Artículo de Laura Vicente publicado en El Eje Violeta de Rojo y Negro, nº 346, junio 2020

Sobre Teresa Claramunt he escrito diversos artículos y dos libros1, lo que demuestra el interés que despierta en mí el personaje. No es mi intención detenerme hoy en los aspectos biográficos, que se pueden consultar en los textos citados, sino en la actualidad del legado de esta mujer en el 158 aniversario de su nacimiento (4 de junio de 1862).

Sobre Teresa Claramunt he escrito diversos artículos y dos libros1, lo que demuestra el interés que despierta en mí el personaje. No es mi intención detenerme hoy en los aspectos biográficos, que se pueden consultar en los textos citados, sino en la actualidad del legado de esta mujer en el 158 aniversario de su nacimiento (4 de junio de 1862).
Investigar la biografía de Teresa Claramunt tuvo una influencia decisiva en mi manera de entender la historia a través de dos conceptos que me acompañan desde hace casi veinte años en mi tarea investigadora: la historia-genealogía y la microhistoria. La genealogía abarca el programa de la historia tradicional (sociedad, economía, política, etc.) pero estructura esa materia de otra manera: no se atiene a los siglos, a los pueblos o a las civilizaciones, sino a las prácticas, es decir, a lo que hacen las personas, sin más. La genealogía trata, pues, de la historia de las prácticas (no tanto de las ideas).
La contrahistoria, que rechaza conscientemente la historia como gran relato, se centra en la pequeña historia (o microhistoria) y en la construcción de un relato detallado y significativo sobre la gente común y real. La microhistoria hace referencia a la escala reducida de la observación, a la pasión por el detalle microscópico. La mirada de cerca, por ejemplo a través de la biografía, permite captar algo que escapa a la visión de conjunto, a la llamada gran historia.  
Hace mucho que entiendo la historia como una manera de contemplar nuestro propio tiempo y lugar, nuestros propios autoengaños, nuestro deseo de ignorar lo que está sucediendo. Hoy, más que nunca en nuestras vidas, debido al impacto que está teniendo una inesperada epidemia vírica (el Covid-19), el presente está demasiado perturbado, demasiado fragmentado, es demasiado incoherente a menos que tengamos sentido del pasado.
Por todo ello, no puedo pensar en Teresa Claramunt solo como un personaje histórico que se puede rememorar con nostalgia, por el contrario la percibo como una mujer que sigue teniendo algo que decir en el siglo XXI, su legado es inspirador en la actualidad tanto para el anarquismo como para el feminismo que ella supo unir.
Durante gran parte de su vida quiso mantenerse como una mujer con identidades plurales, fragmentarias, que podían facilitar los compromisos y las luchas múltiples. Fue republicana federal en sus primeros años de juventud y durante un tiempo mantuvo la convivencia de ese republicanismo heredado de su padre con su acercamiento al internacionalismo colectivista. Mientras este anarco-colectivismo abierto se iba asentando en ella, sustituyendo su republicanismo inicial, se mantuvo vinculada a un espacio de intersección de identidades políticas: el movimiento librepensador. En este espacio se movían con comodidad personas que desarrollaban su activismo dentro de la masonería, del espiritismo, del republicanismo, del feminismo o del anarquismo. Por eso, esta activista concibió la anarquía como afirmación de lo múltiple, de la diversidad ilimitada de los seres y de su capacidad para componer un mundo sin jerarquías, sin dominación y sin subordinación.
La actualidad de Claramunt está en su manera de entender el anarquismo: si la opresión brotaba de todos los ámbitos de lo social (no se limitaba solo a la explotación económica) estaba presente en cualquier tipo de institución o situación que supusiera la limitación de la libertad. Por esa razón, además de las luchas sindicales, fue una pionera en luchas en defensa de intereses comunitarios centradas en las condiciones de consumo antes que en las de producción, como fue el caso de la huelga de alquileres en la que participó en la primera década del siglo XX o la lucha contra la carestía de los alimentos en la segunda década. Estas respuestas espontáneas de las mujeres, adoptando la acción directa y tomando como apoyo redes informales de ayuda mutua, no jerarquizadas, fueron menospreciadas en su momento (y la investigación histórica así lo ha hecho también durante mucho tiempo) por no seguir el modelo de lucha organizada protagonizada por los hombres. Estas luchas tienen hoy una gran actualidad.
Desde esta perspectiva, la rebelión fue entendida por Claramunt y otras mujeres como subversión de valores profundos y enraizados en la persona de los que había que deshacerse para lograr la emancipación interior, tan importante como la emancipación económica. Esta era la razón por la que el anarquismo se fijó en aspectos claves de la existencia: alimentación, salud, familia, amor, sexualidad, relación y respeto a la naturaleza, etc.  
Mientras fueron ninguneadas por sus compañeros de ideas, las pioneras, entre las que ocupa un puesto clave Teresa Claramunt, fueron abriendo una brecha por la que construyeron un feminismo que entrecruzó el género y la clase social. Cuestionaron la presunción de que el término mujeres indicara una identidad común ya que cuando se cruzaba con la clase social, marcaba diferencias insalvables entre las mujeres. Al hilo de este feminismo social, distanciado del feminismo sufragista, se ocuparon de temas como la familia, el matrimonio, el amor, la reforma sexual, la educación, la maternidad, la anticoncepción, la prostitución y tantos otros temas2. Todas estas preocupaciones pretendían romper con el destino biológico asignado a las mujeres y cambios sustanciales en los modos de relación entre las personas, además de los cambios políticos y económicos. Reforma sexual, emancipación de las mujeres, relaciones de género igualitarias y antiautoritarias y nueva moral sexual tenían un espacio fundamental en el programa del feminismo anarquista.
El concepto de emancipación humanitaria (no solo de clase) presente en el anarquismo condujo a Claramunt a plantear que la lucha feminista no era contra los hombres sino contra la explotación y la dominación del ser humano, desarrollando un frente común en contra del autoritarismo y las estructuras jerárquicas.
Y por último, Claramunt anticipó lo que hoy llamamos política prefigurativa, es decir, el deber de «ser el cambio» que se quiere para la sociedad, aquí y ahora, sin esperar a llegar a la utopía. Por tanto, el rechazo de que los fines justifican los medios y la afirmación de que en los medios está la revolución.
El sentido del pasado, y ahí está Teresa Claramunt con luz propia, puede ayudar a clarificar, en estos tiempos confusos, el anarcofeminismo del siglo XXI.
Larga vida a tan actual pionera.

NOTAS:
1 En 2006, Teresa Claramunt (1862-1931). Pionera del feminismo obrerista anarquista. Madrid. Fundación Anselmo Lorenzo. Y en 2018, Mujer contra mujer en la Cataluña insurgente. Rafaela Torrents (1838-1909) y Teresa Claramunt (1862-1931). Zaragoza, Comuniter.
2 Algunos de estos temas aparecieron recogidos en su folleto escrito en 1905 y que podemos considerarlo como el auténtico texto fundacional del feminismo anarquista: Teresa Claramunt (2018): La mujer. Consideraciones generales sobre su estado ante las prerrogativas del hombre. Mallorca, Calumnia.
Laura Vicente


Fuente: Rojo y Negro