Hace unos meses tuve la suerte de poder cruzar Bosnia Herzegovina de norte a sur. Un pequeño viaje que me sirvió para captar, de forma muy sintética y parcial, una realidad y unas vivencias que me transportan a lo que se remueve en nuestras tierras. No sufráis, no se trata en estas líneas de sacar del pozo del miedo la balcanización de Cataluña, pronosticada por gurús del rancio nacionalismo españolista.

Quiero reflexionar, negro sobre blanco, sobre discursos actuales que me retrotraen al que se vivió en aquellas tierras y del que sólo nos han explicado una pequeña e interesada parte. Es mi opinión, faltaba más, por lo tanto igual de falsa o manipulada que la de tantos analistas que, sin poner nunca un pie en aquella (y esta) tierra, escupen y escriben.

Quiero reflexionar, negro sobre blanco, sobre discursos actuales que me retrotraen al que se vivió en aquellas tierras y del que sólo nos han explicado una pequeña e interesada parte. Es mi opinión, faltaba más, por lo tanto igual de falsa o manipulada que la de tantos analistas que, sin poner nunca un pie en aquella (y esta) tierra, escupen y escriben.

Para empezar modestamente, solucionemos «el problema del catalán». Quien tiene problemas con el catalán son aquellas personas que no han vivido ni visitado nunca Cataluña, más allá de encontrarse alguna vez a alguien que no tenía ningún interés en comunicarse, cosa bastante infrecuente, por otra parte. Que expliquen a mis padres la imposición del catalán: llevan casi 40 años en Cataluña, y lejos de hablar ninguna palabra en catalán, les cuesta entenderlo. Y no son muy diferentes de muchos inmigrantes que son como ellos, con hijos y nietos que hablamos en catalán en el trabajo, con algunos amigos o al nuevo núcleo familiar de forma natural, como una riqueza más.

Me retrotrae esta afirmación anterior al fenómeno, por ejemplo, de Mostar, capital de Herzegovina y una de las ciudades del mundo con más matrimonios interreligiosos. Antes de la guerra. Vaya, qué capacidad de crear un problema donde no parecía existir.

Coincidiremos en el intento de cambio de régimen político que se está constituyendo, ya no es una quimera o el fruto de una pequeña capa de la sociedad resistente. La cleptocracia pseudodemocràtica mira con estupefacción y rodeada de policía como parte de la sociedad cuestiona, critica y pierde el miedo. Quedan tan pocas cosas que perder …

Esta crisis, que no deja de ser una estafa capitalista más, dentro de los ciclos económicos del sistema, puede ser el acicate para empezar una nueva transformación social. He aquí una de los verdaderos miedos de la derecha, ya sea catalana o española. Aunque han decidido encararla desde acciones diferentes: una parte de la catalana incluida dentro de su discurso, con el ánimo de hacersela suya y continuar de la misma manera, con los mismos negocios. La española, con la negación y el conflicto, tan necesario para estos momentos de desesperación social. No hay nada mejor que un buen enemigo externo para sobrevivir.

¿Es necesario que recuerde que sucedía al inicio de las guerras balcánicas? ¿Os suena un cambio de régimen? ¿Mover conflictos de donde no habían? ¿El ansia de las élites económicas para continuar con el pastel y el de las nuevas oligarquías en conquistarlo? Un modelo de estado nuevo, la reconversión económica para que pierdan los de siempre y ganen los que ya ganaban.

Resuenan tambores de guerra, de forma enterrada y poco vehemente. Pero se nos empieza a avisar, no sólo los elefantes que viven en los cuarteles de las españas, sino los tertulianos y oradores de los mass media, catalanes y españoles, que se atreven a decir sin pudor, por ejemplo, que: «Tenemos por delante un bienio excepcional, dramático, de resistencia casi bélica … » (Joan B. Culla, 20-12-12, diario El País).

Diría que están intentando armar dos sociedades que tienen un mismo enemigo común, el uno por ciento de la cleptocracia política y económica, los mismos que controlan los medios de comunicación y las fuerzas y policías armadas.

Afortunadamente, la realidad siempre es más variada y poliédrica que una simple opinión como ésta, y no hay dos sociedades, sino que somos multitud (a más del 99%). Seguro que sabemos gestionar este cambio de ciclo y modelo sin hacer valer aquella máxima de Paul Valery: «La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen para provecho de gentes que sí se conocen pero que no se masacran».

La cotidianidad, el entendimiento, el contacto directo y tener claro que nos subyugan nos facilitará que no se cumpla ese fenómeno que facilita la generación de la violencia y su manifestación, un hecho que la escritora croata Slavenka Drakulić dejó por escrito en su libro «No matarían ni una mosca»: «Cuando una persona se ve reducida a una abstracción, uno es libre de odiarla porque el obstáculo moral ya ha sido abolido».

No es tiempo de confundirse con las identidades, tan múltiples como válidas, sino de saber dónde estamos social y económicamente. Tenerlo claro es poder defenderse de la malevolencia.

* Toni Álvarez es activista antimilitarista, miembro del Ateneo Libertario Alomà y trabajador de la enseñanza afiliado a la CGT de Tarragona.

http://www.cgtcatalunya.cat/spip.php?article8657


Fuente: Toni Álvarez