Artículo de opinión de Laura Vicente

La crisis del Covid.19 está facilitando un regreso a los análisis y respuestas a la pandemia desde posiciones «neutras», soslayando la perspectiva de género[1], a través de mensajes afirmando que esta crisis nos afecta a todos por igual, que tenemos que luchar unidos, etc. Más negativo si cabe es que en el espacio libertario también se hagan llamamientos a la confluencia anticapitalista buscando una añorada unidad de «sujeto» único en el camino de la transformación social.

La crisis del Covid.19 está facilitando un regreso a los análisis y respuestas a la pandemia desde posiciones «neutras», soslayando la perspectiva de género[1], a través de mensajes afirmando que esta crisis nos afecta a todos por igual, que tenemos que luchar unidos, etc. Más negativo si cabe es que en el espacio libertario también se hagan llamamientos a la confluencia anticapitalista buscando una añorada unidad de «sujeto» único en el camino de la transformación social.

Los feminismos hace mucho que criticaron la concepción unitaria, hegemónica y de motor de la historia del «sujeto Hombre» (en mayúscula por su equivalencia con lo Uno) y de su pretendida universalidad, que ha privilegiado lo masculino. La soberanía humanista clásica declaró al Hombre como medida de todas las cosas, olvidando el sexismo (y otras formas de dominación) que implicaba dicha postura.  El poder de imponer a las personas representaciones de sí mismas o de «otros» en su nombre, tiene un contenido opresor que nos ha costado mucho tiempo ver y cuestionar. No podemos retroceder en este terreno.

Como decía, esta época mediatizada por el Covid.19 nos está mostrando cómo, una vez más, no se tienen en cuenta los impactos de género que provoca la enfermedad. Si no logramos analizar esta pandemia desde la perspectiva de género pueden agravarse las desigualdades preexistentes, se pueden ampliar brechas y reforzar estereotipos y roles de género.

En la línea de subvertir la soberanía del Hombre y adoptar una visión basada en la alteridad, es decir, en los «otros» del sujeto unitario, veamos algunos aspectos invisibilizados de los cuerpos sexualizados de las mujeres[2] cuando se aborda el Covid.19 desde posiciones neutras.

En primer lugar existen diferencias en la mortalidad y vulnerabilidad a la enfermedad entre hombres y mujeres que no se tienen en cuenta. La enfermedad afecta por igual a todas las personas, sin embargo mata más a los hombres (del total de muertos por Covid.19 en mayores de 70 años, el 59 % son hombres). Este dato resulta más sorprendente si pensamos que la población masculina de esta edad apenas representa el 42 % del total. Esta mayor mortalidad está vinculada al hecho de que las enfermedades con más riesgo (enfermedades pulmonares obstructivas, enfermedades cardiovasculares e hipertensión) afectan más a los hombres por causas naturales (factores genéticos y biológicos) y sociales (hábitos de vida).

El Covid.19 manifiesta su impacto con nitidez en la esfera laboral en la que  las mujeres parten de una situación peor que los hombres en el mercado laboral. Las mujeres tienen un mayor porcentaje entre el colectivo de trabajadores/as a tiempo parcial (3 de cada 4 de estos trabajos están ocupados por mujeres) y de trabajo informal (precario y de baja remuneración), sectores en los que se están produciendo despidos masivos. en muchos casos sin prestaciones, o miles de ERTEs. Las mujeres sufren mayores desigualdades laborales con una brecha salarial en España del 23 %, una mayor explotación en sectores esenciales altamente feminizados y un predominio claro en actividades sanitarias y de servicios sociales. Miles de mujeres se exponen cada día al contagio al viajar a su puesto de trabajo en la limpieza o los supermercados, hoy consideradas actividades esenciales pero siempre infravaloradas por el sistema capitalista patriarcal.

La influencia del Covid.19 se dispara en la esfera de cuidados que manifiesta contradicciones ya existentes pero agravadas ahora. Las mujeres proporcionan la mayor parte de la atención de cuidados en la familia y están asumiendo en el confinamiento  una mayor carga en las tareas domésticas, cuidado de menores (incrementado por el cierre de los centros escolares) y de mayores (debido al cierre de centros de día o de personas asalariadas que han abandonado su trabajo por temor al contagio). Por otro lado, no son pocas las empleadas de hogar (muchas de ellas migrantes sin papeles) que han sido expulsadas de su trabajo durante estos días y que quedan en una situación de vulnerabilidad extrema. El teletrabajo en viviendas pequeñas y con menores en casa se convierte en un problema para muchas mujeres que tienen que compatibilizar el trabajo asalariado con los cuidados.

Por último, pero no menos importante, el Covid.19 ha incrementado el riesgo de que algunas mujeres sufran violencia de género por un confinamiento que las obliga a convivir las 24 horas con su maltratador.

Esta situación que, como es fácil observar, poco tiene de neutral y mucho de específico para las mujeres, abre múltiples interrogantes: ¿pueden infectarse más mujeres por su papel predominante como cuidadoras en las familias y como personal de atención sanitaria? ¿En qué medida los roles de género pueden verse reforzados por la pandemia? ¿La pérdida de puestos de trabajo afectará a su autonomía económica e incrementará su vulnerabilidad? ¿Podemos retroceder en logros alcanzados como ha ocurrido en otras crisis sanitarias y/o económicas? ¿Los recursos e inversiones realizadas en reducir las desigualdades de género pueden pasar a ser consideradas secundarias ante la urgencia sanitaria? ¿Las mujeres tenemos probabilidades de tener influencia para tomar decisiones sobre los efectos de la pandemia?

Como decía en un artículo anterior, tenemos que transformar el miedo en deseo de resistencia y en la construcción de recursos de acción partiendo de lo que tenemos a nuestro alrededor y contando con nuestras realidades cotidianas. Los feminismos ya han sido ejemplo de una práctica social transformadora y radical con luchas locales y, sin embargo, globales en su inspiración y en su alcance. Han sido capaces de indagar y teorizar sobre múltiples temas para desarmar la feminidad patriarcal y, sin embargo, han sido también movimientos inclinados a la práctica. Han construido espacios de resistencia antiautoritarios y profundamente políticos hasta el punto de haber politizado la vida cotidiana y toda la esfera de lo personal.

El patriarcado, el capitalismo, el racismo, el sexismo, lo sufrimos las mujeres en los cuerpos, Deleuze dice que un poder es aquello  que siempre separa  un cuerpo de su potencia de actuar. Sea micro o macro-poder, todo poder se ejerce en última instancia sobre los cuerpos, desde ahí debemos responder a los desafíos de este tiempo. La disciplina de la biopolítica, hoy llevada al extremo del confinamiento, se propone obtener cuerpos útiles en lo económico y dóciles en lo político. Desobedezcamos ese mandato.

Busquemos la potencia de actuar sin por ello dejarnos guiar por convergencias anticapitalistas nostálgicas del pasado y de falsos universalismos que invisibilizan la multiplicidad de situaciones de opresión y dominación. Potencia de actuar, pero no guiadas por una globalidad abstracta sino por acciones concretas en situación: esos aplausos del personal médico al personal de limpieza, de consumidoras a dependientas de supermercado y tiendas de productos de alimentación, de mujeres que proporcionan salud a mujeres vulnerables. Esa solidaridad potencial debería encontrar el camino para transformarla en grupos de trabajadoras, consumidoras, cuidadoras de primera línea que junto con los otros sectores vulnerables de esta crisis sanitaria y económica (población de mayor edad, migrantes, trabajadores despedidos y precarizados, personas racializadas, etc.) nos lleve a ocupar el espacio público vacío por el confinamiento (aunque vigilado por los cuerpos policiales) y lo hagamos nuestro como espacio antiautoritario de protesta y rebeldía.


[1] Utilizo género como categoría analítica que me facilita un vocabulario y me permite identificar las normas que pautan la vida social. Cuestiono, sin embargo, el carácter fijo del género como referencia o pauta porque entra en contradicción con la fluidez de la vivencia humana que permite a toda persona vivenciar tránsitos afectivos, sexuales, de comportamiento y sociales mucho más libres. Esta reflexión la tomo de Rita Segato (2018): Contra-pedagogías de la crueldad. Buenos Aires, Prometeo Libros, p. 28.

[2] Convendría hacer lo mismo con los cuerpos racializados y otros aspectos como los cuerpos en función de la edad, etc.


Fuente: Laura Vicente