tempestades”. O al menos ese podría ser uno de los muchos análisis posibles del triunfo de la organización armada Hamás en Palestina, arrasando en las urnas a Al Fatat, el interlocutor preferido por Tel Aviv para manejar el contencioso tras descabezarla con el científico asesinato del carismático y corrupto líder Yasir Arafat. Aunque los sicofantes en nómina siempre ponen el grito en el cielo cuando se habla del Estado (terrorista) de Israel, lo cierto es que aún sin ser demasiado agudo en el juicio no cabe atributo menor a la hora de definir el tipo de régimen paramilitar y parateocrático que rige en aquella minúscula parte del mundo (árabe).
Nació con los forces del terrorismo que representaban las acciones armadas e indiscriminadas del Irgun (ejercito secreto) ; siguió con la práctica del ojo por ojo (el cinematográfico Munich es su paradigma) realizando “asesinatos selectivos” sobre sus principales adversarios (Arafat y el jeque Yasin, entre otros miles anónimos), llevó la política de exterminio fuera de sus fronteras sin piedad ni miramientos (bombardeo de presuntas plantas nucleares en Irak, matanzas de civiles en Sabra y Chatila, etc.) e incluso tiene a fama ser la primera “democracia” (tras la hitleriana ; sí, fue también una democracia formal en origen) que admite la tortura como medio de legítima defensa en su arquitectura normativa. Todo ello con el mayoritario autismo del pueblo que sufrió el holocausto.
Sin embargo, eso no parece ser impedimento para que en el concierto mundial, cuya batuta esgrimen sólo los grandes de la baraja, Israel esté considerado como una democracia consolidada e incluso avanzada. Da igual que la percepción que del Estado de Israel tiene buena parte de la opinión pública (no la publicada, claro) vulnere flagrantemente los mínimos requisitos que exige este selecto club de legitimidad de origen y de ejercicio. Es una democracia porque está apoyada por la más grande democracia nominal hoy existente (Estados Unidos con su criminal expolio de Irak, sus Guantámanos como nuevos campos de exterminio y sus Gulags de alquiler en territorios de los nuevos países amigos del Este ex soviético) y basta. Israel es una democracia porque allí hay medios de comunicación y urnas para votar cada equis tiempo a sus representantes. Igual, mutatis mutandis, que ahora sus irreconciliables enemigos de Hamás, una organización terrorista en el vademécum de los jerarcas democráticos que controlan el negocio global de lo políticamente correcto.
Llagados a este punto, y visto que desde el sistema métrico con que se miden Estados, democracias y terrorismo dos más dos son siempre lo que quieran los que mandan, habría que preguntarse cómo se come esto, y sobre todo ver dónde se encuentran las raíces del problema que con tanta saña nos afecta. Para empezar, una constatación a ojo de buen cubero : una organización terrorista hoy puede ser mañana un Estado democrático y a la inversa, un Estado democrático puede derivar en una organización terrorista ; sólo se necesita que ambos se carguen de razón. Luego, cuando hablamos de “Estado” y “terrorismo” trabajamos con elementos contingentes, cuya clave de bóveda, lo que le hace que sea una cosa u otra, es la detentación del “Poder”.
Pongamos ejemplos. El propio Irgun, brazo terrorista del independentismo judío en Palestina, representó la principal cantera de dirigentes demócratas para el Estado de Israel. El terrorista IRA de hace pocos años es hoy la base institucional de un sistema político democrático en Irlanda del Norte. Como ocurrirá antes o después con ETA en España. Pero no se trata de una metamorfosis postmoderna. Desde que la humanidad soporta que unos pocos manden y exploten a los más y una mayoría resista y sufra a los menos, la violencia y el poder son sus señas de identidad de la política realmente existente, salvo los escasos raptos de lucidez que en la historia de los pueblos han sido. No hay casi Estado-nación moderno que escape a esa dialéctica, sea cual fuere su calibre.
El propio régimen español tiene su pilar en un acto de terrorismo como fue el Golpe de Estado militar de Franco y su atroz y premeditada represión posterior. Por no mentar la propia naturaleza de España como unidad territorial, asentada por una feroz guerra de familia en su prólogo y en la limpieza ética de judíos y árabes más tarde (por cierto, el “tormento” que aún hoy aplica legalmente por el Estado de Israel contra sus enemigos fue prohibido en nuestro suelo por la Constitución de Cádiz de 1812, aunque la Inquisición en la práctica todavía perduró). Lo que ocurre es que cuando la resistencia violenta o armada se hace extramuros del Poder se llama “terrorismo” y cuando se ejecuta desde el Estado se denomina “derecho”, y entonces se apoya en teorizaciones que no ocultan el “cainita” que lleva dentro (Max Weber define el Estado como un ente que se afirma en el legítimo uso de la fuerza).
Ese frágil tándem-vaivén, el combinado terrorismo versus democracia, ha saltado hecho en pedazos con el resultado las elecciones (“democráticas”) que han dado la victoria a los hombres de Hamás (“terroristas”) contra todo pronóstico de encuestas, sondeos y comunidad mediática, que como siempre que algo importante está a punto de suceder no sabe ni contesta (porque está en su diario trabajo de desinformación masiva). Los “terroristas” han ganado el poder del Estado en Palestina con el ceremonial democrático. Pero no sólo eso. Además, frente a la machacona doctrina propagada por los muy confesionales Israel y Estados Unidos de Bush, se acaba de demostrar palmariamente que “islamismo” y “democracia” no son operativamente antagónicos y mucho menos incompatibles.
Esta última constatación introduce en el panorama político mundial del capitalismo global un auténtico big-bang geoestratégico. Los obstáculos para impedir el ascenso al Poder por las urnas de los grupos islamistas han fracasado rotundamente. Políticas, dirigidas y controladas por la ideología dominante del occidente capitalista y sus mandarines intelectuales y terminales mediáticas que, ayer frente al GIA en Argelia y hace dos días con los Hermanos Musulmanes en Egipto, legitimaron la violencia terrorista de Estado (“guerra sucia”) frente al “peligro integrista”, con la misma saña que años atrás combatieron el “peligro rojo” las toleradas dictaduras latinoamericanas. Con una sangrante diferencia. Mientras en la época de F. Delano Roosevelt, la administración usamericana reconocía que el carnicero Anastasio Somoza era un “hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, en la actualidad el Tío Sam justifica las razzias de los halcones del gobierno de Israel en el justo marco de colaboración entre Estados democráticos y avanzados.
Visto, pues, la sinfonía de sangre, crueldad y sufrimiento que suele acompañar a ese trío de conveniencia que forman Estado-nación, violencia terrorista e integrismo religioso, lógico sería que indagáramos si precisamente el problema no anida ahí donde la política pervertida de sus verdaderas raíces ha convertido la administración de las cosas en el dominio y explotación de las personas. Y para empezar a desmadejar ese siniestro tobogán de silencio, muerte y desdicha que constituye la realidad cotidiana de tres cuartas partes de la humanidad, bien vendría recordar lo que al respecto de tan antidemocráticas autoridades escribió Miguel Bakunin en su libro Dios y el Estado : “La idea de Dios implica la abdicación de la justicia y de la razón humana ; es la negación más decisiva de la libertad y conduce necesariamente a la esclavitud de la humanidad” y “El estado no es la sociedad, no es más que una forma histórica tan brutal como abstracta”. Concluyamos. Si en su hoja de ruta, “eje del mal” y “eje del bien” coinciden en métodos (terrorismo), medios (Estados) y fines (religión verdadera), lo más probable es que la pobre democracia (en retirada) se esté utilizando como efecto placebo y barragana para institucionalizar urbi et orbi el ayuntamiento entre ambos totalitarismos. Ergo, con estos mimbres, el terrorismo ambiciona el Estado y el Estado se soberaniza en el terror.
(Para quien desea profundizar en la abyección moral de un sistema formado por víctimas y verdugos, en donde las víctimas sobreviven gracias al perdón de sus verdugos, la película Cache de Michael Haneke resulta de visión obligada).
Fuente: Rafael Cid